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domingo, 7 de abril de 2013

Tuve algunas mascotas...

En realidad se trató de mascotas de la familia, al menos, hasta que viví solo.
En mi casa las mascotas eran animales, y nunca se habló de ellos como un integrante más. Todos siempre fuimos muy afectuosos, los quisimos mucho, pero nunca existió el hábito de llevarlos al veterinario, por ejemplo. Ni siquiera por las vacunas. A todas las mascotas, siempre, las acostumbramos a acariciarlas mientras comían, incluso, hasta sacarles la comida de la boca.
Después, con mis mascotas, el veterinario fue parte de la rutina.
UN CONEJO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Del que no tengo memoria. Dicen que un día me vieron yendo detrás, comiéndome su caca.
SULTÁN - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Fue mi primer mascota y sólo tengo recuerdos pero como envueltos en una nebulosa. Las mayor parte de las cosas, las recuerdo porque formaron parte de la historia familiar. Sultán era un hermoso perro de policía. La historia dice que llegó a nosotros ya viejo, pero que había sido de mi tío Carlos, que nos lo había dado porque se mudaban a una casa sin lugar para él. Y que antes de ser de mi tío, había sido entrenado en por la cana. Cómo llegó de la cana a mi tío, es una incógnita.
Mi mamá contaba:
1) Un día, sido un bebé, estaba llorando en la cuna y ella calentándome la mamadera en la cocina (no eran tiempo de microondas, así que se calentaba a “Baño María”, es decir, se hacía hervir el agua y se ponía la mamadera hasta que tuviera la temperatura adecuada) cuando de repente dejé de llorar. Como le llamó la atención que me callara, fue a ver y resultó que Sultán, con el hocico, empujaba el cochecito que chocaba contra la pared y volvía, así que otro empujón de hocico…
2) Yo caminaba y mi vieja estaba jugaba a esconderme de Sultán. Su juego era que el perro iba a olfatearme pero ella se doblaba por su cintura, me cubría con los brazos extendidos y giraba, dejando sus nalgas a la altura del hocico. No sé cuántos fueron los giros, la cosa es que el perro se cansó y le pellizcó una nalga con los dientes de adelante…
3) Tengo una cicatriz en la mejilla izquierda. Parece que un día, jugando con Sultán, le hice “piquete de ojos” (sí, le metí los dedos en los ojos al pobre perro), lo que hizo que Sultán gritase y corriese su cara de lugar, con tanta suerte, que me pegó con un colmillo en la cara. Cuando grité, mi vieja me vio la cara ensangrentada y mientras me limpiaba, Sultán (al que le sangraban los ojos) le agarraba el brazo para que me bajara y lamerme o vaya uno a saber qué.
Sultán era un perrazo con mi hermano mayor y conmigo. Tengo como recuerdo propio, verlo echado al sol y que nosotros fuéramos y nos sentáramos sobre su panza, como si fuera un almohadón. Él se quejaba, levantaba la cabeza, nos miraba y seguía echado.
Cuentan que Sultán jamás salía a la calle, que estando el portón abierto, él se echaba ahí, estiraba las patas delanteras, apoyaba la cabeza entre las patas y miraba… Resulta que al lado de mi casa vivía una familia con dos hijos, una hija y un hijo. Parece que “Luisín” tenía la costumbre de joder a Sultán golpeando el portón, y que el perro se desesperaba. Cuentan que mi viejo le dijo al padre de los chicos que hiciera algo con el pibe, porque no quería que pasara algo. Cuentan que un día el portón estaba abierto… que los pibes estaban en la puerta de mi casa, que Sultán estaba echado como siempre mirando a los pibes y que, de repente, apareció Luisín; entonces Sultán salió, le pellizcó el culo con los dientes de adelante y volvió a echarse en su lugar de siempre… Cuentan que el padre de los chicos no quiso que Sultan estuviera en la perrera y que, por cuidado, hicieron todo el tratamiento antirrábico….
Tenía mucha puntería para cazar, aunque algunas cosas se le regalaban. Con la gente del fondo de mi casa no había medianera, sino alambre tejido que, obviamente, estaba roto en algún lugar. Aquella gente tenía gallinas, que pasaban con el agujero en el tejido. Sultán se echaba mirando el agujero y esperaba. Cuando la gallina terminaba de salir por ahí, la agarraba del cogote, hacía un latigazo y… ¡lista la gallinita! Después iba, rascaba la puerta de la cocina y cuando la abrías, te tiraba el regalito. Hacía lo mismo con los gatos en la terraza. Pero ahí sentías como el tipo saltaba. Al ratito lo tenías tirándote al gato muerto en la puerta de la cocina. El “temita” con las gallinas, desembocaría en dos cuestiones: 1) el alambrado se reemplazó con una medianera; 2) aquellos vecinos cargaron con la responsabilidad del envenenamiento del Sultán.
