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domingo, 31 de marzo de 2013

Mi colimba: 04/03/1982 al 27/05/1983


Era un día de 1981.
Por aquel año, yo cursaba mi quinto y último año de escuela secundaria, en la “Escuela Nacional de Comercio Don Manuel Belgrano de Villa Ballester”, estaba (o estaría por) hacer un curso de “Contabilidad por registro directo” que se dictaba en la escuela y mis compañeros se irían (si es que ya no se habían ido) de viaje de egresados.
En fin, aquel NO SERÍA otro día. Lo especial, lo lamentablemente especial de aquel día, consistía en que me iban a sortear para la colimba –COrren, LIMpian y BArren- (término cotidiano para el Servicio Militar Obligatorio), como a muchos de mis compañeros. Por cuestiones familiares, yo tenía la indeseada certeza que recibiría el dudoso privilegio de hacerla. Mi viejo la había hecho, pero mi tío (su hermano) zafó porque mi viejo “estaba bajo bandera”. Mi hermano mayor zafó por número bajo y mi hermano menor, era diez años menor. O sea… ¡¡¡COLIMBA VEN A MÍ!!!
Y así fue. 
Aquel día nos permitieron tener una radio en el aula. El sorteo (del que no me acuerdo ni encontré la fecha) se hacía con los tres últimos números del DNI. A medida que salía algún número, uno de los chicos lo anotaba en el pizarrón. Así fueron apareciendo todos hasta que llegó mi turno: mi número de sorteo fue el 369. Después sabríamos que se salvaron hasta el 350. También sabíamos que los números estaban fragmentados y que nos podía tocar tierra (Ejército Argentino), aire (Aviación) o agua (Marina). Tanto en tierra como en aire, el tiempo era de algo más de un año y se decía que en agua eran dos.
Desde aquel día de 1981, yo sabía que iba a ser un conscripto.
Después llegaría un telegrama en el que me indicaban la fecha y lugar de la revisación médica. Así que terminé yendo un día de mucho frío (parece que el tres de septiembre de 1981), a un Batallón en Ciudadela, donde hoy hay un Coto inmenso. Muy a mi pesar, pasé como “APTO A”. El resultado de esta revisación también generaba entre todos los compañeros un revuelo.
Y… llegaría el último telegrama. Ahí me citaban para el día 4/3/1982, a las 6:00, en el mismo lugar de la revisación.
Cuando llegó la fecha, mi hermano mayor me acompañó. Así fue como él supo, antes que yo cual sería mi destino: el Batallón de Ingenieros de Construcciones 601 (http://www.bing601.ejercito.mil.ar/ ), de Villa Martelli, en Vte. López, Buenos Aires…

Pero yo no lo sabía. Estaba en un colectivo militar, con gente que desconocía, yendo a un lugar desconocido. Un lujo.
¿Cuándo se supone que entregué mi DNI? Porque en algún momento lo dejé y me lo devolvieron cuando me dieron la baja. ¿Cuándo entregué mi DNI?
Cuando llegamos al destino, nos mandaron a una “cuadra” (una especie de gallinero, pero para gente; con camas cuchetas de hierro y con unos pequeños armarios (a veces de material, otras de madera) para que dejáramos “las pertenencias”; con un gran baño hacia un lado y algunas dependencias administrativas, hacia el otro. Ahí nos estaba esperando el médico (después sabríamos que era Capitán). Nos ordenó (claro, en el lenguaje castrense de aquel momento, no había pedidos, ni por favor, ni gracias, sino que todas eran órdenes. Tanto más con los “tagarnas” de los “soldaditos”) desnudarnos, ponernos de espaldas, agacharnos y (sic) “abran el libro”, o sea, abran las cachas. Así fue pasando y mirando hasta que, al lado mío, a un muchacho le dijo “venga conmigo”. Nos enderezamos y vimos como el capitán médico se iba poniendo un guante mientras se encaminaban al baño. Cuando volvieron, al muchacho lo dejaron gritando “¡atención, atención!” (un llamado de atención, valga la redundancia, muy usado por los milicos) en la puerta del baño, y el médico a su desagradable inquisición. Aquella situación era la materialización del mito que decía que te firmaban el DNI en rojo con la sigla OAD –orifico anal dilatado-, si así te lo encontraban. Después, con el tiempo y trabajando en las oficinas, me enteraría que era mentira, que sólo te ponían un artículo de no sé qué código, en el que figuraban las causas de baja. Pero, lo sabría después.
Así empezó una semana de estar con la misma ropa, bañarnos cuando nos lo permitían y hacer todo según nos ordenaban hacerlo. Tuvimos que empezar a habituarnos al trato que era a los gritos y demostrando sumisión. Cuando tenías que dirigirte a alguien con un rango superior, a los gritos, había que decir “Parte para elrangodelmaldito seguido del apellidodelmaldito”. Cuando alguno de ellos se dirigía a vos, había que responder (gritando, por supuesto) “SÍ, MI rangodelmaldito”, como si lo hubiéramos comprado en algún mercado. En esta semana tuvimos al muchacho gritando ¡Atención, atención! en la puerta del baño, nos cortaron el pelo, nos vacunaron pero no nos hicieron arrastrar. Eso nos lo reservaron para después. El corte de pelo, más allá de la falta de glamour y estilo, me mostró algo que nunca se me hubiera ocurrido que podía ocurrir: las orejas DUELEN. Sí, duelen. Mi pelo siempre me tapó las orejas, más o menos, hasta la mitad. El corte militar las dejó descubiertas, así que cuando el sol las descubrió, me hizo ver las estrellas. La quemadura en la parte superior de la oreja DUELE MUCHÍSIMO. Y no hay modo de taparlas, por lo tanto, cada exposición al aire libre, es un comeorejas para el sol; y al tratar de dormir, si no era boca arriba, era imposible. Y yo, zafé. Muchos de mis compañeros tuvieron pus en las heridas. En fin, un asco. Las vacunaciones fueron dos: una en el brazo (creo que BCG) y otra en la espalda, que no tengo idea para qué. En cualquier caso, el algodón con el supuestamente te esterilizaban la aguja y la zona a pinchar, seguramente era “integral” porque siempre estaba negro. Y el día que nos vacunaron en la espalda, sólo nos dieron sopita porque decían que podíamos tener fiebre. No me acuerdo qué me pasó. En estos días, nos “entrevistaron” para definir qué tarea laboral íbamos a realizar. Como yo venía de un colegio comercial, sabía escribir a máquina y eso (no sé si fue un privilegio) me permitió tener como destino “la oficina de legajos” (donde trabajaría el tiempo que estuve en el batallón), y pertenecer a la compañía Comandos y servicios. Es que el batallón estaba organizado en cuatro compañías: Compañía A, Compañía B (no me quedó nunca claro lo que hacían, pero sí que era el grupo de gente que trabajaba en tareas pesadas: armado de los pontones, mantenimiento del batallón, personal de los talleres), Comandos y servicios y una más que no me acuerdo. En estos días, mientras esperábamos vayaunoasaberqué, me puse a conversar con quien hoy es mi hermano de la vida: Eduardo Escher. Y si no recuerdo mal, estábamos tomando una Mirinda o una Teem.
Es que el hijo de puta del cantinero (un petiso, regordete con peluquita) las únicas bebidas que tenía eran esas y, encima, CALIENTES. Un hijo de puta. Lo único bueno de mi colimba, es mi AMIGO. Y así llegamos al domingo. Aquel día tuvimos visitas y marcaría el fin de una etapa y el comienzo de otra. Aquel día fue la única vez que vi a mi viejo llorar. Aquel día, se acabó.
Lunes por la mañana. Como todos los días, había que “hacer diana”. Nunca supe qué carajos era hacer diana, pero para nosotro era: que nos despertaban a los gritos, vestirnos, hacer las camas, salir a desayunar e ir a formar para el saludo a la Bandera. Para mí, eso era “hacer diana”. El desayuno SIEMPRE era mate cocido con gigantescos grumos de leche en polvo, acompañado con pan. Al volver del saludo a la Bandera, nos entregaron “la ropa de fajina”, la ropa verde. Desde el primer instante en que nos dieron esa ropa, nos hicieron saltar como renacuajos. Había empezado el período de “Instrucción”. Un período en que el maltrato verbal y físico unidireccional sería el único medio de comunicación. En este momento convivíamos los de la clase anterior (desesperados por su baja) y nosotros, tiernitos y recién llegados. Para el horario del almuerzo de aquel primer día de “soldados”, estábamos todos “olivados”, bailados, cansados, desconcertados, con la promesa que en breve nos iríamos al vivac (una zona descampada donde transcurrirían nuestros siguientes cuarenta y cuatro días. Según Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Vivac y según la RAE: http://lema.rae.es/drae/?val=vivac ), y con unas mochilas de lona en la que nos habían “enseñado” a guardar: la mitad de los paños de la carpita, la mitad de las estacas, la bolsa de dormir, sábanas (creo), toallón, toalla, frazada, la tricota (versión milicada del sweater o pulover)
, la chaqueta (una especie de campera dura como una madera, verde, por supuesto)
, un segundo par de medias, un segundo calzoncillo, un plato, una taza (de amplio servicio, porque era taza o vaso), una cuchara sopera, un cuchillo, un tenedor, una cantimplora, una gorra con visera
, los borceguíes… Todo USADO y cuyo estado de higiene y mantenimiento mejor ni recordar. En ese almuerzo, sentados al rayo del sol, por supuesto, a uno de los soldados se le ocurrió pedir un pan adicional a su ración. Para su desgracia lo escuchó el sargento primero que nos tenía a su cargo, lo que hizo que todo terminara así: el soldado, después de “bailar”, parado (bajo el sol, pero eso ya lo había dicho) delante de todos nosotros que estábamos sentados (bajo el rayo del sol), con el canasto del pan al lado y con la orden de comerse TODO el pan del canasto, empezando por una tira que tenía no menos de 10 miñones. Por supuesto que nada de eso se cumplió, pero la degradación fue más que importante.
En algún momento nos subieron a los camiones y… allá nos mandaron, para Campo de Mayo. Aunque no tengo ni la más mínima seguridad, supongo que estuvimos en este lugar de Campo de Mayo:

