En mi vida también hubo un “De “eso”, NO se habla”. Y no se habló.
Pero, como todo, un día todo se habló.
Como es mi historia personal, por supuesto, la cuento porque es
mía. Porque se me da la gana y porque, de haber sido diferente, hoy no sería
este que soy.
Nací un 24/09/1963 en la Clínica Olivos, según la historia
familiar; en la casa de una partera, según mi partida de nacimiento.
La primera foto que tengo, que está en mi poder, es de mi
bautismo, que fue al cumplir un año. Según mi Fe de Bautismo, eso ocurrió un
26/09/1964.
Nací siendo el segundo hijo, el último. Por diez años sería así,
luego, en 1973, nacería mi hermano menor y yo pasaría ser el “del medio”
La siguiente foto que tengo, que está en mi poder, es de mi jardín
de infantes, en octubre de 1967, es decir, de mis cuatro años.
¿Ya me viste? Soy el que está JUSTO EN EL MEDIO. Mi vieja es la
tercera, de pie, de izquierda a derecha; tiene un vestido de lunares y se está
agarrando el mentón. Al lado, mi abuela Celsa, o Elsa, como le pusieron al
llegar a Argentina, desde Orense, en Galicia, España.
Por aquel momento estábamos
cuando empecé a caer en la cuenta que “algo” no era lo que se suponía fuera. Mi
hermano mayor se la pasaba jugando a la pelota y a mí no me generaba ni medio,
de hecho, ni trataba de jugar. Cuando me pareció que “eso” no estaba del todo
bien, cuando empecé a notar que todos los chicos jugaban a la pelota, cuando
caí en la cuenta que mi viejo llevaba a mi hermano a la cancha, me pareció que
yo también debía jugar. Por supuesto que, al intentarlo, hacerlo pésimo y
quedar siempre último en el “pan y queso”, decidí que se iban todos a cagar y
que no iba a insistir con eso que no me interesaba. No sólo no me interesaba,
sino que lo hacía tan mal, que todo era rechazo.
De todos modos, sentía que “algo” no era lo que se suponía fuera.
Como la que iba a ser la casa familiar estaba siendo arreglada,
algunas veces íbamos a visitar a mi viejo, que estaba haciendo las refacciones.
Para 1970, año en que empiezo mi escuela primaria, ya estábamos establecidos.
Pero, mientras tanto, íbamos a acompañar los arreglos.
Fue en alguna de esas “idas a visitar” en la que confirmé que aquel “algo” que no era lo que se suponía fuera, incluía el rótulo “de “eso”
NO se habla”
Estaba con mi vieja en la casa de una vecina. Sobre una mesada
había una foto de aquella familia: padre, madre, hija e hijo (que sería amigo
de mi hermano). Cuando vi aquella foto dije en voz alta “¿Quién es este chico TAN
lindo?”, en referencia al chico de la foto. La cuestión es que ahí se desató
una situación en la que aquellas mujeres (mi vieja y la dueña de casa) me
hicieron sentir una vergüenza inimaginable. Aquella situación me hizo dar
cuenta que “de “eso” NO se habla” y que, definitivamente, “algo” no era lo que se suponía fuera. Aquella situación me hizo entender que,
aunque no entendiera porqué, pero “de “eso” NO se habla”.
De ahí en más, nunca hablé.
Por mucho que no lo dijera, SIEMPRE me gustaron otros varones. Y
mucho. Pero entre lo que me atraía y lo que se suponía debía atraerme, había
una gran diferencia. Esa diferencia de la que no se podía hablar. Así es que
desde muy chico conviví con un deseo interno que no podía revelar y tratando de
generarme el deseo que debía tener, pero no tenía.
Los mensajes en mi casa eran, definitivamente, homofóbicos. Claro,
por aquella época nadie pensaba que tal cosa pudiera existir y ser varón
implicaba que debían gustarte las mujeres. Eso sí, putos, existían a montones.
El lenguaje estaba cargado de directivas contra la homosexualidad:
“es preferible un hijo chorro que un hijo puto” (frase que se adaptó cambiando puto
por cura), “con el culo se caga y con la boca se come”, “a los putos hay que
matarlos a todos”… había todo un rosario de frases antiputos.
Existían algunos “famosos” señalados como putos, maricas, o como
se le quiera decir. Lo mismo que hoy.
Ahora, mis hormonas empezaron a manifestarse muy temprano. Muy
temprano incursioné en la “autosatisfacción”. Y muy temprano incursioné en los roces
placenteros, acompañado. Y muy temprano incursioné en las relaciones sexuales.
A este último escalón llegué antes de terminar mi escuela primaria. Aunque
pudiera satisfacer el deseo sexual, siempre me quedaba con una sensación de
vacío; siempre me quedaba la sensación que “algo estaba faltando”. Ese algo que empezaba a faltar, era más que
sólo la satisfacción del deseo; faltaba el amor. Sentía que el sexo era
fabuloso, pero necesitaba sentir que había amor.