Se dice que un día, haciendo algún tipo de experimento en mi casa, a Sultán lo ataron con un collar, sujeto a una cadena y esta a un gancho en la pared. Que mi tío Carlos (que había sido su dueño anterior) agarró un revólver de plástico y apuntó a mi tía Antonia (su esposa) y que le perro de la desesperación, arrancó el gancho, se tiró encima de mi tío y que no lo mordió, pero que le sacó el brazo de lugar.
Sí tengo como recuerdo a Sultán en la caja del camión de mi viejo (un Chevrolet, creo que de 1947) y ya muerto o casi, y por llevarlo al veterinario.
Sultán muere por comer algo con vidrio molido. Nunca más mi viejo querría volver a tener mascotas. Las tuvimos, pero él no las quiso.
COCOLICHA - en la casa de mis abuelos paternos
Después de Sultán, nos vamos a vivir a la casa de mis abuelos paternos. De eso cuento en http://www.delnoamor.blogspot.com.ar/2013/03/en-camino-al-medio-siglo-mejor-empiezo.html
Tuvimos un perro tipo fox terrier, pero por alguna causa, sólo me acuerdo de él corriendo una rata, escarbando para sacarla de una madriguera y nada más. Sí me acuerdo que fue como un acontecimiento familiar o, al menos, grupal porque éramos varios mirando. No me acuerdo el nombre, ni si lo tuvimos mucho tiempo, ni nada más. Tampoco si aquello era una rata o algo más.
La cosa fue que sí me acuerdo de Cocolicha, la gallina que ponía huevos de doble yema y que no quería ser pisada por el gallo. Cuando vamos a la casa de mis abuelos, el gallinero ya estaba. Por alguna causa, ellos deciden reactivarlo y así llega Cocolicha a casa. Fue de la primera partida de pollitos que compran. A Cocolicha como los demás, los crió mi vieja en una caja de zapatos, al calor de la hornalla de la cocina.
Ella nunca estaba dentro de la casa, siempre andaba por afuera. Y por una cuestión de seguridad (supongo que temerían que algún bicho la atacara) de noche iba al gallinero. Ella no quería que el gallo la pisara, y si el gallo se ponía insistente, salía corriendo y gritando como loca. Entonces íbamos y cascoteábamos al gallo (que más adelante se convertiría en cena). Me acuerdo de su cresta caída hacia uno de los lados, y mi vieja diciendo que “eso es por culpa de ese gallo”… La cosa es que ella todas las mañanas nos esperaba mirando la puerta de la cocina (supongo que mi viejo la dejaba salir, porque todas las mañanas iba al gallinero y se “tomaba” un huevo… ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!) y nos hacía una fiesta bárbara cuando nos veía. Muchas veces agarrábamos la palita y desenterrábamos lombrices que le dábamos directamente en el pico.
Una vez (mi viejo tenía un Jeep carrozado corto hecho mierda, como todos sus autos) nos fuimos a Villa Gesell. No sé por cuánto tiempo, pero fue poco, supongo que un fin de semana. La cosa es que el día que volvimos, Cocolicha estaba sobre el marco superior de una puerta del costado del garaje, mirando para afuera. Cuando nos vio se desplumó del festejo.
Se bancaba los mimos sólo un rato. Pero siempre estaba entre los pies. En el único momento que dormía en la cocina era cuando mi vieja compraba pichones y le decía “¡Me los cuidás bien, ¡eh!!”, ella decía algo como “coooocorococococcoco”, se metía en la caja de zapatos y empollaba a los bichos.
Una mañana Cocolicha estaba muerta en el gallinero. El diagnóstico en mi casa fue “se le reventó la huevera”, como consecuencia de los huevos de doble yema…
COCOLIERA - en la casa de mis abuelos paternos
Cuando nos volvimos a nuestra casa, fue la única que se quedó con nosotros. No me acuerdo cómo terminó, pero no duró mucho tiempo...
