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lunes, 26 de enero de 2015

CINISMOS - MICHEL ONFRAY Mis recortes

CINISMOS RETRATO DE LOS FILÓSOFOS LLAMADOS PERROS
MICHEL ONFRAY
(http://es.wikipedia.org/wiki/Michel_Onfray)
Editorial Paidos, 2002

Este libro me lo regaló mi psicólogo, el Licenciado Jorge Garaventa, hace mucho tiempo. Me encantó en aquel momento y me sigue gustando hoy. 
Acá mis recortes.

¿Qué es la Escuela cínica?

Personajes que aparecen en estos recortes:
Sócrates (470 – 399 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%B3crates
Xeníades: No encontré datos. http://es.wikipedia.org/wiki/Jen%C3%ADades
Antístenes (445 – 365 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%ADstenes
Aristipo (435 – 350 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Ar%C3%ADstipo
Platón (427 – 347 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Plat%C3%B3n
Diógenes de Sínope (412 – 323 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Di%C3%B3genes_de_Sinope
Eubulo (405 – 335 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Eubulo_(pol%C3%ADtico)
Aristóteles –discípulo de Platón- (384 – 322 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Arist%C3%B3teles
Teofrasto (371 – 287 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Teofrasto
Euclides (325 – 265 a. C.): http://es.wikipedia.org/wiki/Euclides
Diógenes Laercio SIII: http://es.wikipedia.org/wiki/Di%C3%B3genes_Laercio
Nietzche 15/01/1844 – 25/10/1900: http://es.wikipedia.org/wiki/Friedrich_Nietzsche
Año 0, no existe: http://www.uv.es/ivorra/Historia/Cero.htm
Siglo XIX: 01/01/1801 – 31/12/1900 http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XIX
Siglo XX: 01/01/1901 – 31/12/2000 http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XX
Siglo XXI 01/01/2001 – 31/12/2100 http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XXI

Línea de tiempo



Prefacio La filosofía, el maestro y la vida

Con los versos del poema de Lucrecio ante mis ojos, yo aprendía cómo el hombre, solo, podía dar sentido a su existencia: no depender más que de sí mismo, ejercer el dominio sobre sí, trabajar la voluntad y hacer de sí un objeto que habrá de transformarse en sujeto, domesticar lo peor y practicar la ironía. La temática en que se encontraba inmerso Foucault cuando lo alcanzó la muerte.

La filosofía antigua se distingue de todas las que la siguieron en que propone ejercicios espirituales con el objeto de producir una transformación en la naturaleza del sujeto que los practica. Al respecto. Pierre Hadot escribió acertadamente: "El fin que procuran todas las escuelas filosóficas con estos ejercicios es el mejoramiento, la realización de uno mismo. Todas las escuelas coinciden en admitir que el hombre, antes de la conversión filosófica, se encuentra en un estado de desdichada inquietud, es víctima de la preocupación, está desgarrado por las pasiones, no vive auténticamente y no es él mismo. Todas las escuelas coinciden también en creer que el hombre puede librarse de ese estado, y puede tener acceso a la vida verdadera, mejorarse, transformarse, y así alcanzar un estado de perfección".

Yo habría de descubrir, juntamente con los laberintos del pensamiento antiguo, esa extraña paradoja que consiste en que un maestro pueda enseñar a su discípulo a desprenderse de él, a liberarse de él lo más pronto posible. Maestro de libertad al mismo tiempo que maestro de sabiduría.

El maestro realiza lo necesario para evitar el culto y pone así de manifiesto la distancia que hace posible la relación. Es él quien establece el silencio, y es él quien expresa los gestos, las palabras y los signos. Tiene asimismo a su cargo el empleo pertinente de la dialéctica de tipo socrático, de la burla y la ironía, así como la conciencia clara, sin infatuación, de obrar en el registro de lo electivo, de lo aristocrático (en el sentido etimológico).

En un siglo casi enteramente signado por lo gregario, que ha alentado sin tregua la formación de grupos, bandas y facciones, el ejercicio filosófico de estilo antiguo propone la más refinada reducción de la intersubjetividad: un maestro y un discípulo que en común simpatía practican la amistad como un argumento pedagógico.

Para los Estudios filosóficos estaba preparando aquel semestre un artículo sobre el suicidio por temor a la muerte practicado por los antiguos. Cuando recordé que yo mismo había redactado una ficha sobre los numerosos casos de muerte voluntaria encontrados durante mis lecturas de textos antiguos, me animé a manifestárselo y él, con toda naturalidad, me pidió que se la facilitara para comparar, confirmar y hasta completar sus propios datos. Luego, durante nuestro intercambio epistolar, me pidió autorización para utilizar dos referencias de mi ficha que se le habían escapado, cosa que acepté con gran placer y también con gran orgullo. Cuando su artículo apareció publicado con el título Grihonille et la mort, recibí un ejemplar dedicado y en una nota descubrí mi nombre y el agradecimiento por "dos referencias tan generosamente comunicadas". ¿Hay manera más pedagógica de enseñar a practicar el reconocimiento? Otros fueron menos refinados...

A manera de libro de texto, mi viejo maestro recurría pues a De natura rennn. En él descubrí un pensamiento materialista ateo, una ética pragmática, una manera eficaz de poner en evidencia la falsedad y un claro desdén por la condena eterna y el pecado, la falta y la mortificación, el infierno y la culpabilidad. Lucrecio enseña una moral de la pacificación consigo mismo y el reencuentro con la propia sustancia atómica.

Sócrates, por supuesto, sólo puede ser fascinante para quien busca la coherencia más allá de las perspectivas de Platón. ¿Cómo no coincidir, en mayor o menor medida, con quien afirma: "Nada de lo que preocupa a la mayor parte de la gente le interesa: las cuestiones de dinero, de administración de los propios bienes, las especulaciones del estratega, los éxitos oratorios, las magistraturas, las intrigas, las funciones políticas. No he seguido esa senda, sino aquella en la que pueda hacer el mayor de los bienes a cada uno de vosotros en particular, tratando de persuadiros de preocuparse menos por lo que uno tiene que por lo que uno es, a fin de hacerse lo más excelente y razonable posible?

También llegué a apreciar a Marco Aurelio por las páginas que dedica en su primer libro, los Pensamientos para mí misino, a hacer un balance de aquello y aquellos de quienes se siente deudor: sus abuelos, sus padres, sus amigos y maestros, a quienes dice deberles la calma y la fuerza, la liberalidad o la grandeza, la independencia o el dominio. El ejercicio es delicado y al mismo tiempo estético: reconocer y revelar a sus maestros, sus ejemplos o sus modelos permite advertir que el autor asigna a la memoria una virtud arquetípica.

De Aristipo, Diógenes Laercio decía que sabía gozar del instante presente y que consideraba los placeres del cuerpo superiores a los del alma. Frecuentaba alegremente las casas de placer, vivía con una joven cortesana y confesaba abiertamente su pasión por la buena mesa, la gula y la diversión. También sabemos que bailaba en las fiestas vestido con ropas de mujer. Pero sobre todo había un detalle que aumentaba la simpatía que despertaba en mí: amaba los perfumes, mientras tantos otros filósofos parecían haber sufrido de amputación de la nariz. En el plano teórico, los cirenaicos enseñaban que el "placer es un bien, aun cuando proviene de las cosas más vergonzosas".

Creo que fue en una carta fechada hace aproximadamente diez años donde mi profesor hizo referencia a una frase de Demetrio el Cínico. Invitándome a hacer caso omiso de las declaraciones de tal o cual imbécil, escribió: "Haga como Demetrio, quien decía de las personas que carecen de cultura: 'da lo mismo que hablen o se tiren pedos'".

Bréhier afirma: "En la historia de la filosofía, siempre conviene remitirse a los esfuerzos intelectuales de los individuos; sería vano buscar en ella tipos de sistemas, clases de conceptos fijos y rígidos que habría que tomar o dejar de lado y que deberían sucederse según un ritmo definido; sólo existe el pensamiento individual, que recibe influencias de otros pensamientos individuales y obra a su vez sobre otros".

Incipit comedia
Observemos a Teofrasto retratar a un cínico: es un hombre que maldice y tiene una reputación deplorable. Es sucio, bebe y nunca está en ayunas. Cuando puede hacerlo, estafa y golpea a quienes descubren el engaño antes de que puedan denunciarlo. Ninguna actividad le repugna: será patrón de una taberna y, si es necesario, encargado de un burdel, pregonero e incluso, si se quiere, recaudador de impuestos. Ladrón, habituado a las comisarías y a los guardias civiles, a menudo se lo encuentra, locuaz, en la plaza pública, a menos que se convierta en abogado de todas las causas, aunque sean las más indefendibles. Prestamista con fianza, tiene además la soberbia de un mañoso y no cuesta mucho imaginarlo como el gángster emblemático: "Puede vérselo haciendo su ronda -escribe Teofrasto-, entre los taberneros y los vendedores de pescado o salazones, para cobrar sus ganancias". Para completar el cuadro, no olvidemos que el cínico deja sin sentir vergüenza que su madre se muera de hambre...

Como se comprenderá, este cinismo no es el nuestro. Ésta es la acepción más difundida y común. El cinismo de Diógenes, el filósofo oriundo de Sínope, es antes bien una farmacopea contra este cinismo vulgar. El cinismo filosófico propone una gaya ciencia, un alegre saber insolente y una sabiduría práctica eficaz: "Tras la causticidad de Diógenes y su intención de provocar, percibimos una actitud filosófica seria, tal como puede haber sido la de Sócrates. Si se dedicó a hacer caer una tras otra las máscaras de la vida civilizada y a oponer a la hipocresía en boga las costumbres del 'perro', ello se debe a que Diógenes creía que podía proponer a los hombres un camino que los condujera a la felicidad". Diógenes se erige pues en médico de la civilización cuando el malestar desborda las copas y satura la actualidad.

La máxima del cínico es "no ser esclavo de nada ni de nadie en el pequeño universo donde uno halla su lugar".' Su voluntad es estética: considera la ética como una modalidad del estilo y proyecta la esencia de éste en una existencia que se vuelve lúdica. Todas las líneas de fuga cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no ya como un geómetra, sino como un artista, el escenógrafo de un gran estilo. Diógenes es uno de estos experimentadores de nuevas formas de existencia.

"Me esfuerzo por hacer lo contrario de lo que hacéis todos vosotros en la existencia". Guiado por ese propósito, prefería perfumarse los pies antes que la cabeza, "pues -decía- el perfume derramado en la cabeza se pierde en el aire, mientras que, desde los pies, se eleva hasta mis narices". Más que las anécdotas en sí mismas, conviene ver en estos relatos el proyecto cínico de transmutación de los valores.

1. Emblemas del perro
Antístenes, a quien se considera el padre fundador de la escuela cínica, fue llamado "el Verdadero Can". La etimología confirmará el parentesco del animal y la escuela {cynós: "perro" en griego), y en el concepto podrá hallarse un misterioso perro brincando bajo el sol y las estrellas de Atenas.