Los motivos para suponerlo son: 1) El lugar tenía forma triangular; 2) sobre uno de los lados, teníamos la ruta 8; 3) en otro de los lados teníamos al Río Reconquista; 4) Usábamos el polígono de tiro, y para ir, cruzábamos la ruta.
El viaje desde Villa Martelli hasta Campo de Mayo fue una tortura. Íbamos en camiones militares que resultaron escasos y, por ende, terminamos todos apiñados. Al principio me había entusiasmado la cuestión de viajar en unos camiones muy vistosos: los Unimog.

Como siempre me gustaron los autos, el camioncito este siempre me había gustado, sobre todo, por sus características… En fin, me entusiasmaba viajar en el Unimog: Pero había otro en el que también me interesaba andar, aunque iba a esperar un poco más hasta poder hacerlo:
A los quince minutos de viaje, ya no tenía más entusiasmo por viajar en este camioncito del orto. La cosa es que los calambres por las malas posturas o porque tenías a alguien sentado encima eran lo más común, pero no se podía hablar porque la consigna era SILENCIO. Cada vez que alguien se movía, se generaba un rumor que significaba que la consigna de silencio no se cumplía, lo que nos hacía acreedores al premio mayor: un baile. Todavía no lo sabíamos.
Llegamos a un sitio descampado. Había un pequeño claro seguido de una arboleda y todo el resto era un pajonal, donde los yuyos nos tapaban, más o menos, la mitad del cuerpo. Nos hicieron bajar, nos hicieron buscar un compañero (porque sólo llevábamos la mitad de la carpa), tuvimos que dejar todo en un lugar y… ¡A bailar se ha dicho! Como durante el viaje el murmullo no había parado, debían castigarnos porque éramos irrespetuosos. Entonces el sargento primero nos hizo correr alrededor suyo bendiciéndonos con una hermosa varita mágica que el terreno le había provisto. Yo fui bendecido dos veces en la espalda. Alabado sea el maldito sargento primero. Aquel baile, además, sirvió para que cortáramos el pasto con las manos, para que aplastáramos los cardos y para que asustáramos a los cuises que pastaban tranquilos. Así, al son del maldito sargento primero, dejamos listo el terreno para armar las carpas. Para el final del día estábamos exhaustos, pero con el pasto corto, las carpas armadas, las letrinas preparadas (que seguramente por un error involuntario nos mandaron a hacerlas DONDE YA HABÍAN ESTADO y que, al menos en mi caso, provocó que me encontrara paleando mierda y descubriendo un bicho endemoniado: la isoca
) muy cerca del río Reconquista.
 Además de un espacio donde saludaríamos a la bandera por el resto de la instrucción y que se llamaría Plaza de armas. Supongo que habremos cenado y merendado, pero no puedo asegurarlo.
Descubriríamos la fascinación de algunos milicos de ponerle nombre al pito, al silbato, al que le adjudicaban vida propia. Había un mamarracho que nos decía “cuandojauncitosuenasiPÍelsoldaditosetiralpiso, cuandojuancitosuenaasíPIPIel soldaditosalealacarrerra”… la cosa es que siempre tenía un buen motivo para meterse a juancito en la boca. Y no era el único, quizá fuera el más patético.
Los días siguientes transcurrirían en aquel lugar. Dormíamos en unas carpas en las que, apenas, cabíamos. Cuando llovía, obviamente, no se podía salir de la carpa. Pero adentro NO SE TE PODÍA OCURRIR TOCAR LOS PAÑOS, ya que si algo lo rozaba, el agua entraba a baldazos. Mi compañero de carpa fue un dolor de huevos. El pibe trabajaba en la cocina, así que lo despertaban más temprano que al resto para preparar el desayuno. Por alguna causa absolutamente desconocida, siempre me despertaban a mí. Además, y tampoco pude saber por qué, cuando él se iba, se olvidaba de cerrar la carpa; lo que no era importante excepto que lloviese, ya que así conseguía que entrara agua por la entrada, inundándome la bolsa de dormir. Tres cuestiones que nunca pude saber: 1) si era humano; 2) si escuchaba; 3) si entendía castellano. Gracias a Dios, un día no volvió a la carpa y tuve el loft todo para mí.
Dormir sobre el terreno no era un gran problema, excepto que no hubieras reparado en algún desnivel. En ese caso… Nada, a aguantarse.
Los domingos, después de hacer diana, nos decían “Chicas, hoy: canto y costura” y teníamos que dedicarnos, hasta el horario de almorzar, a remendarnos la ropa, coser botones, agujeros en medias y calzones… También era momento de lavar y usar el paño superior de la carpa como soga para colgar lo lavado.
Entre las ignorancias que llevamos a la instrucción, estaba la de reconocer los grados militares. La cosa, más o menos, es así (al menos en ejército):
Los cuadros están divididos en dos jerGarquías: Los oficiales, que son los de la jerarquía más importante y los suboficiales, que están en un estrato inferior. Y no se ofendan, hubieran buscado una denominación distinta a SUBoficiales.
Aunque las figuras de más abajo están armadas de mayor a menor, en la vida cotidiana van al revés, es decir, de menor a mayor. Acá los cuadros con las jerarquías y sus jinetas:
Los grados correspondientes a los oficiales son: (teniendo en cuenta que empiezan como subteniente)

  
Y en el caso de los suboficiales, también teniendo en cuenta que empiezan como cabo.


