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jueves, 27 de marzo de 2014

Aprendiendo - Jorge Luis Borges (12/05/2010)

*** LO PUBLIQUÉ COMO NOTA EN FACEBOOK EL 12/05/2010 ***
Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende que el AMOR no significa acostarse.
Y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender ....
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes ... y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que, si es demasiado, hasta el calor del Sol puede quemar.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno es realmente fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende ... y así cada día.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien, porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad.
Con el tiempo te das cuenta de que si estás con una persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo aprendes que los verdaderos amigos son contados y que quien no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de falsas amistades.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en momentos de ira siguen hiriendo durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es atributo sólo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, es muy probable que la amistad jamás sea igual.
Con el tiempo te das cuenta que aun siendo feliz con tus amigos, lloras por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá multiplicadas las mismas humillaciones o desprecios. 
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el sendero del mañana no existe.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas y forzarlas a que pasen, ocasiona que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás a los que se marcharon.
Con el tiempo aprenderás a perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, pues ante una tumba ya no tiene sentido.
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo..."

El Principito - Mis recortes (21/08/2011)

*** NOTA QUE PUBLIQUÉ EN FACEBOOK EL 21/08/2011 ***

En la dedicatoria
…bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria…

Capítulo I (dibujo de la boa digiriendo un elefante)
Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.

Capítulo II (encuentro con El Principito)
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer.

Capítulo III (con el dibujo de la caja que adentro tenía un cordero)
Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:
—Derecho, camino adelante… no se puede ir muy lejos.

Capítulo IV (sobre el planeta de origen de El Principito)
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.
Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.
Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!" Pero si les decimos: "el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.

Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras.

Es posible, en fin, que me equivoque sobre ciertos detalles muy importantes. Pero habrá que perdonármelo ya que mi amigo no me daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco como las personas mayores. He debido envejecer.

Capítulo V (sobre la dieta del cordero que está dentro de la caja)
Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla.

"Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil".

Capítulo VI ( sobre el asteroide de El Principito)
— ¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste:
— ¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.— El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?
Pero el principito no respondió.

Capítulo VII (El Principito se preocupa porque el cordero podría comerse la rosa)
— Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
— ¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
— ¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas…
—Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: "¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!"… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!

La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…". No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!

Capítulo VIII (sobre la flor vanidosa que creció en su asteroide)
"Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito— nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso…
Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme".
Y me contó todavía:
“¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla".

Capítulo IX
— He sido una tonta —le dijo al fin la flor—. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
— Sí, yo te quiero —le dijo la flor—, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz. . .
—Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas.

Capítulo X (Visitando el asteroide del rey)
Si yo ordenara —decía frecuentemente—, si yo ordenara a un general que se transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del general, sino mía". Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar
— Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio

Capítulo XI (el Principito visita el asteroide del vanidoso)
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.
— ¿Tú me admiras mucho, verdad? —preguntó el vanidoso al principito.
- ¿Qué significa admirar?
— Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
— ¡Si tú estás solo en tu planeta!
— ¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
— ¡Bueno! Te admiro —dijo el principito encogiéndose de hombros—, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.

Capítulo XII (visita el asteroide del borracho)
— ¿Qué haces ahí? —preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio ante un sinnúmero de botellas vacías y otras tantas botellas llenas.
— ¡ Bebo! —respondió el bebedor con tono lúgubre.
— ¿Por qué bebes? —volvió a preguntar el principito.
— Para olvidar.
— ¿Para olvidar qué? —inquirió el principito ya compadecido.
— Para olvidar que siento vergüenza —confesó el bebedor bajando la cabeza.
— ¿Vergüenza de qué? —se informó el principito deseoso de ayudarle.
— ¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio.
Y el principito, perplejo, se marchó.

Capítulo XIII (visita al asteroide del hombre serio)
El hombre de negocios levantó la cabeza:
— Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde. Hacía un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre serio. Y la tercera vez... ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues, quinientos un millones...
— ¿Millones de qué?
El hombre de negocios comprendió que no tenía ninguna esperanza de que lo dejaran en paz.
— Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo.
— ¿Moscas?
— ¡No, cositas que brillan!
— ¿Abejas?
— No. Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!
— ¡Ah! ¿Estrellas?
— Eso es. Estrellas.
— ¿Y de qué te sirve ser rico?
— Me sirve para comprar más estrellas si alguien las descubre.
"Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos como mi borracho".
— Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...
El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.