Hay múltiples razones que hacen justicia al término. Los filósofos de la Antigüedad tenían la costumbre de dar sus lecciones en sitios particulares que se asociaban a la corriente filosófica. Así existieron la Academia y el Liceo, en los casos de Platón y de Aristóteles, y el Jardín en el caso de Epicuro. A manera de burla, Antístenes habría de elegir, en las afueras de la ciudad, un espacio independiente de ella. Desde el punto de vista de un urbanismo simbólico, el cínico decidió escoger un lugar lindero con los cementerios, los extremos, los márgenes. El Cinosargo concentraba toda la fuerza del emblema: estaba situado en lo alto de una colina, fuera de la ciudad, cerca del camino que conduce a Maratón. Durante un sacrificio ofrecido a Hércules, el dios preferido de los iniciados en la filosofía de Diógenes, un perro blanco, venido de no se sabe dónde, se habría apoderado con eficaz celeridad del trozo de carne destinado al dios. Rivalizar en impertinencia y ganarle de mano a los oficiantes era razón suficiente para situar al animal bajo los auspicios favorables. Habiendo interrogado al oráculo sobre lo que convenía hacer, el sacrificador habría recibido la orden, o quizás el consejo, de erigir un templo en el lugar para celebrar al perro y su rapiña simbólica. En el Cinosargo se encontraban los excluidos de la ciudadanía, aquellos a quienes el azar del nacimiento no había hecho dignos de tener acceso a los cargos cívicos. De modo que la escuela cínica vio la luz en los suburbios, lejos de los barrios ricos, en un espacio destinado a los excluidos, a aquellos a los que el orgullo griego había dejado de lado. Obsesionados por su código de nacionalidad, los ciudadanos redoblaban el desprecio por los advenedizos. Bajo el arcontado de Euclides, contemporáneo de Antístenes en la flor de la edad y de Diógenes cuando tenía alrededor de diez años, la reacción se hacía sentir incluso con insistencia... Otros especialistas en la Antigüedad griega vinculan el Cinosargo con el can ágil o brillante: Cerbero, el verdadero perro. Habitante de la Laguna Estigia, guardián de los Infiernos, Cerbero despedazaba a los mortales que tenían la mala idea de ir a ver qué ocurría más allá de la muerte y era también el compañero doméstico de Hércules, quien, como se sabe, era tenido en gran estima por Diógenes y sus compinches. Por añadidura, la bestia era tricéfala, lo cual multiplicaba los peligros para los hipotéticos amos. Tenía el cuello erizado de serpientes, cosa que no podía más que disuadir a los amantes de las caricias, y sus dientes eran capaces de provocar mordeduras como las de las víboras... ¿Es necesario extenderse más sobre las cualidades del moloso?

Lo cierto es que, independientemente de que se tratara de un perro blanco ladrón de carne, de Cerbero del Hades o de un cuerpo celeste, al cínico le gustaba llamarse perro sencillamente porque sentía una particular inclinación por las virtudes del animal. No es este perro el faldero dócil, sumiso y satisfecho, que vive protegido junto a amos tan ahítos como él; por el contrario, el cínico desconoce la correa, la casilla y la pitanza regular adquirida al precio del conformismo. "¿Qué clase de perro eres tú? -le preguntaron a Diógenes-. Cuando tengo hambre -respondió- soy un maltes, y saciado, soy un moloso: dos razas que la mayor parte de la gente elogia, pero que pocos se animan a seguir en la caza por temor al esfuerzo".' De modo que, para los lugares comunes y las mitologías seculares, se trataba de un sabueso.

A quien un día le reprochara comer afuera, a la sombra, pero a la vista de los paseantes, Diógenes le replicó: "¿Y qué hay de malo en ello? Sentí hambre en la plaza pública...". Si el argumento ad hominem no bastaba, Diógenes recurría a la lógica o a la retórica, sazonándolas con ironía: "Si desayunar no tiene nada de absurdo, tampoco está fuera de lugar hacerlo en público; de modo que, si desayunar no es absurdo, no es desatinado hacerlo en la plaza pública".' Por último, cuando a alguien no le bastaba una demostración expresada en actos o en conceptos, Diógenes optaba por la invectiva o el insulto. Así, a los curiosos que lo trataban de perro por sus prácticas alimentarias exhibicionistas, les contestaba: "Vosotros os parecéis más a los perros, puesto que me rodeáis mientras como".

Los cínicos hacían de la sencillez una virtud, y de la sencillez extrema, una extrema virtud. De ahí la invitación al desprendimiento y el repudio a comulgar con lo ostensivo cuando basta lo sumario.

Finalmente, el cínico posee del perro la virtud de la fidelidad y la preocupación por preservar y cuidar a su prójimo. Un día que Diógenes insistía en que lo llamaran perro, Polixeno, el dialéctico, se sintió incómodo y le comunicó su perturbación al sabio, quien lo tranquilizó diciéndole: "Tú también llámame perro; Diógenes, para mí, no es más que un sobrenombre; soy, en efecto, un perro, pero me cuento entre los perros de raza, los que velan por sus amigos"

La pareja formada por el perro y su amo también sirve para expresar la amistad, que Diógenes definía como la relación que permite que "una sola alma repose en dos cuerpos".

El cínico gruñe ante todo lo que contradice su ideal de virtud: cualquier cosa que se oponga a la autonomía y la independencia. Platón describe esta extraña manía -fidelidad al semejante, redoblada por la constancia- como el signo distintivo del guardián de la ciudad: "Al ver a alguien que no conoce, el perro manifiesta hostilidad, aun cuando ese hombre nunca antes le haya hecho ningún mal; pero si se trata en cambio de alguien que conoce, manifiesta amistad por más que hasta ese momento no haya recibido nada bueno de esa persona".

2. Retratos con barba y otras pilosidades
Aunque el modelo del filósofo -por decirlo así- fuera la estatuaria, en nuestro caso podemos coincidir con la prescriptiva hegeliana: la recopilación de anécdotas de Diógenes Laercio constituye una colección de fragmentos en la que se expresan la esencia del pensamiento cínico y la sustancia de la escuela y la corriente. Por esa razón, el significado del manto, el báculo, la barba y el cabello largo excede lo puramente anecdótico.

Con la intención de volverse intempestivo, el cínico reduce el vestido a la única función útil para la que fue concebido: proteger del frío, del sol, de la intemperie o de las agresiones naturales. En la época en que lo lucen Antístenes y Diógenes, el triboniun es el único bien de algunos viejos y también de los pobres.

Rechazar la moda implica también no sacrificarse a la uniformidad del momento y a las prácticas de masas, y al mismo tiempo preservar y afirmar una singularidad. De este modo, el comportamiento cínico vuelve inútil la lógica mercantil, ataca al comercio e invita a limitar la circulación de las riquezas y, por lo tanto, el enriquecimiento de los ricos.

Los cínicos usaban barba precisamente para afirmar su proximidad con las bestias.

El cabello estaba generalmente en armonía con el conjunto: largo y más bien descuidado. Sólo Diógenes de Sínope aparece con el cabello corto en la galería de personajes cínicos que nos dejó Diógenes Laercio."

Recordemos el hábito del cínico de dejar que la naturaleza haga su trabajo, y que el desorden y el largo se instalen en el cabello según el capricho del tiempo.

Así vestidos, con el rostro fácilmente reconocible, los cínicos andaban descalzos todo el año y disponían por todo accesorio de un zurrón y un báculo. Solían llevar en la alforja una pequeña colodra o taza con la que recogían agua de las fuentes y los manantiales. Pero un día, al ver que un joven bebía en el hueco de la mano, Diógenes, contrito y confuso, tiró el tazón al arroyo preguntándose cómo había podido cargar durante tanto tiempo un objeto tan molesto y superfluo...

Cuenta la anécdota Diógenes Laercio: "Llegado a Atenas, Diógenes se apegó a Antístenes. Este último lo rechazó: no quería que nadie lo siguiera. Pero la insistencia de Diógenes logró su objetivo. Un día, Antístenes levantó su porra contra él; Diógenes, adelantando la cabeza, le dijo: «Golpea, pues no encontrarás un leño tan duro que de ti me aparte durante tanto tiempo como para que me des la impresión de proferir palabras sensatas». A partir de ese día Diógenes se convirtió en su discípulo".

3. La virtud del pez masturbador
Aristóteles se ocupa de la fauna para establecer leyes

Fue un ratón el que hizo que Diógenes se convirtiera a la filosofía cínica. Mientras ocioso detallaba las idas y venidas del animal, el joven que era entonces Diógenes comprendió que el ratón era un modelo de despreocupación, independencia y libertad: iba y venía sin que le importaran un bledo la oscuridad y el futuro, absorto en un puro presente sin ramificaciones nostálgicas ni imaginarias. Algunos hermanos del anterior, salvo que hieran ratitas que se hubieran hecho adultas en el intervalo, reiniciaron su danza ante la nariz y las barbas de Diógenes, quien intentaba conciliar el sueño en un rincón de la ciudad, arropado en su manto, mientras a algunos centenares de metros del lugar, las familias atenienses acomodadas daban una suntuosa fiesta. Si bien allí se prodigaban las vituallas sin control alguno, Diógenes se había conformado con pellizcar una galleta marinera de la que dejaba caer de vez en cuando algunas migajas. Se preguntaba el cínico si no le convendría tomar algunas de las sobras del ágape ateniense, cuando vio aparecer, como de la nada, a un ratón que se dio un festín con los restos que él dejaba. La situación impresionó de tal manera al sabio que lo hizo meditar sobre la lección recibida: "¿Qué me dices, Diógenes? He ahí un ratón que se regocija y se alimenta con tus sobras mientras tú, en cambio, de alma bien nacida, te compadeces y te lamentas por no poder embriagarte allá, tendido sobre la mórbida alfombra bordada". Y el hombre se hizo filósofo.

La teoría de las Ideas defendida por el autor del Fedón no podía gustarle al sabio de la lámpara. En su manía por las definiciones. Platón había acuñado una frase que, a su entender, definía perfectamente al hombre, a quien llamó en aquella ocasión "un bípedo sin plumas"... Los platónicos consideraron que era una expresión acertada y una clasificación válida, pero no ocurrió lo mismo con Diógenes, quien en su rincón preparaba una contrademostración de facto: después de haber desplumado a un gallo vivo, lo lanzó en medio de una reunión presidida por Platón, con lo cual demostró, silenciosamente, que la definición era inadecuada y que, de todas formas, lo real no podría reducirse al concepto ni a las palabras.

Antístenes se especializó en mostrar hasta qué punto los hechos a menudo contradicen los efectos del lenguaje, de la dialéctica sutil y de la retórica ampulosa de la metafísica.