También existían los dragoniantes, que eran los profesionales que hacían la colimba después de haberse recibido. Si querían, podían hacer la carrera militar en el escalafón de oficiales. Si un soldado se “enganchaba”, hacía la carrera de suboficial.
Cada día comenzaba “haciendo diana”, luego había actividades, entre las que nunca faltaba “bailar”. Claro que bailar no era, ni de cerca, ese movimiento espástico que intenta seguir algún ritmo, al que nos entregamos cuando estamos en alguna fiesta. No. Nada que ver. Bailar era toda una cantidad de movimientos ordenados por algún ser humano con algún tipo de jerGarquía militar, que podía incluir: correr y detenerse de golpe, saltos de rana, cuerpo a tierra, quedarse inmóvil a medio flexionar las piernas sosteniendo con los brazos al frente algún objeto pesado, hacer lagartijas (flexiones de brazos con un impulso que de tiempo a dar un aplauso)… La variedad dependía del estado de revendahijoputez que tuviera el susodicho en el momento. Otra actividad, que sólo haríamos estando de instrucción, fue ir al polígono de tiro. Nos formaban y nos llevaban cruzando el campo “a paso firme” y, de tanto en tanto, “bailando”. Si había cardos, era una fija que nos bailaban. La actividad en el polígono era interesante. Nos repartían los cascos, las armas (fusiles fal, pistolas 9 mm y ametralladora MAG) y las municiones y nos decían: “por cada tiro, tenemos que encontrar un agujero”. Sabíamos que si no se cumplía, bailábamos. Y como éramos nuevitos, siempre nos sorprendían con algún movimiento nuevo. La mayoría de las armas y las municiones ERAN UN DESASTRE. Los fusiles tenían el caño torcido y muchas municiones estaban desarmadas: la agarrabas y se separaba la vaina del proyectil; por supuesto que no tenía pólvora. Cuando estábamos tirando, era muy común que se trabaran. Pero en el polígono había dos actividades: práctica de tiro y el servicio de marcadores. Los blancos subían y bajaban por un surco en el suelo, y los responsables eran los que estaban en “el servicio de marcadores”. Los marcadores íbamos a unas cuevas, donde cabíamos parados y los blancos estaban en unos bastidores que subían y bajaban por un sistema de poleas. Se subía el blanco, se daba la orden de disparar y a los que estábamos marcando, nos hacían estrellar contra la pared opuesta al blanco. Mientras duraba la balacera, escuchábamos el zumbido de los proyectiles, veíamos moverse los blancos al hacer impacto y la polvareda cuando no daban en el blanco. Se daba la orden de dejar de disparar, después nos daban la orden de marcar. Ahí bajábamos los blancos para tapar los agujeros. Como ya sabíamos que si no había agujero bailábamos, agujereábamos con el dedo, pegábamos la oblea, subíamos el blanco y con una paleta se marcaba.
Yendo al polígono nos pasaron dos cuestiones: Un día estábamos cruzando el campo que siempre cruzábamos para llegar y empezamos a escuchar disparos y el zumbido de los proyectiles. Nos hicieron tirar cuerpo a tierra y nos dejaron ahí hasta que todo se calmó. Según supimos después, nadie avisó de un ejercicio de otros milicos. En otra oportunidad, mientras íbamos, a dos soldados se le ocurrió fugarse cuando cruzábamos la ruta 8. La cosa es que, hasta que los recapturaron, nos bailaron a morir. En uno de esos bailes, uno de mis compañeros que trabajaba en la cocina (y no era mi compañero de carpa) agarró un cuis y se lo guardó para cenárselo, porque estaba muerto de hambre. Desconozco qué paso después con el cuis. Para nuestro placer, consiguieron agarrar a los dos que habían intentado fugarse, ya que dejaron de boludearnos a los que nos quedamos y se entretuvieron con los que habían querido irse. Como los agarraron rápido, siguieron con nosotros al polígono, pero mientras caminábamos ellos saltaban. Cuando ya estábamos practicando, a ellos los mandaron a hacer nudos con unas plantas que se parecían a estas
 
 
, aunque creo que tenían las hojas más carnosas y con unas púas de dos metros en cada nervadura. La cosa es que veían que tomaban muchos cuidados al hacer los nudos, así que los mandaron a exprimirlas. Esas caras de dolor, sobre todo de uno de ellos, no me las olvido. Así estuvieron bailando todo el día. Cuando volvimos al vivac, mientras nosotros hacíamos nomeacuerdoquecosa, a ellos les pusieron una frazada, encima el mono que nos habían dado con las provisiones y al sol, los tuvieron haciendo flexiones. Cuando nosotros terminamos con lo que estábamos haciendo, nos hicieron sentar en círculo, a estos dos los hicieron desnudarse y la consigna fue: “ahora corren adentro de este círculo, el primero en alcanzar al otro, se lo monta” ¡CHAN! Uno ganó la corrida, pero ninguno tuvo sexo (al menos no ahí y en ese momento) con el otro.
Un castigo que nos dieron alguna vez fue “hacer pozos de zorro”. El motivo ya ni me lo acuerdo, pero ni siquiera debía haber un motivo. La cosa que un pozo de zorro era algo como un pozo de un metro de alto, un metro de ancho y un metro de profundidad hecho con la cuchara sopera. Nos levantaron el castigo antes de comprobar que aquello pudiera ser hecho.
Como conté antes, las letrinas las hicimos en un lugar en el que ya habían estado, por lo tanto el lugar era “complicado” Como estaban en la ribera del río Reconquista, cuando el lugar se ponía más complicado que de costumbre, usábamos las ramas de los árboles que se extendían sobre el río. Lo que mucha gente no calculaba era la posición de su humanidad y la rama, por lo que esa zona quedaba inutilizada. Existía el mito de “la sal inglesa”. Se suponía que en algunas preparaciones ponían sal inglesa, que era algo así como un laxante. Lo cierto, más allá del mito, es que hubo momentos en que la zona estuvo más desbordada que en otras. Y de noche, mejor ni acercarse.
Las comidas eran lo que eran. Lo más asqueroso que me tocó comer, fue el “Chupín de espinas”, una sopa inmunda que tenía millones de espinas clavadas en algún vegetal y todo con sabor a pescado; aunque de este no se conociera el paradero y unos fideos con carne podrida. Sí, la carne estaba PO-DRI-DA. Supongo que estaba tan podrida, que ni el baño de lavandina y vinagre lograron recuperarla. El olor y el colorcito verde debajo de la tinta roja de la supuesta salsa de tomate, delataban que la carne, ya se había convertido en otra cosa. Supongo que si me hubiera quedado mirándola después de apartarle los fideos agarrotados, podría haber visto que los gusanos se la llevaban en andas, pero no pude. Después del NO almuerzo de carne podrida envuelta en fideos agarrotados, nos bailaron hasta deshilacharnos porque “la comida no se desprecia”.. Entre los postres, el que se repetía bastante era el zapallo en (sic) ALNÍBAR. Un asco.
Una situación extraña para la nunca tuve una explicación fue que un sargento me hiciera ir a despertar en medio de la noche para “bailarme”, bajo el argumento de “usté, milico, ya sabe por qué” Y nunca, ni siquiera, me imaginé la respuesta. Creo que le hijo de puta fue el Sargento Osuna, pero no lo puedo asegurar…
Las únicas luces que se podían ver, eran las que tenían las carpas de los oficiales y suboficiales y los autos que pasaban por los caminos, sobre todo, por la ruta 8. Las nuestras tenían la iluminación de la luna. Es impresionante la claridad y el modo en que pueden disfrutarse las estrellas
Mientras estuvimos en el vivac no tuvimos visitas, aunque sí vimos a muchos familiares en uno de los lados del campo. Muchos recibieron paquetes, otros no. Quizá no les llevaron, quizá les llevaron, pero nunca los recibieron. Todo era posible. Me acuerdo de algún domingo, mientras nosotros cumplíamos con la consigna de “chicas, hoy, canto y costura”, ver a la gente en los alambrados perimetrales.
En los días de instrucción, supuestamente fueron cuarenta y cinco, nos bañamos dos veces. Y eso que enfrente teníamos a la el batallón nosécuánto, de la compañía de agua
Una noche recuerdo haber visto caravanas, bocinazos, gritos que no parecían amigables y mucho tránsito y que alguien sabía que había sido por una manifestación en Plaza de Mayo y que los milicos la habían dispersado: http://capital.fora-ait.com.ar/2011/03/30-de-marzo-de-1982-%C2%BFya-nadie-lo-recuerda/ . Entre nosotros lo que se respiraba era una gran ansiedad por la llegada de la Semana Santa (que según San Google, cayó jueves, 8/4; viernes, 9/4; sábado 10/4 y domingo, 11/4) ya que se había echado a rodar el rumor que nos volvíamos a la civilización el miércoles a la noche, y que podríamos estar en casa hasta el domingo.
Y llegó un nuevo dos de abril. Aunque desgraciadamente único para mil novecientos ochenta y dos, para dos países y para infinidad de gente que comenzaría a padecer. Algo iba a pasar y no lo sabíamos. O, mejor dicho, algo había pasado y estábamos a punto de enterarnos. Esa mañana nos levantan como siempre, pero el aire estaba agitado, cargado. “Algo” había. Estaba presente el Jefe de vivac, que era un capitán, que no recuerdo que estuviera mucho en el lugar. Así que, como siempre, llegamos a la plaza de armas formados, cantamos saludando a la bandera mientras la izaban y nos habló el jefe de vivac: “…soldados, hoy hemos escrito una página importante en la historia; hemos recuperado Las Malvinas…” y algo siguió diciendo, pero no sé qué fue. Recuerdo que cuando terminó con la frase pensé “¡PEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO SI ME CAGO EN LA HISTORIA Y ME LIMPIO EL ORTO CON LA PÁGINA IMPORTANTE. ¿A QUIÉN MIERRRRRRRRRRRRRRDA SE LE OCURRE?!” y ahí caí en la cuenta que, de ese momento en más, a la ansiedad por salir, la íbamos a sustituir por la incertidumbre de ¿cuándo nos llevan? y que sólo nosotros íbamos a estar seguros de nuestro destino, lo que sería una terrible incógnita para los que estaban afuera. Y así fue.
Ese fue el comienzo de un nuevo tiempo de colimba. Ese día todo fue con gran agitación, todo el día saltando, como si tuviéramos que estar en un estado que nunca alcanzaríamos. Y todo pasó a ser DE UNA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL, en la que el soldadito debía hacerse responsable, aunque los responsables de enderezar los cañones de los fusiles no lo hicieran. Y se agitaba el fantasma de la guerra y todos debíamos estar preparados pero sin recursos. Aunque eso no era lo importante. Todo aquel día fue de una terrible locura. Por la noche, otra vez, caravanas de autos, bocinazos, cantos, aplausos, banderas argentinas y un aire como de alegría. Yo miraba eso y me preguntaba “¿de qué carajos se estarán alegrando; cómo puede ser que se hayan olvidado que dos días antes los cagaron a golpes?”. Los malvados de ayer, entronizados en salvadores de la patria. El tiempo los pondría en su lugar, a un precio demasiado alto.
Según me acaba de recordar don Excel, el dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, fue un viernes. No tengo argumentos para discutirlo.
De ahí en más, todas las consignas llevaron un “hay que prepararse para ser movilizados”, más o menos explícito. No tengo modo de compararlo con otras instrucciones, pero el ambiente y los estados de ánimo cambiaron. Volverían a cambiar después del diez de junio. Todo se volvió como más violento, por definirlo de algún modo. Todo se justificaba por la necesidad de estar “preparados frente a esta hipótesis de conflicto”, y a que “en la guerra no hay familia”, y a que “si nos necesitan, nos van a movilizar” y… Y todo era así Había que apurar los tiempos de la socavación del ánimo. Para qué, todavía no lo sé. Entre la milicada yo tenía la sensación de ver a algunos fanáticos a los que se les caían la baba por ir a jugar a la guerra, y los que se habían olvidado que parte de ser milico, era la posibilidad de enfrentar un conflicto. Para algunos era darle sentido a su carrera militar, y para otros era alejarse de la tranquilidad y la familia. Por aquel momento algunos milicos estaban entusiasmados con combatir y otros estaban preocupados por tener que ir a hacerlo. ¿Cuál sería el más sensato? No puedo decirlo, pero en función de las armas que tuve en mis manos, los más realistas eran los menos entusiasmados. El tiempo, desgraciadamente, lo pondría muy en claro.
En algún momento empieza a sonar la “Marcha de Malvinas”, marcha que supuse que era posterior a este acto demente, pero no. Mirá, acá está la Wikipedia que cuenta la historia: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_de_las_Malvinas y acá te la dejo por si la querés escuchar http://www.youtube.com/watch?v=zemmL-e8e94
Y llega el día de volver. Después de días de agitación, la Semana Santa estaba ahí y… Había que prepararse. A la excitación que ya estaba en el ambiente por Malvinas, se agregó toda la movida por la vuelta a casa. Cada uno había manejado el nerviosismo a su modo, pero algunos suboficiales que nos tenían a su cargo, también habían cargado alcohol de más. Nos subimos a los camiones y emprendemos el retorno al batallón, sabiendo que nos faltaba terminar la instrucción. Era de suponer que este viaje sería más cómodo porque no teníamos la mochila… ¡Bo-lu-de-ces! No había mochilas, entonces DEBÍAN CABER más soldaditos. Volvieron los calambres y los murmullos por la incomodidad, pero se le sumaba que el cabo primero que nos llevaba estaba mucho más que copeteado, lo que hacía que su capacidad de entendimiento fuera menor a nula. Tuve la dicha de estar en el camión equivocado. Además de tener las piernas amputadas, pero en su lugar, tenía un cabo primero incapaz de controlar sus acciones en un camión que se había descompuesto en medio de la nada. Como el murmullo era imposible de parar, nos hizo bajar (él y un par más que iban adelante) y nos llevó al medio del campo a correr. Sí, estuvimos corriendo a su alrededor hasta que en un acto de hijoputez impensada, sacó la pistola y empezó a disparar al suelo. Yo pensaba ¿y si la bala rebota en algo? No sólo corrimos, sino que nos separamos más del hijo de puta este, hasta que alguno de los otros lo aplacó. O algo así. La cosa es que llegamos muy tarde (porque tuvieron que mandar otro camión a buscarnos), creo que no nos pudimos bañar, la verdad que no me acuerdo, nos dieron la misma ropa con la que nos habíamos incorporado tiempo antes y nos dejaron salir con la recomendación que estuviéramos atentos a un posible llamado. Y nos cagaron la Semana Santa. Si mal no recuerdo, mi viejo esperaba afuera.
Aquella ropa recuperada, no olía bien. Aunque la había lavado casi todas las noches, había tenido que secarla entre el colchón y el elástico de la cama, lo que le agregaba al tufo del colchón, manchas de óxido. A todo eso se le sumaba el tiempo que había estado guardada. Definitivamente no olía bien, o al menos era mi certeza.
A partir de ahí todo fue… ¡EXTRAÑO! Primero las luces de las calles, me había desacostumbrado ya que en el vivac todo era luz de luna, el resplandor de las luces de los autos en la ruta y de las carpas de oficiales y suboficiales, pero todo lejos. Ahora estaba envuelto en esas luces. Después las sillas. Ya me había olvidado, y mis nalgas mucho más, de lo que se sentía al sentarse en una superficie mullida. El inodoro. Volver a sentir el asiento en una superficie donde acomodarse, sin tener que estar haciendo equilibrio ni cálculos de distancias o probables salpicaduras, ni nada por el estilo para solamente dedicarse a lo que había que dedicarse, era casi un éxtasis. Y por último, la ducha… ¡QUÉ DECIR! Volver a sentir el agua de la ducha, en lugar del chorro que salía del caño y te partía en dos; el agua tibia en lugar de pequeños hielos; y EL TIEMPO QUE QUISIESE, ya que los baños habían sido: “al baño carrera marrrrrrrrrrrrrrrrrr”, “abrir el agua, mojarse bien. Cerrar el agua”, “enjabonarse la cabeza…, enjabonarse el cuerpo ¡no se olvide los sobacos, milico!, a lavarse la zanja…”, “abrir el agua”, “enjuagarse”, “¡TERMINADO!, afuera sin correr…” y ya estábamos bañados.
Bueno, volver fue un rencontrarme con mis cotidianeidades previas a la colimba. Y la distancia que ese tiempo había puesto, había hecho que algunas cuestiones se acomodaran diferente en mi precepción.
Estas tres fotos fueron tomadas en esos días. No sé si miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, pero fue en esos días. Ellos son Vicente y José, y las fotos las sacaron con un Polaroid Instamatic que tenían.
 