BICHO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Bicho era un perrazo tipo fox terrier, hijo de dos fox terrier de Doña Alicia, la señora que vivía frente a mi casa, y que era la chusma oficial del barrio. Ella tenía varios, y sus crías eran siempre el producto de alguna relación incestuosa… (hablo de los perros)
Bicho vivió en la casa donde pasaría la mayor parte de mi vida. Era un petiso precioso de pelo corto, blanco y negro, muy vivaz y muy fibroso. Bicho tenía algún hermano en la casa de Doña Alicia y otro en la casa de “la tía Telvi”, que vivía a dos casas de la mía, pero que no me acuerdo cómo se llamaba.
Bicho aprendió fácil que no tenía que cruzar la calle y que no salía de mi casa, a menos que le dijéramos “dale, salí un rato”. Bicho jugaba mucho con el hermano que vivía con mi tía Telvi, eran muy compinches. Saltaban, corrían… el otro cruzaba la calle, Bicho, no.
A Bicho le gustaba “jugar a la soda”. En mi casa se compraban sifones, que te los dejaban en unos cajones metálicos (después serían plásticos) de a seis. Cuando Bicho veía al sodero, enloquecía porque le gustaba agarrar los chorros de soda en el aire. Después, los sifones empezaron a llegar con unos tapones de plástico en el pico. Y Bicho no sabía qué agarrar primero, el chorro de soda o el tapón de plástico que salía volando…
Bicho conmigo era muy pegote. Cuando él no estaba encima de mí, yo lo buscaba y me lo cargaba. Cuando comíamos él se quedaba a un costado de la mesa, pero siempre algo le acercaba, aunque eso no se hiciera. Tenía una capacidad impresionante para detectar si algo no anda bien. Si alguno estaba triste, se te quedaba al lado.
Bicho murió una noche, golpeado por algo de una camioneta de Oca.
Por la cuadra de mi casa pasaba siempre una camioneta de Oca y lo hacía a las chapas. Cuentan que una noche, mi hermano estaba en la puerta de calle con Bicho, que el hermano de Bicho que vivía con la tía Telvi estaba en el medio de la calle, que Bicho advirtió que su hermano sería atropellado y que salió corriendo y le dio un cabezazo. Algo de la camioneta golpeó a Bicho y lo mató ahí mismo.
DOS TORTUGAS (O HABRÁ SIDO SÓLO UNA) - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Contemporáneamente con Bicho, tuve una tortuga. No tenía nada en particular, más que quedarse en el garaje de mi casa, esperando su comida. Un día no la vi más
CANARIO, CABECITA NEGRA, JILGUERO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
A mi viejo le encantaban los pájaros. De hecho, con el tiempo, se asociaría al "Club del Jilguero", participó en competencias, los entrenaba para que cantaran... Pero esto sería muchos años después. En el momento en el que estoy contando, él se aparecía con los pájaros y nos encajaba uno a cada uno. A mí me tocó el canario. Particularmente nunca me gustaron los pájaros, más que para verlos volar por ahí. Tener que limpiarles las jaulas siempre me disgustó mucho. Yo limpiaba mi canario, pero lo hacía odiando al pobre animal. Una mañana, como todas, salgo para descolgarlo y limpiarlo, pero... ¡¡¡ESTABA PATITAS PARA ARRIBA!!! Nunca más tuve pájaros.
POPY - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Fue el peor perro que jamás haya tenido. Sigo creyendo que el pobre bicho tenía algún tipo de idiotez innata. La verdad nos enloqueció.
Cuando llovía, no había modo de tenerlo a resguardo: salía a morder a la lluvia. No jugaba, gruñía, ladraba, lloraba, daba tarascones a la lluvia… Y si había truenos y relámpagos, peor. Insoportable.
Siempre se escapaba. Y si lo ibas a buscar, huía. Yo lo corrí millones de veces y no entiendo cómo hacía para esquivar a los camiones, colectivos, autos…
Se había hecho el hábito de hacer pozos por todo el fondo de mi casa. En esos pozos, desenterró le cráneo de Bicho. El HDP nos llevaba el cráneo a la puerta de la cocina. Lo enterrábamos de nuevo y otra vez lo mismo…
Hasta que terminó encerrado en la terraza. Un día se enfermó y lo encontramos muerto ahí.
LOBO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Mi viejo que jamás agarraba animales de la calle, se conmovió con un perro chiquito, como de color rojo, de pelo largo, que llegó a mi casa con unos nudos imposibles de deshacerlos. Parecía un animal viejo y muy maltratado. La cosa es que era muy desconfiado y le costó ir tomándonos confianza. Igual no tengo idea de cuánto tiempo estuvo con nosotros.