Los cínicos atacan con ironía y ardor la teoría platónica de las Ideas: se interesan por la inmanencia y las cosas próximas, por la vida cotidiana y lo concreto. Así, ante una mesa, Platón se abismaba en los detalles para demostrar que no tenía realidad en sí misma, puesto que participaba de la mesa "en sí", de la Idea de mesa, sin la cual no habría nada, y lo mismo hacía con las tazas y otros objetos que permitían una aprehensión concreta y sensible. Por su parte, Diógenes afirmaba que no tenía ninguna dificultad para ver objetos como una mesa o una taza, pero que no veía en absoluto las esencias de donde supuestamente derivaban.'" El filósofo idealista conseguía salir del apuro diciéndole al sabio realista que carecía de los ojos de la inteligencia para descubrir aquellas verdades... Antístenes, que ya había combatido en ese mismo sentido, se negaba a enseñar la existencia de "constitutivos específicos y sólo atribuía existencia al ser concreto, individual"." Admitía naturalmente que veía un caballo, pero permanecía ciego a la "caballosidad".

Finalmente encontramos al pez masturbador... El animal le sirve a Diógenes para responder a las preguntas que le formulan sobre Afrodita: ¿cómo comportarse en relación con los deseos? ¿Debemos refrenarlos, contenerlos, tratar de ignorarlos? Al respecto. Platón enseñaba que había que distinguir entre una Afrodita celeste, amorosa guía capaz de conducirnos a lo verdadero, al bien y al conocimiento de las Esencias, y una Afrodita vulgar, consagrada al amor carnal de los cuerpos y al placer sensual. Por supuesto. Platón exaltaba a la primera e infamaba a la última, y luego frecuentaba los burdeles para calmarse. Por el contrario, Diógenes estaba a la altura de sus palabras: vivía en consonancia con su pensamiento y pensaba en consonancia con la vida que llevaba. Dejando a otros la tarea de desacreditar al cuerpo en teoría antes de ir a buscar -legítimamente- el goce, Diógenes invocaba al extraño pez modelo de virtud. Cada vez que sentía un deseo, Diógenes lo satisfacía a fin de no dejarse esclavizar por él y de conservar libre el espíritu. Si no encontraba prostitutas, mujeres fáciles o complacientes, siempre podía recurrir al onanismo antes que a la continencia: "En este sentido -decía Diógenes-, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera. Me sorprende que los hombres no quieran gastar dinero en hacerse frotar los pies, las manos o alguna otra parte del cuerpo -ni los más ricos querrían desembolsar un solo dracma con ese fin-, pero en cuanto a ese miembro en particular, hay quienes gastan más de un talento e incluso hay quienes han llegado a arriesgar la vida"." No hay manera más clara de expresar hasta qué punto es imperioso el deseo y en qué medida es importante satisfacerlo con la mayor de las celeridades. El sabio no permite que el deseo lo aliene; antes bien, lo encauza a través del placer, único remedio a la libido. Todo el pensamiento cínico está atravesado por esta estrategia de evitación: cuando el combate es inútil, porque moviliza un exceso de energía y voluntad, hay que eludir el enfrentamiento y contentarse con los medios que permiten hacer caso omiso del deseo. Antes que complacerse en el ascetismo, hacer de la resistencia al placer una ley, sentirse orgulloso de la laceración y otras mortificaciones, el cínico se vuelve hedonista al preferir la calma que ofrece el goce, más seguro que el estado en que lo deja a uno cualquier renunciamiento. Obedecer al deseo es la mejor manera de olvidarlo.

Ahora bien, procurar el dominio de sí es menos una especificidad estoica que un signo distintivo del sabio antiguo. Para alcanzar la felicidad, el filósofo debe pagar el precio de mantener una relación armónica con el mundo: se trata de que lo real sea menos un obstáculo que una compañía circunstancial. El hombre de Sínope expresaba un franco voluntarismo: "En la vida -decía- nada tiene oportunidad de alcanzar el éxito sin una preparación previa; es el entrenamiento lo que permite superarlo todo. Por lo tanto, para vivir feliz, en lugar de hacer esfuerzos inútiles conviene hacer aquellos que recomienda la naturaleza: los hombres son infelices a causa de su propia estupidez"."

"Para Diógenes, hay dos clases de ascetismos: el del alma y el del cuerpo. En este último, mediante un ejercicio continuo se forman las representaciones capaces de asegurar la soltura de los movimientos que apuntan a realizar actos virtuosos. Ambos ascetismos son imperfectos si no se complementan entre sí, porque tanto la buena forma como la fuerza son igualmente esenciales para el alma y para el cuerpo."-" No debe haber disociaciones que sólo crearían, por un lado, deportistas imbéciles y, por el otro, sacerdotes contritos: unos habrían olvidado el fin de cultivar las aptitudes y los otros habrían descuidado los medios. Ni juegos de estadio –Diógenes dedicó una buena parte de su tiempo a ridiculizarlos- ni prácticas de monasterio. El dominio del cuerpo, de sus posibilidades, de sus capacidades y de sus límites, es el signo que permite reconocer el carácter completo de un asceta.

Diógenes también se ríe de algunos sedientos que, pasando por allí, se desesperan por no encontrar un puesto donde beber un vino de Quios o de Lesbos, mientras a dos pasos de su suplicio corre generosamente un manantial...-

4 El voluntarismo estético
Filósofo es. aquel que, en la sencillez y hasta en la indigencia, introduce el pensamiento en su vida y da vida a su pensamiento. Teje sólidos lazos entre su propia existencia y su reflexión, entre su teoría y su práctica. No hay sabiduría posible sin las implicaciones concretas de esta imbricación. Durante varios años, Cioran estuvo en contacto con uno de estos hombres, un vagabundo, un mendigo que lo interrogaba acerca de Dios, el mal, la libertad y la materia. "Nunca conocí a alguien -escribe Cioran- tan en carne viva, tan ligado a lo insoluble y lo inextricable." Un día Cioran le confió a su visitante que lo consideraba un auténtico filósofo, y desde entonces no volvió a verlo. Este episodio lo hizo llegar a la conclusión de que el filósofo se distingue por su "preocupación por avanzar siempre hacia un grado más elevado de inseguridad".

Las raíces de una auténtica sabiduría escudriñan primero el vientre y luego la cabeza.

Diógenes tiene la intención de promover una vida bienaventurada y dice cómo hacerlo: "El objeto y el fin que se propone la filosofía cínica, como por otra parte se propone toda filosofía, es la felicidad. Ahora bien, esa felicidad consiste en vivir de conformidad con la naturaleza y no según la opinión de la multitud". Demonax irá aún más lejos al decir que sólo el hombre libre es capaz de alcanzar la felicidad. A quien se sorprende ante semejante declaración y cree conveniente señalar que, en su opinión, hay muchas personas felices, el cínico le responde: "Por el contrario, creo que sólo es libre quien no espera nada ni le teme a nada". Desesperar, pues, en el sentido etimológico: dejar de esperar, destruir las ilusiones y las mitologías que rezuma la civilización y que se cristalizan por medio de los instrumentos del conformismo y la convención. Luchar, en suma, contra la fastidiosa tendencia humana a preferir la idea que se tiene de la realidad a la realidad misma.

Antístenes y los cínicos procuran alcanzar la virtud con la menor dilación posible. Nada de largos caminos para alcanzar la sabiduría: la vida es demasiado breve y la sabiduría apremia.

Los caminos largos atribuyen demasiada importancia a los medios, hasta el punto de hacer casi desaparecer los fines. Se olvida el fin para concentrarse en las maneras de llegar a él. Mientras tanto, el período preparatorio es demasiado absorbente. Por una suerte de irónica compensación, hay que pagar con dificultades el tiempo ganado: se avanza más rápido, pero el camino es más arduo. Lo que se gana se pierde en comodidad. Para el asceta cínico la acción es el entrenamiento privilegiado. La anécdota cínica da testimonios en este sentido: el filósofo es un practicante, su método es el gesto, las huellas que deja se concentran en historias -que constituyen el corpus cínico- y en su originalidad.

Si se hubiesen aplicado a ello, Diógenes y sus acólitos habrían alcanzado la consagración. Pero la notoriedad no se adquiere sin poner en tela de juicio la respetabilidad y la dignidad. Y en este sentido era imposible contar con ellos. Eran demasiado rebeldes, demasiado libres. El fragmento, la anécdota, el comentario ocurrente son las formas que más se ajustan al propósito cínico. Sus acciones fueron plurales, múltiples como miríadas. El sistema cínico es comparable al principio espermático de los granos: diversos, sembrados al voleo y abandonados a los flujos, siempre terminan por germinar en una misma inflorescencia.

Los hechos y los gestos cínicos expresan la necesidad de la soberanía singular: cada hombre debe llegar a ser un dios. No hay manera más eficaz de volver caduca la fábula de un dios como figura arquetípica, modelo de un estilo. La vida se vuelve sagrada mientras sea única y susceptible de ser embellecida, porque se la vive a la sombra de una confusión entre ética y estética.

El nihilismo social de Diógenes es fortificante. Con él, reconocemos el carácter definitivamente ilusorio de las perspectivas y las líneas de higa que se nos proponen. Uno no se vuelve sabio aceptando el papel de engranaje de la maquinaria social, sino que, por el contrario, llega a serlo negándose a colaborar. La rebelión es la virtud que fortalece las posiciones estéticas. En el extremo opuesto de la actitud filosófica encontramos las instituciones que quebrantan las singularidades para hacerlas cooperativas: la escuela y la disciplina, el ejército y la obediencia, la fábrica y la docilidad. A las posiciones aglutinantes que se nutren de \os hombres y sus libertades, Diógenes opone la insurrección que libera de toda traba.

El voluntarismo estético cínico incluso es optimista si se hace hincapié en el hecho de que ofrece salidas y soluciones al problema de la existencia. El futuro no es un horizonte limitado, sin perspectivas, pues sólo quien nada espera, quien desespera, es capaz de alcanzar el goce y la beatitud. No esperar lo imposible permite no decepcionarse nunca, y por lo tanto evolucionar en completa calma.

Los trabajos del cínico implican el repudio de los caminos que no conducen a ninguna parte -las sendas del ideal ascético y del renunciamiento- y la preferencia por los senderos que guían a la autonomía y a la independencia: se trata de construir la propia singularidad como una obra de arte que no tiene copia.

El nihilismo estético de Diógenes se complementa con un arduo voluntarismo; la actitud espectacular carece de sentido si no la completa un ardor por la acción en la única dirección que merece el trabajo del estilo; la existencia. En este sentido vale la pena leer la frase de los Ensayos en la que Alontaigne dice: "Nuestro oficio es configurar nuestras costumbres, no componer libros ni ganar batallas o provincias, sino alcanzar el orden y la tranquilidad de nuestra conducta. Nuestra obra de arte más grande y gloriosa es vivir oportunamente. Todas las demás cosas, como reinar, atesorar, ganar, no son más que apéndices y accesorios de lo mayor"."

Anacrónico, este programa ya no parece atraer a los filósofos contemporáneos, más preocupados por fundar nuevas teologías y ortodoxias. El concepto mató a la vida, los malabarismos del lenguaje inocularon el tétanos en lo cotidiano: la existencia es la menor de las preocupaciones actuales. Pero nada nos prohibe desear que en este paisaje de desolación sople un espíritu pagano sobre los montes desiertos y las vastas extensiones lúgubres y poco hospitalarias de nuestro pensamiento contemporáneo. Ese es el precio de una ética poscristiana.