 
La cosa es que una de las consecuencias de mi período de colimba, fue el distanciamiento con mi vieja. Acá empiezo a darme cuenta que había muchas mentiras dando vueltas y que los buenos, no lo eran tanto y los malvados, tampoco.
Volviendo a la colimba. En aquellos días estaba en mi barrio, con mis amigos, con mis conocidos y todo el mundo quería saber cómo estaba, qué pasaba… En el ambiente había como una algarabía por la recuperación de las Islas, y me preguntaba qué motivaba tanta alegría, recordaba las armas, las comidas, la ropa y seguía sin entender.
Y un sábado a la mañana llegó el llamado menos deseado, y que justo atendí: teníamos que presentarnos en el batallón. Cuando pregunté para qué, me dijeron que era para cargar un barco, y se me ocurrió un “sí, lo vamos a cargar con nosotros”. Oooooooooooooooootra vez a despedirse. Me lleva mi viejo y en el puesto de guardia de la entrada pregunta para qué nos habían convocado, y le responden “van a cargar un avión”, y pensé “sí, con nosotros vamos a cargarlo”. O sea, un llamado y dos respuestas. No hubiera sido importante, de no ser por la situación del bélica de aquel momento.
Pasé por la guardia, me anotaron, y me mandaron a esperar con el resto que ya estaba. Esta vez nos subieron a un camión volcador (sí, un camión volcador) y nos llevaron a la base aérea de El Palomar a embolsar raciones para enviar a Malvinas. Nos tuvieron algo así como doce horas o más, embolsando. Eran largas mesas en las que teníamos que agarrar una bolsa de nailon y colocar: una lata de pastel de carne o arroz con calamares, una lata con tres perforaciones que abrazaba a la lata con la ración, una caja de fósforos, tres pastillas de alcohol de quemar; cuatro galletitas express (que al principio eran sueltas, entonces poníamos un puñado, que eran más de cuatro; cuando se acabaron nos dieron paquetes cerrados de cinco galletitas), un chocolate relleno con dulce de leche, que por esa época había aparecido y se llamaba Submarino y no me acuerdo si había alguna galleta dulce y alguna otra golosina. Me acuerdo de preguntarme ¿cómo harían para comer eso, cómo se suponía que lo calentarían, les llegarían las raciones? Pensar que podían encender fuego estando en una trinchera era imposible, sobre todo por lo que nos venían diciendo en la instrucción. Además del viento, el agua, el frío… Miraba y no entendía. Igual se suponía que había gente que no estaba en la línea de fuego, pero creía que lo más importante era cuidar a los que sí estaban ahí. Al final, nunca fue importante cuidar a alguien más que a los de carrera. El resto…
Y en un momento, cuando ya había amanecido, nos dejaron ahí en donde estábamos. No me acuerdo el modo, pero volví a mi casa. Y terminé mi domingo de Pascua. Creo que el lunes muy temprano nos llevaron al vivac otra vez, pero no me acuerdo.
El tiempo de instrucción se terminó, desarmamos el vivac, y nos volvimos a la ciudad. Otro momento empezaba, ya que se suponía que éramos soldados instruidos. Ya podíamos enfrentarnos a todos los fantasmas que se agitaban: los de la movilización a Malvinas y los del copamiento subversivo. Porque al momento de fantasmear, los milicos resultaron tener mucha imaginación.
Cuando nosotros ya nos quedamos en el batallón, la clase anterior (1962) sale de baja. Nos entregan la ropa de salida y ya empezamos a cumplir con todos los servicios: laburar en el batallón según nos habían destinado en aquella entrevista de los primeros días, hacer guardia (cuidar el perímetro del batallón, durante veinticuatro horas, apostado durante dos horas y descansando otras dos), formar parte del “retén” (el grupo VIP de guardia, que tenía radiocomunicación, transporte y cargaba con la ametralladora MAG), hacer “imaginaria” (que era cuidar la cuadra durante la noche, impidiendo que nos afanáramos entre los compañeros de la misma compañía, que nos afanaran o atacaran desde el exterior –que era el interior del cuartel-).
Mientras todo esto ocurre, al frente, allá en Malvinas, iban los soldados “del interior”. Mientras la guerra sigue, nosotros seguíamos siendo histeriqueados con los fantasmas de la movilización… Movilización que jamás sería.
Nuestro batallón, entre otras cosas, debía construir pontones. El pontón es una estructura que flota y que permite transportar elementos. Un pontón, más o menos, es algo así:
 