Mi hermano menor era chico y estaba jugando en el patio. Lobo estaba comiendo, también en el patio. No me acuerdo por qué, mi hermano fue a tocar al perro y este le gruño: después de la lluvia de objetos que le llovieron al perro (escoba, ojota, trapo de piso) mi viejo se lo llevó sin rumbo conocido…
BATUQUE - en la casa de Gobernador Emilio Castro
La perra de un compañero de mi hermano menor había tenido cachorritos. Este nene había llevado los cachorros al colegio y los pibes se habían encariñado. La cosa es que un día fuimos a buscar a Batuque.
Batu era un perro tipo fox terrier, pero de pelo largo, blanco y negro, con miedo a las alturas (parece que el día que lo llevaron al colegio, se cayó del pupitre) y que cuando estaba feliz, se le levantaba el labio superior. Creo que era el único de la camada con ese pelo. La mirada de Batuque era sensacional. Perro mimoso, compañero, franelero…
Con Batuque compartí mi último tiempo en esa casa. Después yo me mudé, me casé y sólo volví a verlo las pocas veces que volví a esa casa. Y Batu siempre saltando de alegría, deshaciéndose con la cola de un lado a otro, con el labio que se le daba vuelta…
Batuque se murió de viejo… espero.
OTRA TORTUGA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Esta era contemporánea de Batuque. No me acuerdo cómo llegaron las tortugas a mi casa, pero sí me acuerdo que “la tía Telvi” tenía una muy grande. Quizá ella nos pasó alguna, pero no lo sé. La cosa es que esta, todos los días esperaba su comida en el garaje. Si no salíamos a darle de comer, iba a la puerta de la cocina y la chocaba con el caparazón, hasta que alguno se asomaba.
Era automático: comiera lo que comiera, terminaba y se echaba un meo impresionante. Daba media vuelta y se iba andáasaberdónde…
LAGARTIJA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
En mi casa, cada tanto, había alguna. Un día agarré a una, la puse en una caja de zapatos, le puse tierra, piedras y una tapa de alambre. Dos días después me pareció que no estaba bueno tenerla ahí y la solté.
LANGOSTA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Un día agarré una langosta enorme. La puse en un frasco, agujereé la tapa y le pasaba unos yuyos que parecen una vara muy húmeda.
Iba de acá para allá con mi langosta, y mi abuela me decía que no fuera asqueroso y que largara a ese bicho horrible. La cosa es que a mí me encantaba.
Un día me olvidé a la langosta al sol y dentro del frasco. Nunca tuve intención de asesinarla.
UNA COBAYA
Diego, mi hijo, quería una mascota. Vivíamos en un departamento, trabajábamos mucho y no parecía muy posible una mascota “convencional”
Averiguamos por unos hipocampos, pero era muy cara la inversión.
La cosa es que una vecina nos dice que una amiga suya tenía cobayos, que habían tenido cría… Manchas llegó a casa. Manchas fue una cobaya que vivió algo así como ocho años. No pareció (al menos a mí no me lo pareció) que reconociera su nombre, pero cuando escuchaba una bolsa, gritaba pidiendo acelga.
De todo lo que comió, me parece, lo que más le gustó siempre fue la acelga.
No le gustaba estar fuera de su jaula. Varias veces la sacamos para que anduviera y siempre se las arregló para volver volando a guardarse. Los mimos… le gustaban porque no tenía remedio.
Con Manchas compartí un tiempo, porque después nos separamos y perdí contacto.
Un día hubo que operarla de un cáncer. La llevamos hasta Flores, la revisaron y nos volvimos con el diagnóstico. Cuando nos dijeron lo que costaba la operación, mi reflexión fue “pero con eso compramos cincuenta cobayas” y Diego me dijo “sí, pero ella es mi mascota”. Después de la operación, Manchas, vivió como dos años más…
PIRULA
Fue mi primera gata. Resulta que al lado de la escuela hay una “bichería”. Un día, yo estaba en la puerta de la escuela y miraba a una gata muy chiquita (tres meses) que estaba muy sentada en el umbral de la puerta del negocio. De golpe aparece alguien con un rottwiler, con collar y cadena. La gata se arqueó y soplaba como si se lo fuera comer al perrazo, que le pasó por al lado sin mirarla siquiera.