5. Principios para una ética lúdica
Para algunos, el juego tiene su raíz en la voluntad de diversión que, a su vez, surge del conocimiento de lo trágico o de la miseria humana. El juego como tentación de olvidar lo peor. Para los cínicos, el juego parece producir únicamente los goces inmediatos surgidos de la turbulencia, la improvisación, la despreocupación o la fantasía descontrolada. El prójimo no tiene un rol de actor, sino que basta como espectador. También en esto, los cínicos expresan su certeza acerca del atolladero solipsista. En la plaza pública, Diógenes considera a los demás como espectadores, auditorio destinado a un voyeurismo pedagógico: ellos verán, oirán y tal vez comprenderán. La anécdota, la palabra ingeniosa o el retruécano apuntan a producir efectos éticos: una toma de conciencia, podría decirse. Así entendido, el juego revela sus virtudes heurísticas.

[Diógenes] pensaba que así como un buen médico debe ir a socorrer a las personas allí donde abundan los enfermos, es conveniente que el sabio se establezca allí donde hay mayor número de necios, a fin de desenmascarar y corregir su estupidez"

Diógenes practica pues una terapia que es un arte: la psicogogía cínica supone, en efecto, la existencia de dones y talentos, el dominio de ciertas técnicas, una inspiración que nunca flaquea y un sentido afianzado y agudo del diagnóstico y de la prescripción de medicinas. Todo esto imbricado en un ballet que da su lugar al vértigo tanto como a la mascarada, y en el que se encuentran los principales componentes del juego. En los juegos ístmicos, Diógenes practica su arte jubiloso, pero se lamenta de tener tan escasos clientes, lo cual no es extraordinario, ya que tomar conciencia del mal supondría que uno está ya en el camino de la curación. Además hay que decir que el sabio multiplica las dificultades al presentarse en los estadios durante las competencias deportivas. ¿Puede haber preocupación más irrisoria que la prudencia en un lugar dedicado a los fervores deportivos? Diógenes sabe que vencer sin afrontar peligros es triunfar sin gloria.

El cínico revela a sus pacientes las dolencias que sufren. A él le corresponde imponer las consultas, porque no hay nada peor que un enfermo que ignora su mal... "Con todo, me sorprendo -clamaba durante los juegos-. Si pretendiera curar los dientes, todos los que necesitaran una extracción acudirían a mí; si dijera que puedo curar los ojos, todos los que tienen los ojos enfermos se presentarían ante mí; y lo mismo ocurriría si yo pretendiera conocer un remedio para curar la hipocondría, la gota o el catarro. Pero cuando prometo liberar de la locura, la perversidad y la intemperancia a las personas que me escuchen, ya nadie me presta atención, nadie me pide que lo cure, aun cuando pudieran obtener un importante beneficio pecuniario. Pareciera ser que las personas se preocupan menos por estos últimos males que por las otras enfermedades, o que fuera más terrible para un hombre soportar un bazo inflamado o un diente cariado que un alma estúpida, ignorante, ruin, arrogante, voluptuosa, servil, irascible, cruel, perversa, en una palabra, completamente corrompida."- Los males que sufre la humanidad pueden resumirse en un único y mismo orden: los hombres están enfermos de no saber vivir en libertad y de no conocer las delicias de la autonomía, la autosuficiencia y el pleno gobierno de uno mismo. La gran salud, diría Nietzsche. Los síntomas son evidentes: el gusto por lo frívolo, la liviandad, el dinero, el poder, los honores, la mezquindad, la estrechez de proyectos, el conformismo y la sujeción a ideales seculares tales como el trabajo, la familia o la patria.

Obrar según el punto de vista cínico es esculpir la propia existencia como una obra de arte, informar la materia en el sentido aristotélico: dar volumen, superficie, naturaleza, espesor, consistencia y armonía a la vida cotidiana que de ese modo se transfigura. Una vida debe ser el resultado de una intención, un pensamiento y un deseo, y todo hombre debe ser como el artista que apela al conjunto de su energía para producir un objeto irrepetible, único.

Diógenes detesta más que nada a los hombres que contribuyen con ardor y determinación a su propia alienación y se abandonan al azar y la suerte con la mayor de las pasividades. Los cínicos aborrecen la indolencia. La acción supone un compromiso y un conflicto con lo real, un combate singular con la resistencia del mundo. Los hijos de Antístenes saben que la filosofía es un juego y un arte, pero además, al mismo tiempo, un combate.

Diógenes señalaba que también él tenía aptitudes para el combate, la lucha y la competencia, pero que la suya era una batalla contra un enemigo menos ficticio. Cuando se le preguntaba quiénes eran esos adversarios tan implacables que él caracterizaba como espectros espantosos, Diógenes respondía que eran los más temibles, aquellos "que no se dejan vencer fácilmente, aquellos que ningún griego podría mirar a la cara; sin embargo -agregaba-, no son personas que corran, luchen ni salten con pértiga, como tampoco son luchadores ni lanzadores de jabalinas ni discóbolos, sino más bien personas que corrigen a los hombres".

A manera de conclusión, Diógenes atribuye a esos hombres "menos alma que a los cerdos" y señala como sus opuestos a aquellos que se burlan de tales dificultades como lo hacen ciertos niños del juego de dados.

El imperio sobre uno mismo es el único éxito digno del cínico, el único propósito que merece que el filósofo combata y comprometa su energía: "Uno soporta los infortunios despreciándolos; cuando los abordamos diligentemente nada pueden hacer contra nosotros, pero si les rehuimos, si retrocedemos ante ellos, tenemos inmediatamente la impresión de que son más poderosos y más temibles"/

6. Los juegos del filósofo-artista
A mitad de camino entre la tensión y la sensibilidad, entre el concepto y la intuición, este tipo particular de sabio se caracteriza por una aptitud singular para inventar nuevas posibilidades de vida que contrastan con las que ofrecen el hábito y la convención: un nuevo estilo de existencia, un nuevo tipo de expresión. Nietzsche hablaba del superhombre, Diógenes de "almas fuertes" y Antístenes de "seres excepcionales que son en sí mismos una ley viva". El cínico se esfuerza por construir una manera diferente de ser en el mundo y subvierte la retórica clásica que invita a someter la singularidad a la ley y a los principios de lo universal. Con él, la antinomia entre el individuo y la sociedad se resuelve en beneficio del primero y, sistemáticamente, en detrimento de la instancia normativa social. Rebelde y solitario, el cínico hace una única contribución social: la pura soledad.

En vida, Diógenes respondía de buena gana a quienes le preguntaban cómo había alcanzado la sabiduría mediante su trato con Antístenes: "Él me mostró lo que me pertenecía y lo que no me pertenecía. La propiedad no es mía: los padres, los sirvientes, los amigos, la reputación, los lugares familiares, las relaciones humanas, todo eso me es ajeno". En cuanto a lo que sí le pertenecía, continuaba diciendo: "El uso de las representaciones. Antístenes me mostró que ese uso me pertenece de manera inviolable e irrestricta: nadie puede ponerme obstáculos ni obligarme a disponer de él de otro modo que no sea a mi antojo".' Esto en cuanto al Sí...

El No de los cínicos remite a todas las mitologías favorecidas y alentadas por la civilización, a saber: todo lo que obstruye la expresión libre de la singularidad. Todas las instituciones están implicadas, como también las ideologías y los valores comúnmente admitidos, tanto en tiempo de los cínicos como en la actualidad... Si hiciera falta una formulación contemporánea del programa cínico, podría hallársela del lado de los libertarios que no reconocen ni dios ni amo.

Para alcanzar el poder sobre sí, el dominio de sí mismo, Diógenes proponía una técnica sencilla que consistía en reprocharse con idéntica intensidad a uno mismo aquello que con tanto ardor les reprochamos a los demás.* Comenzar entonces por el perfeccionamiento de uno mismo, ocupándose con mayor pasión de las vigas que nos enceguecen que de las pajas en el ojo ajeno... La primera tarea es la purificación: deshacerse de los propios defectos.'

Nietzsche insistía en la parte de fuego que necesita quien intenta superar una moral: "Quienquiera que intente ser un creador en el dominio del bien y del mal debe ser primero un destructor y quebrantar los valores". Inventar y destruir son el reverso y el anverso de una misma moneda, acciones necesariamente vinculadas.

Un día, no se sabe bien por qué, Diógenes terminó siendo ofrecido en venta junto con varios esclavos y aprovechó la ocasión para lanzar imprecaciones a los clientes. A un eventual comprador que examinaba la mercancía y le preguntaba a cada uno qué era lo que mejor sabía hacer, Diógenes le respondió con altivez e indiferencia: "Mandar a los hombres".'' Y, como para ayudar al mercader en su tarea, agregaba: "Anuncia, pues: ¿alguien quiere procurarse un amo?". El carácter arrogante del sabio de Sínope debe de haber seducido a Xeníades -gloria a él-, quien adquirió la filosofía hecha hombre por un puñado de monedas. Las primeras palabras que dirigió Diógenes a su nuevo amo fueron un llamado de atención: "Tendrás que obedecerme aunque yo sea tu esclavo, porque aun siendo esclavos, un médico o un ti monel deben hacerse obedecer"." Sabemos por Eubulo que el filósofo envejeció en la casa de Xeníades, lo cual hace suponer que éste disponía de una cantidad increíble de virtud y humorismo, lo que también lo convierte en sabio. Si bien las tradiciones divergen, se sabe que Diógenes habría sido enterrado junto a los hijos de su amo, a quienes les había enseñado el arte de bastarse a sí mismos.

A manera de imperativo capaz de definir al filósofo artista, podría decirse que es aquel que sabe que el hombre debe superarse para permitir la realización de una subjetividad sin obstáculos: "Conocer lo que es más elevado que el hombre, tal es el atributo del hombre pleno".

7. Metodología del flatómano
El pensamiento occidental teme al vacío y a lo irracional Y se desvela por excluirlos recurriendo a la autoridad de tópicos o formulaciones silogísticas. Así desaparece la subjetividad pura bajo un montón de demostraciones y de operaciones austeras. Y se recobra la paz del alma. Desde Platón, el modelo matemático se vuelve obsesivo cuando habría que restaurar en sus prerrogativas el modelo poético y perentorio que se halla en el pensamiento de algunos sabios presocráticos.

Todo conocimiento es impuro, y quienquiera que avance sin ocultamientos pondrá empeño en reivindicar la impureza de su pensamiento destacando cuáles son sus intereses. Así se impediría que ciertas ideas fijas desaparezcan bajo engañosos megalitos con el pretexto de que han experimentado la mediación de un silogismo, del materialismo dialéctico o de cualquier ley de los tres estados.