 
Y, de hecho, en el batallón había un lago para probarlos. Bueno, de los pocos que pude ver, ninguno flotó. Lo loco de aquello, era que el “baile” era para los soldados que lo armaban, en lugar de ser para quien los dirigía, que también era el que los bailaba…
Ya los “bailes” habían perdido su toque “pampeano” y se habían convertido en citadinos, ya que el batallón tenía mucho concreto por todos lados. Yuyos telúricos como el cardo, quedaban poco, y al pasto muchos milicos de carrera no se le acercaban, así que… El concreto era lo más cercano.
El batallón tenía un edificio central donde estaba el jefe de batallón, el Tte. Cnel. nomeacurdocuanto”. Visto desde la puerta de entrada a ese edificio, la oficina del Tte. Cnel. estaba en línea recta y la entrada era una amplia recepción, que a la derecha  tenía una ventana con vista a la oficina de mesa de entradas. A la oficina de mesa de entradas, le seguía la oficina de nomeacuerdoelnombre (ahí estaban todos los DNI de los soldaditos) y a continuación, la oficina de un subteniente que no me acuerdo el cargo que tenía. Sí me acuerdo que estaba chiflado. Justo frente a la oficina del subteniente, con un pasillo de por medio, estaba un espacio que tenía dos oficinas: legajos (donde yo trabajaba y que tenía la información de todos los milicos del batallón) y justicia (donde se sustanciaban las posibles causas judiciales), le seguía la oficina del Tte. Cnel., después la oficina del subjefe del batallón, un mayor nomeacuerdotampocodelnombre, enfrente y con un pasillo de por medio, la oficina técnica (ahí trabajaba Eduardo) y pegada, la cocina (que era muy chiquita y que sólo tenía una cafetera para el Tte. Cnel. y una heladera bajo mesada, para conservarle la leche condensada que todos le tomábamos. Es que él, sólo tomaba el café con leche condensada.
Después, cuando ya estábamos permanentemente en el batallón, todo se vuelve rutinario. Mi tarea la voy a desarrollar en la oficina de legajos, dependiendo de un sargento ayudante y de un cabo (que terminará preso por afanarse unas donaciones) junto con un compañero que, después me enteraría, era sobrino del sargento ayudante, y al que beneficiarían con la baja temprana. En los escritorios de enfrente estarían un sargento primero, encargado de la oficina de justicia, con dos soldaditos que se irían de baja muy rápido: uno por único sostén de familia y el otro por único sostén de madre viuda. O sea, en el lapso de cuatro meses, me quedé con tres jefes y dos oficinas. Con el tiempo me enteraría que de las dos listas de bajas en las que estuve, me tacharon.
No hay muchos hechos relevantes, más que la jura de la bandera. Aquello ocurrió muy cerca de la capitulación de Malvinas. Igual hicieron todo un acto para el que nos entrenaron como si nada hubiera pasado.
Al tiempo de terminar la guerra de Malvinas, se desató como un huracán de fantasmas. El que más agitaron fue el de la subversión. Varias noches nos tuvieron haciendo simulacros de copamiento. Daba la impresión que había que agotar la testosterona…
Resultó ser que el encargado de la oficina de legajos, el sargento ayudante, era un coimero de cuarta. El tipo recibía todas las sanciones de los milicos del cuartel y los sobornaba para no asentarlas en los legajos. Es que los ascensos se daban cada cuatro años, pero se tenían en cuenta las sanciones, las canas, las entradas en la enfermería… Y nadie quería que le postergaran el ascenso. En toda es trama de mierda, yo era el mensajero. El tipo me decía “andá y decile a tal, que tengo una sanción para pasarle al legajo. Que me mande dos kilos de dulce de membrillo y no se la paso”. Yo iba y le decía al fulano, pero como se retobaba y me tomaban de boludo, para que no me rompieran más los huevos le decía “mire MIseguidodelgradoquetuviera, si no se lo manda, dice que vaya y se lo diga usted mismo”. A veces daba resultado, a veces no y el sargento ayudante se encontraba “arreglando” él mismo su coima. Así era todo el tiempo. Coimeaba comida, cigarrillos… cualquier cosa. Más de una vez tuve que salir del batallón y llevar las coimas que él rejuntaba a su casa o a la de su amante, que vivía en Villa Ballester.
Este tipo, la verdad, carecía de escrúpulos. Un día me preguntó si sabía manejar y le contesté que sí, pero que no tenía registro. Entonces, como no tenía ganas de irse a la casa en bondi, me mandó a buscar a un soldado al que había visto llegar con un Escarabajo 58 y le dijo que si no se lo daba para irse a su casa lo encanaba. Conclusión: me hizo llevarlo y volverme con el Escarabajo.
A medida que el tiempo fue pasando, algunas situaciones fueron perdiendo el acartonamiento. Los tratos distantes se hicieron, en algunos casos, un poco más cercanos.
Todos los meses cobrábamos algo de dinero. No me acuerdo cuánto, pero cobrábamos.
En algún momento llegaron las vacaciones. Si mal no recuerdo, fueron quince días. Con Edu decidimos que nos íbamos a ir de vacaciones, así que fuimos a las oficinas del Municipio Urbano de la Costa en Capital Federal, averiguamos las playas, después los micros, horarios… Así fue que nos fuimos. Tengo la impresión de deberle guita de aquel momento. Decidimos empezar por San Clemente del Tuyú. Ahí nos hospedamos en el “Residencial El Topo”. Estaba frente al mar, teníamos un patiecito y un día, caminando por alguna calle de San Clemente, nos cruzamos con Claudia, una de la chicas de Munro, mi barrio. Estuvimos un par de días y nos fuimos a Mar de Ajó. Ahí nos hospedamos en el “Residencial Buenos Aires”. Nunca se me ocurrió tomar en cuenta que soy blancoenfermo, entonces terminé quemadísimo. El encargado del residencial, me sugirió que me pusiera rodas de tomate. No puedo decir el olor a podrido que tenía. Después me dijeron que tenía que ponerme noséquémierda, que me puse y fue peor. Estando en Mar de Ajó, ya no nos quedaba un mango. Un día vemos una promoción de “una docena de empanaditas”… y ahí conocimos los arrolladitos primavera. Tomábamos Gini CALIENTE porque no teníamos heladera, comíamos galletitas Ortiz, la puerta del ropero era un cortina agujereada y una noche nos preguntamos: comemos o vamos a ver ET. Y fuimos a ver ET. Para volver a Buenos Aires, tuvimos que volver a San Clemente.
Con mis quemaduras estaba en un grito. La espalda la tenía, al salir de San Clemente, llena de pequeñas ampollas. Cuando me bajé en Maipú y Ugarte, en Vicente López, mi espalda y la remera que tenía puesta eran una masa, ya que se habían reventado las ampollas. Cuando llegué a mi casa, NO ENCONTRABA EL MODO DE DESPEGÁRMELA. Entré a bañarme y ente dolores de quemazón, conseguí hacerlo. Al día siguiente, cuando volvimos al batallón, me internaron durante quince días, con quemaduras de segundo grado. En el tiempo que estuve en la enfermería, me lavaban la espalda, me rascaban las costras y me embadurnaban con rifocina. Un día, durante esa internación, estaba el pibe de la cocina que, en la instrucción, se había guardado un cuis. Por una ventana entró una rata que era un gato, más que una rata. La cosa es que el tipo, con un pie le pisó la cola. Cuando la bicha se dio vuelta para morderlo, con el otro pie le aplastó la cabeza. Una situación fea de contar… Pero peor fue verlo, en otro oportunidad, corriendo por el comedor a una rata ¡¡¡CON EL CUCHILLO QUE USABA EN LA COCINA!!! Un asco.
Al trabajar en la oficina de Justicia, pude ver algunos expedientes que eran más que desagradables. Ahí encontré fotos de gente que se había suicidado en la habitación del casino de suboficiales, de gente que había sido abatida por no responder al "alto quién vive"...
Una situación que me tocó presenciar, fue la de los Testigos de Jehová. Por su religión, ellos se niegan a jurar fidelidad a la bandera y no portan armas. Para los milicos, eso era algo como “insubordinación”, creo. La cosa es que se les hacía una causa judicial e iban en cana, por algo así como dos años. Cuando volvimos de la instrucción, había algo así como tres que se negaban a jurar y portar armas. Me acuerdo que estaban en la oficina de justicia, obviamente se escribía todo lo que pasaba, se les leía el código de justicia militar (supongo) y al escuchar las consecuencias que iban a afrontar, dos dejaron de lado la religión.
A medida que el tiempo pasaba, quedábamos menos. Las bajas iban otorgándose y algunos quedamos para el final. Como no podía ser de otro modo, un nuevo sorteo hizo que la clase sesenta y cuatro se incorporara y que nosotros, que éramos muy pocos, pasáramos a formar un única compañía que se llamó UNIFICADA. En este momento éramos tan pocos que casi no alcanzábamos para cubrir los servicios, entonces los francos eran un mal recuerdo y estábamos todo el tiempo de guarda, retén, imaginaria, guardia, retén, imaginaria… Y ya con los huevos al plato. La cosa fue que el encargado de la compañía unificada, terminó siendo el sargento primero con el que trabajaba en la oficina de Justicia. Entonces un día lo agarré y le dije: “mi sargento primero, tengo los huevos reventados de ser el pelotudo que nunca zafa. Ahora que usted es el encargado, yo voy a ser furriel (es el administrativo acomodado que decide los servicios de la compañía). Como atinó a decir, “no, Gabirelli, ya está”… le dije “mire, como quiera. Entonces encanemé desde ahora hasta la baja. Total, da igual, pero al menos dejo de cubrir servicios. Soy furriel o me mete en cana” Y fui el furriel por el breve lapso que duró la compañía unificada.
Al final, llega el día de la baja. Hay un acto en la plaza de armas y, se suponía, el DNI nos lo devolvía el suboficial u oficial que nos había tenido a cargo. A mí me lo tenía que devolver el sargento ayudante, encargado de la oficina de Legajos. Un tiempo antes, este sargento ayudante, había empezado a tratar de convencerme que me “enganchara” como milico, a lo que siempre le había respondido que ni en pedo. Ese día, como él no había aparecido para devolverme el documento, lo fui a buscar. Antes de dármelo me insistió un par de veces más, pero como seguí diciéndole que ni en pedo, lloriqueando, me lo dio.