Capítulo XIV (visita al asteroide del Farolero)
Cuando llegó al planeta saludó respetuosamente al farolero:
— ¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol?
— Es la consigna —respondió el farolero—. ¡Buenos días!
— ¿Y qué es la consigna?
— Apagar mi farol. ¡Buenas noches! Y encendió el farol.
— ¿Y por qué acabas de volver a encenderlo?
— Es la consigna.
— No lo comprendo —dijo el principito.
— No hay nada que comprender —dijo el farolero—. La consigna es la consigna. ¡Buenos días! Y apagó su farol.
Luego se enjugó la frente con un pañuelo de cuadros rojos.
— Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.
— ¿Y luego cambiaron la consigna?
— Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado —dijo el farolero—. El planeta gira cada vez más de prisa de año en año y la consigna sigue siendo la misma.
Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: "Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no hay lugar para os..."
Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría disfrutar cada veinticuatro horas.

Capítulo XV (visita al asteroide del Geógrafo)
— Exactamente —dijo el geógrafo—, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y los desiertos; es demasiado importante para deambular por ahí. Se queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus informes. Si los informes de alguno de ellos le parecen interesantes, manda hacer una investigación sobre la moralidad del explorador.
— ¿Para qué?
— Un explorador que mintiera sería una catástrofe para los libros de geografía. Y también lo sería un explorador que bebiera demasiado.
— ¿Por qué? —preguntó el principito.
— Porque los borrachos ven doble y el geógrafo pondría dos montañas donde sólo habría una.
— Conozco a alguien —dijo el principito—, que sería un mal explorador.
— Es posible. Cuando se está convencido de que la moralidad del explorador es buena, se hace una investigación sobre su descubrimiento.
— ¿ Se va a ver?
— No, eso sería demasiado complicado. Se exige al explorador que suministre pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.
"Mi flor es efímera —se dijo el principito— y no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el la he dejado allá sola en mi casa!". Por primera vez se arrepintió de haber dejado su planeta, pero bien pronto recobró su valor.

Capítulo XVII (el Principito, al séptimo día de viaje, llegó a la tierra)
Las personas mayores no les creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que ocupan mucho sitio. Se creen importantes como los baobabs.

(en el desierto, dialogando con la serpiente)
—¿Dónde están los hombres? —prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto...
—También se está solo donde los hombres —afirmó la serpiente.

Capítulo XIX (en el desierto, se encuentra con el eco)
El principito escaló hasta la cima de una alta montaña. Las únicas montañas que él había conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. El volcán extinguido lo utilizaba como taburete.
"Desde una montaña tan alta como ésta, se había dicho, podré ver todo el planeta y a todos los hombres..." Pero no alcanzó a ver más que algunas puntas de rocas.
— ¡Buenos días! —exclamó el principito al acaso.
— ¡Buenos días! ¡Buenos días! ¡Buenos días! —respondió el eco.
— ¿Quién eres tú? —preguntó el principito.
— ¿Quién eres tú?... ¿Quién eres tú?... ¿Quién eres tú?... —contestó el eco.
— Sed mis amigos, estoy solo —dijo el principito.
— Estoy solo... estoy solo... estoy solo... —repitió el eco.
"¡Qué planeta más raro! —pensó entonces el principito—, es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que se les dice... En mi tierra tenía una flor: hablaba siempre ella primera..."

Capítulo XX (se cruza con un jardín de rosas)
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
— ¿Quiénes son ustedes? —les preguntó estupefacto.
— Somos las rosas —respondieron éstas.
— ¡Ah! —exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín! Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también... "
Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe..." Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.

Capítulo XXI (se encuentra con el zorro)
Pero después de una breve reflexión, añadió:
— ¿Qué significa "domesticar"?
— Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
— Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
— Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
— No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
— Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
— ¿Crear vínculos?
— Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...

— Nada es perfecto —suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
— Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
— Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
— Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
— Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón...
Y cuando se fue acercando el día de la partida:
— ¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
— Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
— Ciertamente —dijo el zorro.
— ¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
— ¡Seguro!
— No ganas nada.
— Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.

— Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
— Adiós —le dijo.
— Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
— Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
— Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
— Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
— Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
— Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.

Capítulo XXII (diálogo con el guardavía –sin desperdicio-)
— ¡Buenos días! —dijo el principito.
— ¡Buenos días! —respondió el guardavía.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó el principito.
— Formo con los viajeros paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha,ya a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardavía.
— Tienen mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?
— Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe —dijo el guardavía.
Un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.
— ¿Ya vuelve? —preguntó el principito.
— No son los mismos —contestó el guardavía—. Es un cambio.
— ¿No se sentían contentos donde estaban?
— Nunca se siente uno contento donde está —respondió el guardavía.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
— ¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? —preguntó el principito.
— No persiguen absolutamente nada —le dijo el guardavía—; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
— Únicamente los niños saben lo que buscan —dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran...
— ¡Qué suerte tienen! —dijo el guardavía.

Capítulo XXIII (diálogo con el comerciante)
— ¡Buenos días! —dijo el principito.
— ¡Buenos días! —respondió el comerciante.
Era un comerciante de píldoras perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber.
— ¿Por qué vendes eso? —preguntó el principito.
— Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
— ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
— Lo que cada uno quiere... "
"Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos —pensó el principito— caminaría suavemente hacia una fuente..."

Capítulo XXIV (diálogo mientras caminan por el desierto)
— Lo que más embellece al desierto —dijo el principito— es el pozo que oculta en algún sitio...
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro.
Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
— Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.
—Me gusta —dijo el principito— que estés de acuerdo con mi zorro.
Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra. Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía: "lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible... "
Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme... "
Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas...

Capítulo XXV (encuentran el pozo de agua en el desierto)
— Los hombres de tu tierra —dijo el principito— cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
— No lo encuentran nunca —le respondí.
—Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
— Sin duda, respondí. Y el principito añadió:
— Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.
Y añadí vacilante.
— ¿Quizás por el aniversario?
El principito se ruborizó una vez más.
Aunque nunca respondía a las preguntas, su rubor significaba una respuesta afirmativa.
— ¡Ah! —le dije— tengo miedo.
Pero él me respondió:
— Tú debes trabajar ahora; vuelve, pues, junto a tu máquina, que yo te espero aquí. Vuelve mañana por la tarde.
Pero yo no estaba tranquilo y me acordaba del zorro. Si se deja uno domesticar, se expone a llorar un poco...

Capítulo XXVI (el Principito cumple un año en La Tierra)
— Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado...
— ¿No es cierto —le interrumpí— que toda esta historia de serpientes, de citas y de estrellas es tan sólo una pesadilla?
Pero el principito no respondió a mi pregunta y dijo:
— Lo más importante nunca se ve...
— Indudablemente...
— Es lo mismo que la flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.
— Es indudable...
— Es como el agua. La que me diste a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era!
— Sí, cierto...
— Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra.
Así es mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...
Y rió una vez más.
— ¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa!
— Mi regalo será ése precisamente, será como el agua...
— ¿Qué quieres decir?
La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
— ¿Qué quieres decir?
— Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!
Y rió nuevamente.
— Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada...
Y se rió otra vez.
— Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...
Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.
Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me dijo solamente:
— ¡Ah, estás ahí
Me cogió de la mano y todavía se atormentó:
— Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.
Yo me callaba.
— ¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado.
Seguí callado.
— Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas...
Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:
— Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber.
Yo me callaba.
— ¡Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes...
El principito se calló también; estaba llorando.
— Es allí; déjame ir solo.
Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún:
— ¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...
Me senté, ya no podía mantenerme en pie.
— Ahí está... eso es todo...

Capítulo XXVII (el Principito ya se fue y él volvió a su lugar)
Y ahí está el gran misterio. Para ustedes que quieren al principito, lo mismo que para mí, nada en el universo habrá cambiado si en cualquier parte, quien sabe dónde, un cordero desconocido se ha comido o no se ha comido una rosa...
Pero miren al cielo y pregúntense: el cordero ¿se ha comido la flor? Y veréis cómo todo cambia... ¡Ninguna persona mayor comprenderá jamás que esto sea verdaderamente importante!