Diógenes encontró a un individuo que rendía homenaje a las divinidades lógicas. Con ayuda de proposiciones mayores, menores y premisas, el hombre intentó confundir al cínico. Le dijo: "No has perdido lo que tienes; ahora bien, no has perdido los cuernos, por lo tanto, tienes cuernos". Esto podría confundir a algunos pero no a Diógenes, quien buscó una refutación que no necesitara palabras, o que requiriera de muy pocas: Diógenes "replicó tocándose la frente y agregando: 'Y bien, yo no los veo' "."

Diógenes Laercio la presenta de este modo: "Un día, estando en medio de un ejercicio oratorio, a Metrocles se le escapó una ventosidad involuntariamente. Sintióse tan avergonzado que se encerró en su casa decidido a dejarse morir de hambre". Ciertamente, el flatómano no se andaba con rodeos: la muerte por un poco de aire viciado... Grates el libidinoso, pedagogo por añadidura, a quien un viento -que se me perdone la facilidad- le había traído el chisme de la desventura, preparó su refutación o al menos su consuelo de manera por demás extravagante: en lugar de elaborar un florido discurso inspirado en Demóstenes, se atracó con un plato de habas... Ahora bien, todo el mundo conoce las virtudes carminativas de la legumbre fetiche de Pitágoras. ¡Qué manera más original de construir una diatriba! Así cargado con el gas culpable, el cínico se presentó en el domicilio de un Metrocles contrito y deprimido. Apelando primero a la tradición. Grates hizo un discurso en el cual explicaba que era ridículo mortificarse hasta tal punto por tan poca cosa, que el pudor era una falsa virtud, que no se cometía ningún pecado digno del Hades por dejar escapar inadvertidamente una ventosidad. El flatómano persistía en la amargura y la melancolía. Crates le explicó que aquello era natural, que todos estaban sometidos a estas leyes elementales de la física gastronómica y que de vez en cuando eran víctimas de ellas, incluso el mismo Alejandro. El hermano de Hiparquia se mantenía en sus trece: la vergüenza se había abatido sobre él y ya le sería imposible recuperarse...

Veamos cómo un elogio del flato podría encontrar nobles avales en la historia y la literatura: Hipócrates, por ejemplo, en su apartado titulado De las ventosidades escribió: "Ciertamente, la fuente de las enfermedades no debe buscarse en otra parte (más que en las ventosidades), ya sea porque resulten excesivas o demasiado escasas o que entren en el cuerpo con demasiada precipitación o contaminadas de miasmas morbíficas".'- Aquí ya tenemos un aval médico. Si éste se revela insuficiente, se podría recurrir a la historia de las ideas políticas. Leamos un poco a Suetonio, olvidemos las fechas y juguemos con la cronología. En las páginas que el historiador dedica al emperador Claudio, nos informa que el predecesor de Nerón "pensó en publicar un edicto por el cual daría permiso para emitir ventosidades y flatos durante una cena porque había descubierto que alguien se había enfermado por retenerlos y por respetar las convenciones". "Por supuesto, no había ningún consuelo de efecto retroactivo, pero Metrocles ¿no se habrá sentido reconfortado? De todos modos, si persistía en el marasmo podrían convocarse algunas celebridades más tardías, como Erasmo. "Si un flato sale sin hacer ruido, está bien... Sin embargo, más vale que salga con ruido que retenerlo". O bien Aristófanes, quien pone en escena a Estrepsíades, gran genealogista de los pedos: "Enseguida me atormenta, se revuelve, ruge como un retumbo y después estalla con estrépito. Primero hace, con ruido apenas perceptible, pax; luego pappax; en seguida, papappax, y cuando hago mis necesidades es un verdadero trueno. Parappappax lo mismo que las nubes". Otros habrían invocado al Gitón del Satiricán: "Levantaba a cada instante la pierna y llenaba el camino de ruidos inconvenientes y al mismo tiempo de hediondez". Y por último está Crepitus, a quien Flaubert quiso elevar solemnemente al rango de dios del pedo'^ y muchos otros... Mientras tanto, Metrocles continuaba sin convencerse: no lo persuadían ni la impotencia manifiesta y característica de los discursos y las palabras, ni las demostraciones. Seguía sintiéndose culpable, y ser un "baritronador del culo"," como decía Rabelais, le parecía la peor de las inconveniencias.

La letanía de los filósofos de la ventosidad no había logrado arrancarle una sola sonrisa al desdichado... Fiel al método cínico que prefiere el gesto a la palabra, el acto y el hecho a los dichos. Grates abandonó los libros y aprovechó la ingestión de habas: "Al fin de cuentas. Grates se puso a su vez a ventosear y así reconfortó a Metrocles dándole consuelo con la imitación de su acto. A partir de aquel día, Metrocles se convirtió a la escuela de Grates y llegó a ser un hombre de valor en filosofía". Destinos irónicos: bastaba un espíritu pagano para convertir a un peripatético siniestro en un cínico regocijado.

8. Estrategias Subversivas
Los instrumentos de la psicogogía cínica son múltiples y variados. Es una nueva metodología que privilegia el gesto, el acto o el signo sobre la palabra o el discurso, y que termina por autorizar los juegos de palabras, el humorismo, la ironía y la provocación. A veces el sarcasmo llega a la injuria, pero siempre atendiendo a la idea de iniciar al otro en una sabiduría superior. Nada más alejado del gusto de Diógenes que la maldad pura y gratuita.'

El cínico prefiere la agudeza oportuna reforzada por la brevedad y la concisión, de modo que la sustancia del mensaje se conserve y se haga aún más efectiva. Indudablemente los juegos de palabras son una vía de acceso de tipo mnemotécnico al saber cínico.

El cínico se niega a practicar, como Platón y Aristóteles, una enseñanza esotérica reservada a especialistas, a iniciados, mientras se entrega una enseñanza exotérica a los demás, a quienes no se considera dignos de la otra. Antístenes y Diógenes están interesados en llegar a la mayor cantidad posible de oyentes y no es que crean en las virtudes de una vulgarización masiva; no son necios hasta ese punto. Pero no quieren efectuar una selección a priori en su auditorio: ésta se efectuará a posteriori. El cínico es demócrata, por cuanto da a todos la oportunidad de escuchar el discurso cínico y, por lo tanto, de comprender el alcance del mensaje filosófico. Y al mismo tiempo es aristocrático, porque sabe que no todo el mundo se sentirá interesado y que sólo algunos adherirán a las opciones del perro.

Antístenes y Diógenes confían en este método que fue el que eligieron en los albores de sus magisterios. Saben que la única aristocratización válida es la que se produce ante los hechos y no ante las palabras. La risa que provoca la salida ingeniosa, el rasgo de espíritu o el humor señalan al mejor, a quien podrá comprender. Ser sensible a la singularidad es manifestar una aptitud particular respecto de la subversión y la desestructuración. Freud demostrará que "no todos los hombres son igualmente capaces de adoptar una actitud humorística; éste es un don raro y precioso y muchos hasta carecen de la facultad de gozar del placer humorístico que se les ofrece". He ahí el principio de selección: la capacidad de captar la burla, la broma, si no ya la fantasía. Así se distingue al otro, se lo elige para un proyecto de sabiduría, se valoriza y se promueve su carácter excepcional.

Escuchemos a Antístenes responder a alguien que le pregunta qué clase de mujer conviene desposar: "Si te casas con una bella muchacha, tendrás una mujer fácil; si desposas a una fea, tendrás una vida difícil"." Ya lo dijeron Aristófanes, Plauto y Terencio, también nos lo repitieron Labiche y Feydeau, y para persuadirse definitivamente sólo haría falta echar una mirada alrededor... A pesar de todo, el matrimonio goza de buena reputación y continúa siendo la causa principal del adulterio y los divorcios... Sólo el cínico nos pone sobre aviso y asocia las bodas con los sinsabores...

En el transcurso de otras peregrinaciones, Diógenes se encontraba sobre el pontón de un barco pirata. Los bucaneros lo estaban dejando morir de hambre, cosa que no le hacía ninguna gracia al filósofo, quien se puso a increpar a sus guardias. "Es sumamente curioso -decía- que se cebe con alimentos cuidadosamente preparados a cerdos y corderos destinados a la venta a fin de realzar sus carnes, y que al animal más hermoso, el hombre, se lo entregue a precio vil después de haberlo extenuado a fuerza de hacerlo ayunar."" Habiendo obtenido satisfacción a sus reclamos, completamente despreocupado por el hecho de que sería vendido poco más tarde, Diógenes se dedicó a distribuir sus alimentos y a divertir a los comensales.

los cínicos tampoco aprecian a los hombres de culto ni de Iglesia. Antístenes no se privó un día de zaherir a un sacerdote de los ritos de Orfeo que prometía la salvación a los nuevos conversos, pero sólo después de la muerte. El cínico le preguntó entonces al religioso por qué no moría en ese instante para obtener de inmediato la paz del alma..." Ironía contra los vendedores del más allá

El cínico apela a la duda sistemática e instala el escepticismo en el corazón mismo de los lugares comunes: promueve una lógica emancipadora.

La ironía es una estrategia subversiva que recurre al rayo y a las temperaturas del apocalipsis: con ellos el cínico procura socavar las bases mismas de las mitologías sociales. Menos propicio para desencadenar el caos, el humorismo es más cortés. Con todo, a menudo es el oyente, el espectador, el otro, quien determina el uso de un arma antes que de otra. ¿Es humorismo el que aplica Diógenes cuando le responde a un calvo que lo injuriaba: "No seré insolente contigo, pero felicito a tus cabellos por haber abandonado una cabeza tan sucia"?'* ¿Es ironía lo que lo impulsa a decirle al hijo de una cortesana que le arroja piedras a la gente: "¡Cuidado, podrías pegarle a tu padre!"?" En ambos casos, hay que precisar la actitud defensiva del filósofo: en el primer caso reacciona ante una injuria, en el segundo fustiga a un aprendiz de linchador.

9. Breve teoría del escándalo
Algunos de sus amigos se inquietaban al verlo profesar semejantes opiniones y le preguntaban sobre el sentimiento que le provocaba la certeza de que sería devorado por las aves de presa, las fieras o las ratas. Como materialista convencido que era, Diógenes decía entonces que pusieran un bastón junto a sus restos, a fin de que pudiera desembarazarse de las bestias inoportunas. "Y ¿cómo podrías hacerlo?", le replicaban los amigos. "Estarás inconsciente." Y Diógenes les contestó: "Pero si estoy inconsciente, ¿qué mal podrían hacerme las mordeduras de los animales?"." Apelando a la ironía, Diógenes no podía expresar con una mayor economía de medios su falta total de ilusiones y su repudio de las mitologías y las fábulas que se difunden sobre el destino que nos deparará el más allá. "Podredumbre", le respondía Diógenes a quien le hablara de salvación o de condenación...

Sólo hay verdades relativas a un país y una historia, a un lugar y un tiempo. Nada tendría valor para la totalidad del universo independientemente de las fronteras. Las prohibiciones, al igual que las verdades, son relativas. Lo que es certeza aquí, es duda allá y error en otra parte.