TERMINOLOGÍA:
Tagarna, que según quien la dijese, podía ser taGANNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNA. 
Lacra.
El soldado es una pelotita de nervios y no un pelotudo nervioso.
Negro comedor de isoca
Negro pata rajada.
 
GENTE
Había milicos que eran geniales. Teníamos un sargento que era muy ocurrente. Él se refería a un cabo determinado como “estuche e’ víbora”, porque este cabo era muy flaco, muy alto y encima vestido de verde. El tipo nos trataba bien y era medio compinche. Había otra gente que nos trató como el culo, pero después se acercó y otra que era una mierda antes, durante y siempre. 
Había un cabo petiso, muy parco, talabartero que no era mal tipo. Su particularidad era que a todas las palabras las terminaba con p (sí, con la letra pe) y se le hacía babita blanca en las comisuras de los labios, que los tenía arqueados para abajo. Entonces pasabas y te decía “soldadop, a dondep vap” y no podía aguantarme la risa, porque de solo escucharlo ya me imaginaba la babitap…
Resulta que cuando un “no superior” quería dirigirse a un “superior”, había que gritar (si no gritabas, te decían que eras un puto), estando firme, claro (si no estabas firme, es que eras puto) “¡parte para el cargodelfulano apellidodelfulano!”. Teníamos un teniente muy amanerado al que le decíamos la tenienta. La cosa es que eran muy amigos con un teniente (siempre fantaseé que eran pareja, lo que tranquilamente podría haber sido, aunque los dos estaban casados) con el que andaban todo el día juntos. Los dos tenientes, pero de distintas ramas: uno de intendencia y el otro de logística, creo. Lo pintoresco era ver a la tenienta cada vez que iba a la oficina de su amigo, parase en la puerta y a modo de chiste decirle (firme y al los gritos con su vos apitada) “parte para el COMANDANTE…” Así, escrito, no se entiende, pero era muy gracioso.
Teníamos un capitán que era igual a Homero Adams. Una réplica exacta. Tenía un Fiat 125 hecho mierda, que después cambió por otro peor...
Había un subteniente que había hecho el curso de comandos. Parece que los tiraban en una isla, con un cuchillo… No sé. La cosa es que el tipo, estando en el batallón, tenía el hábito de descolgarse de cuanta terraza encontraba.
Había un cabo que era un réplica de una hormiga. Le faltaban patas, pero le sobraba mala leche.
Tuve un compañero de apellido Hermoso, que no le hacía honor al apellido ni de cerca.
 
Tuve otro compañero que tenía la misma cara que los ositos cariñosos, y que suponíamos que era un pelotudo. Un día, no sé por qué, se puso a explicarnos "el período" de su novia. Ahí confirmamos que era un pelotudo.
 
Había un sargento ayudante que era igual a Droopy.
 


ANÉCDOTAS
Estábamos en el vivac. Hacía un calor impresionante. Nos habíamos quedado sin agua y el cantinero no estaba. De repente aparece un tanque de agua y salimos desesperados a cargar las cantimploras. Bueh, se les había pasado la mano con la sal inglesa. Tuvimos una noche desbordada, y las letrinas, ni contarlo.
 
Una mañana, durante el conflicto de Malvinas, nos hacen levantar, hacer las camas, pero no nos dan desayuno y nos hacen desarmar las cuchetas: nos iban a robar sangre. La cosa fue que nos fueron extrayendo una bolsa a cada uno. Cuando terminé, salí y desayuné. Pero Edu no salía, aunque habíamos empezado los dos al mismo tiempo. Entro para ver qué pasaba y él estaba acostado, con los ojos a medio abrir y en su bolsa HABÍA ESPUMA. Nunca había visto espuma en una bolsa de sangre. Él estaba a medio desmayarse y me decía "no sé qué tengo, no tengo sangre, mirá, no tengo sangre"...
 
Una noche estaba de guardia en un puesto que raramente me había tocado: el de la puerta de entrada. De repente se escuchan bombos, redoblantes y cada vez más nítidos. Resultó ser que la gente de la villa de enfrente del batallón, había hecho una colecta y querían dejarnos lo que tenían. Llegaron con pancartas y cantando la Marcha de Malvinas. Hablaron con el Tte. Cnel. y entraron. Llenaron un galpón inmenso con ropa de vestir, ropa de cama, alimentos no precederos… Fue impresionante. Aquella mercadería quedó en el galpón y nunca salió de ahí. Nunca, ni al final de aquella estúpida guerra. Un día, después que la guerra había terminado y que nadie había hecho su aceptación de culpa, llego una mañana porque tenía que estar “de guardia” y veo un gran revuelo. Paso por la guardia, me asientan, firmo y veo al cabo que trabajaba conmigo y al cabo primero hijo de puta que nos bailó disparando su pistola, sin cordones, ni cinturón e incomunicados, lo que sin dudas indicaban que estaban sopres. Por el cabo primero hijo de puta, me alegré y lo disfruté (aunque no sabía que lo disfrutaría mucho más) y por el cabo que trabajaba conmigo sentí pena. Cuando ya estaba de guardia, me mandan a buscar para tomar unas declaraciones, porque yo era “el miliquito de justicia y legajos” y ahí me entero: estos dos, junto con unos soldaditos, habían vaciado el galpón de cosas y habían cargado una camioneta. Cuando ya casi salían por una puerta de la calle Zufriategui, los vio el oficial de guardia (un capitán igual a Homero Adams), ordenó que cerraran la puerta y… Listo, al calabozo. Esto desató un escándalo. Resultó ser que el Tte. Cnel. NUNCA INFORMÓ QUE ESTABA ESA MERCADERÍA EN EL BATALLÓN, por ende, al iniciar la causa por esto rateros se armó un quilombazo en el que el Tte. Cnel. termina sancionado por nosequien por no haber declarado la mercadería y los otros volaron, volaron, volaron… Nunca más supe de ellos.