La cosa es que me la llevé a casa. Fue una pésima idea. Nunca se bancó quedarse sola, así que cada día, al llegar a mi casa, encontraba un quilombo distinto.
Un día, seis meses después, me cansé y… ¡Chau Pirula!, la regalé.
SEÑORA ÁGATA / DONOLEGARIO
Tiempo después me regalaron un hermoso gato siamés. PRECIOSO.
Cuando me la regalaron, parecía, que era ella. Así que se llamó Señora Ágata. Pero, un día estando en casa, le digo a Diego “che, no sé qué le pasa a la gata. Voy a llamar a la veterinaria que la revisen porque le aparecieron esas cosas ahí”… Diego mi mira y me dice “Es gato. Son los huevos del gato. Es gato” Así fue como por un tiempo, tuve mi gato travesti.
El primer día anduvo por la casa, reconociéndola. Cuando llego al siguiente día, no lo encontraba por ningún lugar, hasta que lo escucho maullar… había roto el forro del box del somier, y estaba ahí adentro durmiendo…
DonOlegario era un gato temperamentalmente dulce. El tipo no te estaba encima, pero siempre enredado entre los pies, o bien cerca. Ni siquiera los pisotones lo convencieron de buscar otros lugares. Así como le encantaba romper los cordones del calzado, odiaba a la veterinaria. Un día me compré unas botas de gamuza. Cuando me levanté al día siguiente, me había destrozado los codones. Entonces, para que no volviera a hacerlo, cuando me fui a dormir, metí las botas dentro de la cama. Al día siguiente, también estaba el gato y los cordones destrozados.
Cada vez que tenía que vacunarlo la veterinaria, lo metíamos en una jaula con un lado móvil, lo inmovilizábamos y cuando lo soltábamos desaparecía debajo de la cama.
Un día estaba insoportable. La llamo a la veterinaria y le digo “si no le cortás vos huevos hoy, se los arranco yo” Pasó por casa a buscarlo para castrarlo y a las dos horas me llamó porque no se le podía acercar. Era cierto: la veía cerca y soplaba como un maldito. Diego estaba en casa, así que fuimos, lo agarré a upa, lo acaricié un rato, lo pusimos en la camilla y… lo anestesió. DonOlegario volvió a casa castrado y nunca se quedó quieto…
Se bancó la mudanza a La Boca. ¡Pobre!, cuando lo dejé salir de la jaula transportadora, no entendía nada. Y acá se portó mucho peor que en Florida. Acá siempre se le dio por algo distinto. Un día se la agarró con los zócalos. Un día, cuando llegué de trabajar, me encontré que los había arrancado a todos.
Después, se le ocurrió abrir la heladera. A partir de ahí le puse unas banquetas para que no pudiera abrir la puerta. Un día me olvidé y cuando llegué, estaba la puerta abierta de par en par. Por dos días la heladera no funcionó…
La última que le soporté fue que me tirara el horno eléctrico. Resulta que siempre le gustó dormir dentro de la bolsa del secarropas. Por llegar a esa bolsa, tiró el horno. La cuestión era que mientras yo estaba, era súper tranquilo. Cuanto mucho le daba por salir corriendo como desaforado por cinco minutos. Se echaba y listo. Pero cuando me iba se ponía en peligro él y mi casa. Así decidí que debía regalarlo.
Un día una familia pasó a buscarlo. Todavía me entristece haberlo regalado, pero algo iba a terminar mal…
SIMONA Y BERTA
Y un día empecé a mirar alguna mascota.
Los perros necesitan una atención que no sé si voy a tener ganas de dársela, eso de tener que llevarlo a pasear a las 23:00 cuando llego de trabajar, con lluvia, frío… Además debería ser un perro muy chico…
Los gatos… paso, ya probé.
Pensé en una ardilla, pero está prohibida su venta.
Pez… No hay interacción.
Así llegué a Simona. Simona llegó a mi casa y era mi primera experiencia con chinchillas. Lo más cercano que había tenido, era Manchas.
El 11/04/2012 llegó Simona, una chinchilla gris y el 11/12/12 llegó Berta, una chinchilla beige. Entre ellas se llevan más que bien. Van, vienen… Hacen cosas de chinchillas.
Conmigo… no les gusta que las agarren, que las toque les gusta poco…
En fin. Al menos pienso que las salvé de convertirse en bolsillo…
Yo las quiero, pero la interacción está complicada…