10. Las fiestas del monedero falso
Es necesario que nos demos cuenta de la ingenuidad de nuestros ideales y que sepamos que, en la creencia de haberle asignado la interpretación más elevada posible, no hemos conseguido darle a nuestra existencia humana el valor medio que, justamente, le corresponde"/' Cambiar la ética, y no someterla ya a imperativos utilitarios sino a la exigencia lúdica. De ahí el alineamiento de la moral con una regla del juego que legisla la fiesta.

"Antístenes sostenía (...) que el placer es un bien, pero enseguida agregaba: no cualquier placer, sino el placer del cual uno no ha de arrepentirse.'"" Elogio de un eudomonismo en cierto modo ingenuo, separado de sus relaciones con el principio de realidad y sometido por entero al principio del placer. Se sabe que la culpabilidad y la mala conciencia se responden en eco: la resolución de la antinomia en favor del placer quita toda condición de posibilidad del malestar. Antístenes invita a un placer que no sea culpable, es decir, que no tenga ramificaciones producto de la moral adherida a un ideal ascético.

El filósofo hace del placer un medio, un momento que necesariamente debe atravesarse para alcanzar la tranquilidad y el sosiego del espírim.

11. Gemonías para dioses y amos
La política y la religión son dos de las modalidades de lo sagrado. Ya no hace falta demostrar que la ideología mantiene relaciones íntimas con la trascendencia.

Al cínico no le agrada la religión: sabe hasta qué punto se fortalece limitando las libertades y singularidades individuales. Un sacerdote, del culto que sea, es siempre un censor que trabaja en contra de la vida a través del renunciamiento, que enfrenta a Tánatos contra Eros.

la raíz de toda religión es la alienación de las potencias que se encuentran en el interior de cada uno, la transformación de esas potencias en una hipóstasis, en dioses a los cuales pueda rendírseles culto. La carne de los dioses está hecha de la sangre de los hombres y lo que se le da a uno se le quita al otro. Poco importa que se trate de politeísmo, de monoteísmo o de panteísmo.

Diógenes decía: "El éxito y labuena fortuna de la gente deshonesta reducen al absurdo toda la potencia y la fuerza de los dioses".

Los ritos se ridiculizan abundantemente: Diógenes se burla de las abluciones rituales y proclama por todas partes que tales enjuagues son tan ineficaces paa lavar las faltas de la conducta como para lavar las faltas de gramática.'"A manera de síntesis sobre esta cuestión, Diógenes decía que "cuando veía ocupados en lo suyo a navegantes, médicos o filósofos juzgaba que el hombre era el más inteligente de los animales; pero cuando se detenía ante los intérpretes de sueños, ante los adivinos y ante cualquiera de sus asistentes o ante todas las personas inflamadas de gloria o de riquezas, no encontraba nada más idiota que un hombre". A modo de conclusión, agregaba: "Para vivir bien, hace falta disponer de una razón recta o de una soga para colgarse".

La irreverencia en relación con los dioses aparece acompañada con fiecuencia por una insolencia manifiesta en relación con el poder y especialmente con los que lo ejercen. Los artificios son tan viejos como el mundo: nadie que ejerza el poder -sea legítimo o no, pero ¿cuándo lo es?- se resiste a la tentación de hacerlo derivar de una estirpe sagrada.

La historia ha mostrado que dioses 7 reyes, jefes divinos y soberanos comparten igualmente la carga de respeto, de admiración y de temor. Investidos de un desmesurado bovarismo, los reyes y quienes ocupan cargos semejantes se identifican en mayor o menor medida con demiurgos. Algunos hasta osarán confesar una identidad completa.

Con frecuencia -con demasiada frecuencia-, acercarse al monarca constituye para los intelectuales y los filósofos la ocasión de ofrecer sus senados, y a modo de recompensa o de participación, gozar de una parte del aura que nimba al jefe. Al vivir por procuración, abandonan el espíritu crítico, con todos sus petates, a cambio de lustre. Así encuentran a quien adorar, venerar y luego por quien interceder. Devociones y ejercicios de piedad de toda índole reemplazan la lucidez y la libertad de espíritu. Tocados por la gracia, ofrecen sus buenos y leales servicios: tal el caso de Platón, que cortejó al tirano Dionisio el Viejo de Siracusa, y como si eso no bastara, también a su hijo. Gloria al destino que hizo bien las cosas: en dos ocasiones, las misiones del autor de Las leyes terminaron en fracaso. Una de ellas hasta resultó en un periplo de iniciación durante el cual Platón saboreó el encanto de la esclavitud.

Diógenes es el antídoto de estos oportunistas que prostituyen sus talentos en las causas más deplorables: un jefe de Estado es siempre un hombre deplorable; todo es sencillamente una cuestión de medida y el acomodo es una regla del género. El cínico es impertinente con Alejandro: en esta relación hay un estilo que puede cristalizarse en principio. Verdades elementales: un hombre de poder es la expresión misma de la corrupción, de la venalidad y de la oportunidad. Las ideas son las primeras víctimas de sus caprichos. Todo se sacrifica en aras del pragmatismo, suerte de altar donde el realismo y la eficacia hacen las veces de incienso y turiferario. Paradójicamente, el término que mejor califica a estos señores es "cínico", entendido en su acepción corrompida y vulgar. Para esta ralea, la razón de Estado transfigura el crimen, la traición, el prevaricato y la estafa en gestos heroicos, si no ya patrióticos, destinados al bien de la nación. El intelectual -y el filósofo, por cuanto es una de las figuras de la inteligencia- debe ser la mala conciencia de los amigos de los Elíseos políticos.

El menor detentor de poder que se presentaba como tal o que indicaba su condición en ese sentido, atraía inmediatamente las pullas de Diógenes. Por ejemplo, un eunuco vicioso y desagrada ble había escrito en el frente de su casa: "Nada malo entra aquí". Diógenes le preguntó sorprendido: "¿Cómo podrá entonces entrar el dueño de casa?'"''. No tenía en mayor estima a los custodios o guardias de la institución que fuera.

Un día vio en las calles de Atenas a un ladrón que había robado un jarrón de propiedad del tesoro y pasaba escoltado por dos guardias. Sin demora apostrofó al trío: "He aquí a dos grandes ladrones que arrastran a uno pequeño",'' prefigurando así con muchos siglos de antelación la tesis desarrollada por Michel Foucault en Vigilar y castigar, segiin la cual cuanto más se reprime con rigor y de manera ejemplar a la pequeña delincuencia tanto mejor se enmascara la grande, institucionalizada y practicada con la bendición, si no ya con la complicidad, de los poderes: el ladrón de jarrones como chivo emisario que dispensa del peso de la ley a los auténticos delincuentes.

Una vez le preguntaron a Diógenes cuáles eran los animales más feroces y él respondió: "En las montañas, los osos y los leones; en las ciudades, los funcionarios del fisco y los sicofantas".

A la pregunta: "¿Qué es lo mejor del mundo?", Diógenes respondía: "La libertad en el decir".'"Y el comentarista que nos relata su declaración agrega que "[Diógenes] ponía la libertad por encima de toda otra cosa".

La posición del cínico respecto de la política es el tema de una de las imágenes transmitidas por Estobeo: cuando se le preguntaba a Antístenes hasta qué punto había que implicarse en las cosas públicas o en los asuntos de la ciudad, él respondía: "Como uno se acerca al fuego; si se mantiene demasiado alejado, sentirá frío; si se coloca demasiado cerca, se quemará".

Etienne de la Boétie en su Discurso sobre ¡a scrcidinnhre voluntaria, en el cual podemos leer: "Es una desgracia extrema estar sujeto a un amo del que nunca puede asegurarse que sea bueno, porque siempre tendrá el poder de ser malo cuando le plazca".-

La lección de semejante peripecia es que uno siempre pierde su alma al ir en el sentido del rey y que, en cambio, gana en nobleza despreciando los ideales comunes con que los poderosos sientan las bases para fiíndar su dominio.

Para convencerse de la nobleza de la misión, ante todo hay que hacer el duelo de un viejo mito inoportuno que surgió con Platón en La República: el del filósofo rey. Hay quienes creen que basta acercase al rey para convertirlo en un filósofo, como si por osmosis la inteligencia circulara de uno al otro en un misterioso proceso de vasos comunicantes. Colocad a un filósofo junto a un monarca y éste se volverá sabio: primer error, primer lugar común. Un rey no podría llegar a ser auténticamente un filósofo sin desear al instante deshacerse de la carga de soberano para ocuparse de la única realeza que vale: la que hace de uno su propio amo. Otros piensan que habría que persuadir al filósofo de convertirse en rey: segundo error, segundo lugar común. Marco Aurelio muestra, si hiciera falta, que se puede ser filósofo y conducir los asuntos del imperio sin luces particulares, e incluso equivocándose, en su caso, en cuanto a los cristianos. Además, cualquier sabio que llegara al trono perdería su humanidad y sus principios en el momento mismo de sentarse en él.

No podría tenderse un puente entre el filósofo y el rey, entre el saber y el poder, a menos que se dé una corrupción radical de uno de los dos términos, casi siempre el de la sabiduría.

12. Exégesis de tres lugares comunes
Actualmente el trabajo es la instancia que permite que la esclavitud perdure adquiriendo formas modernas y convenientes. Además, tienen la suerte de ser apreciadas como tales y de que se las acepte globalmente, a veces hasta con cierta complacencia...

Los griegos no se equivocaban en este sentido y reservaban el trabajo a los esclavos y a todas las categorías excluidas de la ciudadanía: "El trabajo era indigno del ciudadano, no porque estuviera reservado a las mujeres y a los esclavos, muy por el contrario, estaba reservado a las mujeres y a los esclavos porque 'trabajar era rendirse a la necesidad'".- Someter la subsistencia, la supervivencia material al trabajo es caer en la categoría de los trabajadores en el sentido más estricto del término.

Antístenes repudiaba el trabajo no por esta razón, sino porque el trabajo corresponde fundamentalmente a la civilización:^ es la actividad prometeica por excelencia, y exige un tributo pagado a la sociedad, al grupo y a las estructuras. El hecho de que la actividad laboriosa se reserve a los esclavos y a las mujeres y distinga a los excluidos de la Ciudad sería para él, más bien, una razón seductora. Si Antístenes critica esta variación sutil sobre el tema de la esclavitud, lo hace porque el trabajo supone un exceso de sumisión al orden social.