Una mañana entro a empezar la guardia, y veo que todos los soldaditos de la guardia anterior saltaban, corrían, y ni miras de dejarlos ir. Cuando estoy yendo a vestirme, me cruzo con Edu, que estaba: con el casco desacomodado de costado, con la ropa toda desgreñada, sudado como en el horno, ojeroso y me dice “decile a Nacho que devuelva lo que se afanó”. Edu, Nacho y yo estábamos siempre juntos, pero entre Nacho y Edu había más afinidad que entre Nacho y yo. Cuando Edu me pide que le diga, supuse que ellos dos sabían de qué se trataba. Lo busco a Nacho y le cuento la situación, pero me pone cara de nosedequémestashablandochabón y como sigo escarbando, me cuenta. Resultó ser que a Nacho le afanaron el fusil y para que no lo “castigaran”, él se afanó el fusil a uno del grupo de Edu. Como el grupo de Edu era el último y no encontraban el fusil, no les iban a permitir salir hasta que no encontraran el armamento… Cuestión que, al final, Nacho devolvió el fusil porque encontró el suyo y… Edu lo quería matar. Alguna vez terminamos juntados en mi casa los tres, para solucionar el conflicto…

Un día llegan a la oficina de justicia (donde yo era el escribiente) cuatro soldaditos con el jefe del casino de oficiales. Los casinos (oficiales o suboficiales) eran unos edificios que tenían el comedor, cocina y habitaciones para que vivieran los que no eran de la zona y para que descansaran los que estaban de guardia. Eventualmente se prestaban los casinos para festejar algún evento: quince, casamiento… Los soldaditos trabajaban en el casino y el jefe los había encontrado en la pieza de no sé quien, teniendo sexo. Por supuesto que estaban todos sin los cordones, compungidos, preocupados… menos uno. La cosa se había dado así: Había uno que, claramente, no debía estar haciendo la colimba. Era un chico que no entendía mucho y que tenía una historia de abusos, que había naturalizado y fue el primero en ser entrevistado por el encargado de la oficina, porque era el abusado. La cosa es que le pide que cuente qué había pasado, y se despacha diciendo que (sic) “soy la novia del gordico. Cuando vuelve de franco, saca la pi.. y me la mete en la boca. Hace rato que me cog.. el gordito. Él no quiere que le cuente a nadie, que si lo cuento me caga a trompadas. Igual yo no iba a contar nada porque me gusta”. Que ese día, él estaba haciendo no sé qué en una habitación y que se metieron los otros tres. Que primero (SIC) “me agarró el gordito y me cog.., y mientras me dijo que se la chupara al de la cara torcida y yo se la chupaba pero no se le paraba y yo le decía “pero no se te para” y al otro le hacía una paj.”… ahí entró el jefe del lugar y se armó el quilombo. La cosa es que cuando este chico cuenta sus cosas, él revela que siempre en su casa había sido así y que el último novio de la hermana (novios de muchos años) (SIC) “me coge siempre que se queda a dormir con mi hermana. Y como el sargento nomeacuerdoelnombre se queda todos los días, siempre me coge”… O sea, mandó en cana a un sargento. Al chico abusado lo dieron de baja y los otros tres terminaron en el calabozo no sé cuánto tiempo.

El batallón tenía una compañía en Bernardo de Irigoyen, Misiones. Una mañana llego y tenía a un sargento (sin cordones ni cinturón en un banco) y a un soldadito, en iguales condiciones, en otro banco. Cuando entro a la oficina había un noséquerango hablando con el sargento primero encargado de la oficina. Me echan y cuando el noséquerango se fue, me llama el sargento primero y me dice que la situación es complicada, que no tengo que contar nada, que debo ser discreto… Resumiendo: noséquerango había encontrado al sargento y al soldadito garchando en una caballeriza. Al final los dos terminaron en cana.

Una mañana llego y estaba una ambulancia del Hospital militar central en la puerta del edificio central. Adentro, “el de la cara torcida” y en un banco en la entrada “el gordito” de más arriba. Resultó ser que después del encuentro amoroso y terminado el castigo, a estos dos los mandaron al sur, a una compañía que había allá. Resultó ser que “el gordito” convenció “al de la cara torcida” para que tuvieran sexo con una oveja, cuestión que volvieron los dos con una sífilis terrible. Cuando declaró “el de la cara torcida” dijo (sic) “y yo le tenía la cabeza y el otro le daba y yo le preguntaba y, qué sentís, es calentita… “ ¡¡¡QUÉ ASSSSSSSSSSSSSSSSSCOOOOOOOOOOOOOO!!!

Un mediodía, volviendo de almorzar, encontramos que unos soldaditos estaban revoleando trapos y que los teros (en los descampados del batallón estaba lleno de teros) se le tiraban encima al que estaba metido en una acequia. Resultó ser que, mientras cortaban el pasto, unos pichones salieron corriendo y cayeron en el canal. Cuando los quisieron sacar, los teros adultos se les tiraron en picada, con unos espolones que tienen en las alas. Al final, éramos como diez marmotas revoleando trapos, hasta que pudieron sacar a los pichones y dejarlos al alcance de los teros adultos.

Un día me toca limpiar la oficina. De repente, de algún sitio salió una terrible arañota. La pisé, explotó e instantáneamente salieron millones de arañitas para todos lados. Nunca zapateé como esa vez. La maldición de la araña explotada...

Cuando algún milico quería casarse tenía que pedir autorización. Cuando la pedía, yo tenía que solicitar un “estudio ambiental” del futuro cónyuge y su familia. Creo que sólo una vez vi que denegaron un permiso, porque el informe ambiental decía que la novia era puta.

El batallón, por adentro, se comunicaba con el barrio de oficiales, el barrio de suboficiales, CITEFA (al lado estaba el autocine) y el batallón de inteligencia 601. En ese camino había un puesto de guardia y la consigna era: si ven un auto, tiene que venir con las luces de posición apagadas y las interiores encendidas. De lo contrario, rodilla en tierra, gritan tres veces “alto quién vive” y si no les contestan, cargan y disparan”. Una noche, hacía un frío de requetecontrarremilrrecagarse, el viento debajo del caso chiflaba y las sombras movían todo. Veo que se acercan dos luces, pero no se encendían las de adentro. Entonces hice lo que se suponía que había que hacer: rodilla en tierra, cargué y grité “alto quién vive”. Resultó ser el Tte. Cnel. que se iba a su casa. Se bajó de la camioneta (el muy rata usaba la camioneta del batallón), me felicitó y siguió. Algo parecido me pasó dos veces con el subjefe del batallón, pero el tipo tenía fama de romper las pelotas a los milicos en ese puesto de guardia. Un día se hizo el boludo con el auto y otra, caminando.

Una mañana llego al batallón y tenía que tomar guardia. Cuando paso, encuentro al sargento encargado de arsenales (todas las armas y munciones), en la guardia, sin cordones y llorando. Pocas veces un milico me conmovió tanto. El sargento Sosa, era un tipo genial. No te maltrataba, te hablaba bien, era un tipo accesible. Un petiso bigotudo muy buena onda. Tengo la sensación que era un buen tipo. Resultó ser que en esa guardia que estaba saliendo y que yo tenía que reemplazar, se habían fugado un par de soldaditos. Pero, uno de los puestos de guardia, justo estaba en el galpón del arsenal, entonces desde afuera del galpón había desatornillado las chapas, las habían levantado y se habían metido adentro para afanar. Se habían llevado un par de pistolas, municiones… Cuando el sargento Sosa sale a hacer el relevo, se encuentra el puesto de guardia vacío y las chapas levantadas. Él denuncia la situación, hace un inventario, informa los faltantes, pero queda en cana. La cosa fue que pasó un día en el calabozo, no había forma de consolarlo y se le inició una causa. En el medio, en un asalto, recuperan una de las pistolas, el chorro delata al que se la había alquilado, que era el soldadito que se había fugado con las armas afanadas, lo van a buscar y recuperan todo. El sargento Sosa queda sobreseído y no sé más.