Seguía estando muy claro que “de “eso” NO se habla”, ni siquiera
con aquellos con quienes lo compartía. Esta situación de no poder conversarlo
con nadie, me llevó a sentirme el único puto sobre la faz de la tierra. Y tan raro
fue, que pasaron muchos años y parte de mi terapia, para que pudiera darme
cuenta que aquellos que estuvieron conmigo, no eran menos putos que yo. ¡En
fin!
Pero, “de “eso” NO se habla”. Y el amor seguía faltando.
Entre tanto torbellino de deseo de sexo, deseo de amor, aparece el
deseo de cumplir con lo que se suponía que debía cumplir. Entonces debía
empezar a hacer algo para que “las chicas” me atrajeran, porque hasta ese momento
no me ocurría. Pero no me funcionó.
Se termina mi primaria.
“De “eso” NO se habla”.
Empieza mi secundaria.
“De “eso” NO se habla”.
El puto, seguía siendo yo.
Seguía faltando el amor.
Los compañeros de secretos seguían siendo los mismos dos que
desde un principio, y de uno de ellos estuve más que enamorado.
Así como mi época de escuela primaria fue fabulosa, mi secundaria
fue todo lo contrario.
Para el inicio de mi secundario acarreo todo lo anterior, las
opiniones de nuevos compañeros y empieza a aparecer un fantasma en el
horizonte: el Servicio Militar Obligatorio, la colimba. Por aquel tiempo se
contaba que, al incorporarte, te “hacen abrir el libro” (lo que era cierto) y si
“lo tenés roto, te firman el DNI en rojo, con la sigla OAD, orificio anal
dilatado” (lo que era falso, pero tuve que pasarlo para saberlo).
O sea, a lo que traía, se agregaba este fantasma, que de ser
cierto, me expondría delante de todos. Y “de “eso” NO se habla”.
Empiezo a sentir la necesidad de hablar, pero no había con quien
hacerlo. Entonces empiezo a escribir. Mucho.
1979 me encuentra empezando mi tercer año del secundario. Ya no éramos el
mismo grupo, sino que nos juntaron con compañeros de otra división, situación
que no me gustó ni medio y me hizo sentir muy incómodo. Los viejos compañeros de secretos empezaban
relaciones de pareja “hétero” (porque el puto seguía siendo sólo yo) y decido
tomar distancia porque ellos no eran putos. Fugazmente pasan dos nuevos
compañeros de secretos, en dos encuentros con uno y tres con otro pero nada más.
Seguía sin hablar de lo que no se debía hablar, pero lo escribía. Seguía
faltando el amor. Con las chicas no me pasaba nada, el fantasma de la colimba
no se extinguía…
Un día me harté de todo.
Una mañana me levanté y me propuse que, a partir de ese momento,
no importaba nada más. Entonces, llegué al colegio y me fui con el pupitre al
fondo del aula y decidí que iba a repetirme la frase “los tipos no me gustan”,
de la mañana a la noche, hasta “curarme”.
Y me taladré la cabeza hasta que todo desapareció. Ya nunca más
fue. Desde algún momento de 1979, adormecí mi gaytud…
Hice la colimba de principio a fin…
Conocí a mi ex esposa, estuvimos de noviamos durante cuatro años, nos
casamos, nació mi hijo…
Un día, volviendo a mi casa desde el trabajo, me doy cuenta que
estaba mirando al colectivero y que el tipo ME ENCANTABA. Y no entendí nada de
nada. No entendí cómo podía estar sucediendo aquello, si ya “me había curado”;
cómo podía estar pasando eso, si estaba casado, tenía un hijo; cómo podía estar
pasando eso si ya todo eso no significaba nada…
Y todo aquello que ya no recordaba, volvía a ser un recuerdo. Todo
aquello que había convertido en un agujero negro en la memoria, volvía a
reaparecer. Y fue un instante en el que lo único que deseé fue morirme.
Mi gaytud se hacía espacio a codazos, en mí.
Intenté, de nuevo, acallar el deseo como ya lo había hecho. Pero
no funcionó.
¿Y qué hacer?
Lo manejé como pude hasta el momento en que sentí que ya no tenía
identidad; ya no sabía quien era, ni que quería, ni para donde iba… No tenía
rumbo. Entonces decidí que debía barajar y dar de nuevo. Esta decisión me llevó
a una depresión que me tuvo un mes en cama, levantándome para ir a terapia con
una psicóloga dos veces por semana; otras dos veces por semana con una
psiquiatra que me medicó y para bañarme.
Decidí que debía separarme para poder rearmarme y definirme nuevamente.
Así empecé a transitar el camino que me trajo hasta acá. Empecé y
terminé una terapia. Hice una terapia de grupo. Empecé y terminé otra terapia…
Mi primer incursión en el ámbito gay fue después de un año de
separado.
Mi primer pareja gay fue cuatro años después de separado.
Y me divorcié.
Y… Así es como fue todo.
Ojalá nunca me hubiese taladrado la cabeza, pero fue lo que pude
en aquel momento en que “de “eso” NO se habla”.
¡Ojalá, tantas cosas!, lo cierto es que lo que fue, fue.
Lo que hoy es, es.