En nuestra época los cínicos habrían disfrutado leyendo El derecho a la pereza, que insiste en mostrar el trabajo como la suprema alienación. En él, Paul Lafargue dice: "Una extraña locura posee a las clases obreras de las naciones donde reina la civilización capitalista. Esta locura conlleva miserias individuales y morales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su progenie. En lugar de reaccionar contra esta aberración mental, los sacerdotes, los economistas y los moralistas han santificado el trabajo".*^ Texto programático y premonitorio... ¡Cómo han llegado a confirmarse hoy las observaciones de Lafargue! La evolución del mundo contemporáneo le da cada día más la razón. La prisión se ha vuelto dorada; se la acondiciona, se hace cada vez más solapada y, por oscuras alquimias, termina por presentarse como un nuevo Edén, la condición de posibilidad de la realización de uno mismo o el medio de alcanzar la plena expansión individual. No seamos ingenuos: nadie puede esperar que los sacerdotes, los economistas y los moralistas hagan otra cosa que no sea cantar a coro los méritos de esta virtud que exime tan eficazmente de aplicar cualquier vigilancia

El único que escribió algunas líneas muy pertinentes sobre esta cuestión fue Nietzsche, el vilipendiador de sacerdotes, economistas y moralistas. Dice en Aurora: "En la glorificación del 'trabajo', en los infatigables discursos sobre la 'bendición del trabajo', veo la misma segunda intención que en las loas dirigidas a los actos impersonales y útiles a todos: a saber, el temor de todo lo que sea individual. En el fondo, a la vista del trabajo -nombre con el que siempre se hace referencia a la dura labor que se extiende de la mañana a la noche-, uno siente hoy que esa faena constituye la mejor de las policías, que es una rienda que contiene al individuo y consigue obstruir vigorosamente el desarrollo de la razón, de los deseos, del gusto por la independencia. Al tiempo que consume una extraordinaria cantidad de fuerza nerviosa y la sustrae a la reflexión, a la meditación, a la ensoñación, a las preocupaciones, al amor y al odio, presenta constantemente ante la vista un objetivo mezquino y asegura satisfacciones fáciles y regulares. Así es como una sociedad donde la gente trabaja tenaz y permanentemente tendrá mayor seguridad: y hoy se adora a la seguridad como la divinidad suprema".' ¿Hace falta agregar algo más?

El ocio sólo puede funcionar como un concepto operativo, partiendo del cual es posible distinguir al hombre libre del siervo. Nietzsche da la fórmula: "Quien no disponga de las dos terceras partes de su jornada para sí mismo es un esclavo, independientemente de lo que sea además: político, comerciante, funcionario o erudito"/ Y Lafargue no nos dice otra cosa cuando invita a reducir al máximo el tiempo dedicado al trabajo: "Que [el individuo] se obligue a no trabajar más de tres horas diarias y a holgazanear y jaranear el resto del día y de la noche".' Podemos imaginar que éstos son textos que los cínicos aprobarían unos veinticinco siglos después de su tiempo.

Diógenes se reía de las virtudes burguesas y "afirmaba que hasta el mismo Sócrates llevaba una vida de molicie: en efecto, se recluía en una confortable casita. Un lecho pequeño y un par de pantuflas elegantes, que usaba de vez en cuando"

Castillos y propiedades alejan al hombre de la autenticidad. El tener es siempre un obstáculo para el ser: lo que uno compra no podría tener verdadero valor. La auténtica riqueza es la autosuficiencia"^, pues uno no posee la riqueza sino que es ella la que nos posee. Favorino enseñaba las mismas cosas sobre este tema, pero además agregaba algunas recetas para alcanzar la sabiduría. "Uno se enriquece de verdad -decía- en la medida en que su saber se sitúe de este lado de sus deseos".'** El pobre es siempre quien desea más de lo que puede adquirir. En definitiva, es menos una cuestión de cantidad que de relación con el dinero: una cuestión de calidad. No es pobre quien creemos. Lo necesario es suficiente: desear lo que uno puede ofrecerse es encaminarse hacia la felicidad.

Continuando su exégesis de los lugares comunes, el cínico ataca a la familia y las prácticas virtuosas asociadas con ella. Tal el caso del matrimonio, que corresponde a la religión doméstica según la cual la mujer se hace cargo de un sacrificio sistemático: deja al padre para encontrar un marido, con lo cual no hace más que cambiar de cadenas.

Contra el matrimonio, el cínico promueve la unión libre, confiada al capricho de la fantasía. Cuando uno es joven siempre es demasiado temprano para casarse; y cuando uno es viejo siempre es demasiado tarde."

De modo que los cínicos manifestaron una mayor tolerancia que todos los demás griegos, incluso mayor que la del resto de los filósofos griegos, contrariamente a lo que se ha escrito sobre este tema.'" Pues hay que destruir el mito según el cual Grecia fue un lugar privilegiado para las prácticas homosexuales desculpabilizadas.

Lo que hoy y desde hace mucho tiempo se nos presenta como un modelo de democracia merece una revisión a fondo. En efecto, ¿qué clase de democracia es aquella que deja de lado a la mitad de la humanidad al excluir a las mujeres, y que entre los hombres pasa por alto a todos aquellos cuyos padres no sean ciudadanos? Los metecos, es decir, los extranjeros domiciliados en Grecia, tenían prohibido comerciar, ser propietarios de tierras, participar en los tribunales y asambleas o casarse con mujeres atenienses. ¿Hace falta decir que los siervos, los obreros, los menores y los marineros no tenían derecho a la ciudadanía, que sólo podían pretenderla los hijos varones nacidos de padre y madre ciudadanos?

Las leyes civiles son inútiles; sólo las leyes naturales merecen consideración, ya que "sean cuales fueren sus destinatarios, buenos o malos, los buenos no tienen necesidad de ellas y los otros no se volverán mejores a causa de ellas".''' El positivismo jurídico, como puede conjeturarse, no satisface al cínico, quien conoce la carga de engaño contenida en el derecho positivo. El contrato, la norma social o la legislación no impiden que las naturalezas peligrosas se expresen y causen perjuicios. Más conveniente sería en cambio invitar a una mayor práctica filosófica, a un mejor conocimiento de las leyes naturales, a fin de regular los instintos destructores. Pero sobre este tema los cínicos no son proselitistas: saben que nada puede esperarse de lo colectivo. Sólo unos pocos serán captados; los demás continuarán su vida desordenada y mezquina. El proyecto cínico no es colectivo; por el contrario, propone una revolución singular como consecuencia de la cual el derecho positivo pierde su razón de ser en favor de una ley superior -la ley de la naturaleza-, que es la única que le concierne al filósofo.

Libre de ir adonde más le plazca, el filósofo cínico se siente en su casa esté donde esté, porque en todas partes es un exiliado. Por lo demás, con mucha frecuencia se le notificó un exilio que él abrazó por su propia cuenta: ¿cómo sorprenderse entonces de que Diógenes hiciera el elogio del exilio y de que Grates siguiera sus pasos?" Así es cómo a la pregunta "¿De dónde eres?", Diógenes respondía: "Soy ciudadano del mundo, (pues) la única verdadera ciudadanía es la que se extiende al mundo entero"."Y Crates acuñará esta soberbia fórmula para responder a la misma interrogación: "Soy ciudadano de Diógenes".

Conclusión
Los cínicos son atemporales y, por consiguiente,de una candente actualidad. La mejor manera de perdurar consiste en no pertenecer a ninguna época, pues de ese modo todo tiempo es el tiempo de uno. Indiscutiblemente, Diógenes podría encontrar su lugar en las postrimerías del siglo XX. Que no esté presente no significa que no haga falta.

La filosofía muere por vivir únicamente en el claustro universitario y por descubrirse parsimoniosamente sólo en lugares confidenciales. Ha perdido todo contacto con la calle y la interrogación común para convertirse en una nueva teología a la medida de los laicos nostálgicos del poder de la Iglesia. En este sentido, Nietzsche escribió: "En las universidades nunca se enseñó el único método de la crítica, el único método convincente que se puede aplicar a una filosofía, es decir, el que consiste en preguntarse si es posible vivir según sus principios; allí sólo se enseña la crítica de las palabras mediante las palabras".^

Ni grosero, ni inclinado a las lamentaciones, ni plañidero ni presagiador del retorno de la barbarie o la decadencia, el cínico es un insolente para quien la filosoñ'a es un antídoto contra la perpetua arrogancia de los mediocres.

Apéndice
Fragmentos de cinismo vulgar
Esbozar una breve teoría del cinismo vulgar equivale a proponer un resumen de la historia de la humanidad. La altanería, la hipocresía y el engaño son los motores de lo real. Como tales, dan volumen y forma al mundo. Tratar de encontrar algunas figuras emblemáticas implicaría casi inmediatamente intimar a todas o casi todas las funciones sociales a presentarse en el singular tribunal. Veamos, en cambio, cuáles son las prácticas que caracterizan el cinismo vulgar.

La esencia de esta retórica engañosa estriba en subordinar exclusivamente la acción a la eficacia, al éxito, sin dar lugar a ninguna otra consideración. El pragmatismo funciona como una garantía seudofilosófica: lo verdadero se confunde con lo eficaz, con lo que surte efecto. Difundida por la expresión proverbial, esta lógica se concentra en la fórmula según la cual el fin justifica los medios.El cínico vulgar se manifiesta ante todo en virtud del sacrificio evidente que hace del estilo en favor del éxito.

El cinismo religioso pone en escena una mitología que recurre al terror para asentar su poder. Se apela a lo sagrado, a lo intangible y a lo divino para promulgar una serie de prohibiciones y de invitaciones a la purificación que siempre apuntan a la realización de lo que Nietzsche llamaba con justicia "el ideal ascético".

Toda religión apunta a la muerte de la singularidad y a la realización de una comunidad, de una asamblea, a lo que la etimología cristiana formulará mediante la palabra "iglesia".

Los medios son religiosos, los discursos teológicos, y el objetivo, policial. Todo cinismo vulgar apunta siempre a un orden.

Las religiones funcionan en virtud del odio a la vida y del nihilismo: se apoyan en la repugnancia y luego invitan a anticipar la muerte como el mejor modo de instalarla en el corazón de la vida. El cinismo religioso es un cinismo vulgar por cuanto invita a preferir la hipótesis a lo real, y desacredita la vida de aquí abajo en nombre de una vida en el más allá. Se desprecia lo real en favor de lo imaginario, transfigurado en certeza por la mediación del objeto de fe.

El juego consiste en desmerecer la vulgaridad del presente en nombre de un hipotético futuro. La exacción presente se justifica en virtud del resultado mirífico que se obtendrá más adelante. El cinismo político supone recurrir excesivamente a la moralidad del mañana para ocultar mejor la inmoralidad de hoy. El perspectivismo político pretende legitimar el estado de hecho cínico en nombre de un ideal de la razón esencialmente teórico.

La acción política es, por definición, cínica: justifica mediante el derecho, la ley o la necesidad histórica lo que corresponde fundamentalmente a pulsiones neuróticas. Estar en posesión del poder corrompe a cualquiera. La tentación de usarlo primero y de abusar de él después es demasiado grande.

Después de Platón, parece imposible formular mejor el imperativo hipócrita inherente a la política. Botero o Maquiavelo no hacen más que ofrecer variaciones sobre este tema platónico. El autor de El príncipe modula la suya partiendo de la noción de pragmatismo. Se trata de encontrar en el resultado la legitimación de los medios. Para hacerlo, escribe: "Es justo, cuando las acciones de un hombre lo acusan, que el resultado lo justifique, y mientras ese resultado sea feliz, como lo muestra el ejemplo de Rómulo, siempre lo excusará".' El florentino nunca ocultará que el único problema de filosofía política que merece plantearse es el doble aspecto del acceso al poder y el mantenimiento en el poder. El bien se identifica con aquello que permite obtener el poder y conservarlo.

Lo demás es vicio. Maquiavelo anuncia que hay que "vencer por la fuerza o por la astucia"" y enumera los métodos apropiados que van del fingimiento al asesinato, de la hipocresía a la expedición punitiva, de la mezquindad al pillaje. El Príncipe tiene la obligación ética de "obrar contra la palabra, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión".' Bien sabemos hasta qué punto está presente la lección de Maquiavelo en la invitación a hacerse pasar, según la oportunidad, por león o por zorro, hacerse fiíerte o astuto.

El cinismo militar consiste en presentar el apocalipsis guerrero o terrorista como algo útil, necesario para mantener el orden establecido o para producir un orden nuevo. El fin disciplinario justifica los medios brutales y desenfrenados.

Recordemos que Platón describe una sociedad donde reinan la justicia, la armonía y la inteligencia.) En Las leyes, el filósofo llega a mostrar sin ambigüedad que

La obediencia es el fundamento de todo orden político: de todas las leyes, "la más importante es que nunca nadie, ni hombre ni mujer, esté sin un jefe; que nadie, ni en sus ocupaciones serias ni en sus diversiones, deje que su alma tome la costumbre de hacer lo que sea por sí misma, dejándose aconsejar únicamente por ella misma; que, por el contrario, tanto en plena guerra como en plena paz, viva siempre con los ojos puestos en ese jefe y siga siempre sus pasos, aceptando que hasta en las cosas más ínfimas lo gobierne". El objetivo platónico, que por lo demás se confunde con el de los políticos, los sacerdotes y los militares, es que "siempre la vida forme, en la medida de lo posible, un bloque único"." Aborrecimiento de la singularidad, del carácter único, de la mónada: todo el cinismo vulgar está animado por este temor a la falta de cohesión, a la falta de consistencia del orden social. Los reyes y sacerdotes elaboran el modelo político y los guerreros lo ponen en práctica asegurándose la docilidad, la sumisión y la obediencia de los subditos. Con el pretexto de proteger, de impedir el disenso y de evitar el caos, el guerrero instala el terror, la arbitrariedad y la coacción.

El cinismo es inherente al ámbito militar: jerarquizar es una manera de ejercer la dominación, de justificarla, de hacerla entrar en la realidad. Disciplinar es combatir, instalar el caos, adelantarse al desorden con el pretexto de instaurar un nuevo orden.

El cinismo militar es vulgar por cuanto propone los medios más bárbaros -agresividad, asesinatos, torturas, odio, salvajismo, violaciones, pillajes, desdén- para lograr fines enmascarados con oropeles por completo diferentes: triunfo de la civilización, el orden, la libertad, la independencia. Quizás éste sea el ámbito en el que los fines están más alejados de los medios y en que resulta más palmaria la contradicción entre ambos. Soldado de la paz, un militar es ante todo un profesional de la muerte.

La tercera y última instancia de lo social está compuesta por todos aquellos que no son ni reyes, ni sacerdotes, ni militares. En este grupo se encuentra, por supuesto, el pueblo, pero convengamos que el término es muy vasto e impreciso cuando se considera que habría que incluir en él a quienes ejercen el poder en el interior mismo de esta esfera. Los otros dos ámbitos de lo social afirman su poderío en terrenos que no son exclusivamente los suyos. En este caso, la masa organizada cuenta con comerciantes, artesanos, productores en general, pero también con hombres que sencillamente están comprometidos en la más desnuda de las intersubjetividades; aun cuando no se pueda negar esta dimensión entre los sacerdotes, los reyes y los militares, para mayor comodidad examinaremos ahora el cinismo ético.

Marx puso en evidencia la rapacidad de los capitalistas, de los economistas y de los financistas que aceitan la maquinaria con vidas humanas, al precio de la salud psíquica y la integridad corporal. Para reconocer la objetividad de las preocupaciones de Marx basta detenerse en las páginas en las que se limita a citar informes de inspección redactados por enviados del ministerio del Interior: el trabajo comienza antes de la hora legalmente estableciday termina después. Las horas ganadas así, ilegalmente, terminan por totalizar veintisiete jornadas laborales por persona y por año. El funcionario del ministerio escribe:

"Cuando sorprendemos a obreros trabajando durante las horas del almuerzo o en cualquier otro momento ilegal, se nos da el pretexto de que ellos mismos son los que no quieren, por nada del mundo, abandonar la fábrica, y que hasta [la empresa] tiene que obligarlos a interrumpir el trabajo (para efectuar la limpieza de las máquinas, por ejemplo), particularmente los sábados a la tarde". Ahora bien, continúa el informante, si no se detienen es porque sencillamente no se les permite un momento de descanso. Y no se les permite simplemente porque la multa a que se expone [la empresa] en caso de que se compruebe el delito es menos elevada que las ganancias obtenidas gracias a este subterfugio. Se trata, dicen los inspectores, de "pequeños hurtos del capital" o de una "pequeña ratería de minutos". Económicamente, este escamoteo contribuye a la formación "de la plusvalía mediante el trabajo adicional".

Este tipo de cinismo no vacila en hacer de la vida humana el combustible de sus ganancias y beneficios. El dinero es el fin que autoriza todas las exacciones. Las formas han evolucionado un poco, pero la sustancia de la empresa capitalista ha permanecido idéntica: sacrificar hombres a los imperativos económicos, dejar de lado la singularidad en beneficio del conjunto. El objetivo es la rentabilidad y todo lo que la contradiga será implacablemente restringido. Por otra parte, los salarios de miseria a cambio de las tareas más humillantes, más repetitivas, más maquinales, permiten obtener rendimientos inconmensurables de los que se dice, cínicamente, que no están destinados a los propietarios sino a la reinversión para adquirir medios de producción superiores. Y, sin pérdida de tiempo, ese dinero inyectado en la adquisición de nuevas máquinas multiplica aún más los beneficios. La riqueza de unos se paga con la explotación de los otros y todo se ajusta perfectamente en un movimiento infernal.

En realidad, podríamos sencillamente asociar el cinismo mercantil al cinismo ético, pues este último fragmento del cinismo vulgar es el motor de los demás, y es el fundamento de los cinismos religioso, político, clerical y militar. Estriba claramente en el repudio de la intersubjetividad en favor de una relación disciplinaria y jerarquizada. El cinismo ético se distingue esencialmente por la denegación de la dignidad, la voluntad deliberada de hacer del prójimo un medio para alcanzar los propios fines: el otro es alguien a quien hay que vencer, una presa que debe ser atrapada, un adversario al que hay que reducir.

lunes, 5 de enero de 2015

Mujer cosificada; mujer cosa; cosa mujer...

Espero que no suene a crítica.
Pero va a sonar como una crítica.
Entonces, ¿cómo hago para que no se entienda como SÓLO una crítica?
No sé.
ACLARACIÓN: Lo que sigue no es, únicamente, una crítica.
¡¡¡LLEGÓ EL VERANO!!!
Y me encanta. Entre todo lo que el verano nos trae, están las coberturas periodísticas desde la playa; ese recurso que llena espacios muertos y que ¿divierte? a la gente. Pero, bueno, lo cierto es que el verano es verano y con sus temperaturas altas, todos usamos menos ropa. O casi todos, porque las monjas, creo, no le aflojan al atuendo.
El tema es que hoy me preguntaba: ¿Cuál es la verdadera hipocresía, enojarse con la cosificación de las mujeres, o la cosificación en sí misma?
Para que se entienda, aclaro, que me cuesta entender algunas cuestiones; me cuesta encontrarle la vuelta al decir una cosa y terminar haciendo otra; me cuesta entender el uso caprichoso de algunas definicioens, que cuando convienen son buenas y cuando no, son malas; me cuesta aflojar la sesera y no preguntarme ¿qué carajos estamos haciendo? Me cuesta.
Siempre fui duro de entendedras, y con los años (igual que los vinos), todo se nota más.
Resulta ser que hay campañas que nos hablan EN CONTRA de la cosificación de la mujer, pero no existe evento deportivo automovilístico que no esté lleno de promotoras en culo. Literalmente EN CULO. Pero también están las porristas de algún equipo de fútbol, y las promotoras en el supermercado, y los programas de TV, y... La cuestión es que PARECERÍA que no todas las minas en culo serían una muestra cabal de la cosificación de la mujer. Todavía se necesita una investigación más exhaustiva, pero casi puedo afirmar que solamente los culos planos, caídos, extremadamente anchos y/o delgados, demuestran que esa COSA DE MUJER no debería ser mostrada. A Luli Sazalar la hacen desfilar entangada mientras le gritan y dicen de todo, pero a Ana María Giunta la muestran tapada hasta las uñas de los pies.
Y por si no se entendió, lo anterior fue un ácido sarcasmo.
Claro, en toda esta amplia y muy extendida campaña contra esta cuestión que no me queda clara cual es, las mismas mujeres se encargan de enturbiarlo bastante más. No me parece que exista una consciencia clara, respecto de que ELLAS MISMAS BOICOTEAN la campaña contra su cosificación, COSIFICÁNDOSE. A ver, si no te gusta que te cosifiquen, ¿por qué salís TAN EN CULO? Si le das al supuesto ogro, lo que el supuesto ogro pide; sos parte de la cosificación. Cuando alguien dice "A VER, DATE UNA VUELTITA" ¿está buscando que la mujer se luzca o sólo mostrar  el culo y las tetas? Está claro que el cerebro, la buena onda, la simpatía y la calidez, en "DATE UNA VUELTITA" no se notran. Cuando alguien le pide a una mujer que muestre más de lo que ya está mostrando, ¿no está exibiendo "la mercadería", no se parece al "calar la (sic) sándia"? Cuando una mujer se justifica con un  "soy rubia", o "soy mujer", ¿no está contribuyendo a su propia cosificación?
Hoy se me cayó encima esta cuestión, viendo al notero de un canal entrevistar gente en la playa. Pero no es la primera (ni será la última) vez que escriba sobre esto; que no es importante pero sí, confuso. Al menos, para mí resulta confuso. ¿Querés o no ser una cosa? Dicho así, parecería que las mujeres son responsables de su cosificación. Y nada de eso, pero contribuyen, al menos, en parte.
En las campañas ¿en contra de la cosificación de la mujer? que escucho o veo por ahí, no encuenrtro las críticas (mucho menos las denuncias) a algunas actividades que resultan CLARAMENTE en la cosificación de algunas mujeres. No, de la ropa que le tatúan (porque eso no es ponerse) a las promotoras, no se habla. Pero sí se escucha nombrarlas como "promoTROLAS" o "promoTURRAS". De las tetas y culos en las publicidades de yogur o helado, tampoco. De los conductores / periodistas / artistas que glorifican "los lomos" como si "esa cosa" no tuviera nada más que lomo; y de "ese lomo" que agradece las alabanzas como si estuvieran por erigirle un altar tampoco se escuchan críticas.
Definitivamente de muchas cosas, se calla. De muchas otras, se ignora. De otras, nada de nada.
¡En fin!