Una tarde, creo, estábamos lo más tranquilos en la puerta de la compañía, después de haber almorzado. De repente llega el encargado de la compañía, un sargento ayudante, y nos lleva a “bailar” al medio del campito y al rayo del sol. Yo pensé que le había explotado el marote, pero cuando empezó a hablar, entendí. Algún tiempo antes, se había escapado un soldadito. Como consecuencia nos habían sacado a “bailar” sobre la escracha, en medio de la madrugada. Aquella tarde, el pelotudo este, estaba caliente porque la madre del “desertor” se había ido a quejar del trato que recibía su hijo. Mientras saltábamos, nos mirábamos entre todos para ver si alguien conseguía entender algo. Mientras nos “bailaba” este resentido, lacra social decía “porque el soldadito a su vieja no le dice vieja, le dice che, puta, conchuda. Ya no le tiene respeto a la vieja”, y seguía; “y le dice la Lola, la Pepa, la PUTA ESA QUE LE GUSTA QUE SE LA COJAN” y seguíamos sin entender y el tipo más nos hacía saltar; “y la madre de ustedes no es una señora, NO, es una puta que viene a los cuarteles a buscar un buen macho que se la garche”… y ya no sé qué más dijo. Ahí entendí que se trataba de un pobre cornudo, resentido, malparido que estaba desbordado de odio porque se le había escapado en soldadito...
Alguna vez fui a dar sangre para alguien, y por hacerlo, me habían dado el día libre. Cuando vuelvo al batallón, me encuentro que me habían robado la ropa de fajina (que además estaba recién lavada, planchada...), y que me habían dejado otra toda rotosa y sucia.Caliente como una pipa, voy al encargado de compañía, le cuento del afano, y le pido que quiero descubrir al que me la había afanado. Cuando todos los que estaban de guardia volvieron, los hicieron formar, y encontré mi ropa. Estaba hecha un asco, pero al menos la había recuperado.
 
Una de las fiestas, no me acuerdo si Navidad o Fin de año, me tocó estar en el batallón. La cena fue distinta, hubo sidra para brindar y no mucho más. Muchos de los que volvían, estaban en estado de coma etílico...
 

sábado, 30 de marzo de 2013

El 02/04/1982 yo estaba haciendo la colimba...

(Todo esto forma parte de un escrito más extenso que después voy a publicar...)
...Una noche recuerdo haber visto caravanas de vehículos, bocinazos, gritos que no parecían amigables y mucho tránsito por la ruta 8 y que alguien sabía que había sido por una manifestación en Plaza de Mayo y que los milicos la habían dispersado: http://capital.fora-ait.com.ar/2011/03/30-de-marzo-de-1982-%C2%BFya-nadie-lo-recuerda/ .
De todos modos, entre los "soldaditos" lo que se respiraba era una gran ansiedad por la llegada de la Semana Santa (que según San Google, cayó jueves, 8/4; viernes, 9/4; sábado 10/4 y domingo, 11/4, allá en 1982) ya que se había echado a rodar el rumor que nos volvíamos a la civilización el miércoles a la noche, y que podríamos estar en casa hasta el domingo.
Y llegó un nuevo dos de abril. Aunque desgraciadamente único para mil novecientos ochenta y dos, para dos países y para infinidad de gente que comenzaría a padecer. Algo iba a pasar y no lo sabíamos. O, mejor dicho, algo había pasado y estábamos a punto de enterarnos. Esa mañana nos levantan como siempre, pero el aire estaba agitado, cargado. “Algo” había. Estaba presente el Jefe de vivac, que era un capitán, que no recuerdo que estuviera mucho en el lugar. Así que, como siempre, llegamos a la plaza de armas formados, cantamos saludando a la bandera mientras la izaban y nos habló el jefe de vivac: “…soldados, hoy hemos escrito una página importante en la historia; hemos recuperado Las Malvinas…” y algo siguió diciendo, pero no sé qué fue. Recuerdo que cuando terminó con la frase pensé “¡PEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO SI ME CAGO EN LA HISTORIA Y ME LIMPIO EL ORTO CON LA PÁGINA IMPORTANTE. ¿A QUIÉN MIERRRRRRRRRRRRRRDA SE LE OCURRE?!” y ahí caí en la cuenta que, de ese momento en más, a la ansiedad por salir, la íbamos a sustituir por la incertidumbre de ¿cuándo nos llevan? y que sólo nosotros íbamos a estar seguros de nuestro destino, lo que sería una terrible incógnita para los que estaban afuera.
Y así fue.
 Ese fue el comienzo de un nuevo tiempo de colimba. Ese día todo fue con gran agitación, todo el día saltando, como si tuviéramos que estar en un estado que nunca alcanzaríamos. Y todo pasó a ser DE UNA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL, en la que el soldadito debía hacerse responsable, aunque los responsables de enderezar los cañones de los fusiles no lo hicieran. Y se agitaba el fantasma de la guerra y todos debíamos estar preparados pero sin recursos. Aunque eso no era lo importante. Todo aquel día fue de una terrible locura. Por la noche, otra vez, caravanas de autos, bocinazos, cantos, aplausos, banderas argentinas y un aire como de alegría. Yo miraba eso y me preguntaba “¿de qué carajos se estarán alegrando; cómo puede ser que se hayan olvidado que dos días antes los cagaron a golpes?”. Los malvados de ayer, entronizados en salvadores de la patria. El tiempo los pondría en su lugar, aunque a un precio demasiado alto.
Según me acaba de recordar don Excel, el dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, fue un viernes. No tengo argumentos para discutirlo.
De ahí en más, todas las consignas llevaron un “hay que prepararse para ser movilizados”, más o menos explícito. No tengo modo de compararlo con otras instrucciones, pero el ambiente y los estados de ánimo cambiaron. Volverían a cambiar después del catorce de junio, cuando se firmó la capitulación. Todo se volvió como más violento, por definirlo de algún modo. Todo se justificaba por la necesidad de estar “preparados frente a esta hipótesis de conflicto”, y a que “en la guerra no hay familia”, y a que “si nos necesitan, nos van a movilizar” y… Y todo era así Había que apurar los tiempos de la socavación del ánimo. Para qué, todavía no lo sé. Entre la milicada yo tenía la sensación de ver a algunos fanáticos a los que se les caía la baba por ir a jugar a la guerra, y los que se habían olvidado que parte de ser milico, era la posibilidad de enfrentar un conflicto. Para algunos era darle sentido a su carrera militar, y para otros era alejarse de la tranquilidad y la familia. Por aquel momento algunos milicos estaban entusiasmados con combatir y otros estaban preocupados por tener que ir a hacerlo. ¿Cuál sería el más sensato? No puedo decirlo, pero en función de las armas que tuve en mis manos, los más realistas eran los menos entusiasmados. El tiempo, desgraciadamente, lo pondría muy en claro.
En algún momento empieza a sonar la “Marcha de Malvinas”, marcha que supuse que era posterior a este acto demente, pero no. Mirá, acá está la Wikipedia que cuenta la historia: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_de_las_Malvinas y acá te la dejo por si la querés escuchar http://www.youtube.com/watch?v=zemmL-e8e94
Y llega el día de volver. Después de días de agitación, la Semana Santa estaba ahí y… Había que prepararse. A la excitación que ya estaba en el ambiente por Malvinas, se agregó toda la movida por la vuelta a casa. Cada uno había manejado el nerviosismo a su modo, pero algunos suboficiales que nos tenían a su cargo, también habían cargado alcohol de más. Nos subimos a los camiones y emprendemos el retorno al batallón, sabiendo que nos faltaba terminar la instrucción. Era de suponer que este viaje sería más cómodo porque no teníamos la mochila… ¡Bo-lu-de-ces! No había mochilas, entonces DEBÍAN CABER más soldaditos. Volvieron los calambres y los murmullos por la incomodidad, pero se le sumaba que el cabo primero que nos llevaba estaba mucho más que copeteado, lo que hacía que su capacidad de entendimiento fuera menor a nula. Tuve la dicha de estar en el camión equivocado. Además de tener las piernas amputadas, pero en su lugar, tenía un cabo primero incapaz de controlar sus acciones en un camión que se había descompuesto en medio de la nada. Como el murmullo era imposible de parar, nos hizo bajar (él y un par más que iban adelante) y nos llevó al medio del campo a correr. Sí, estuvimos corriendo a su alrededor hasta que en un acto de hijoputez impensada, sacó la pistola y empezó a disparar al suelo. Yo pensaba ¿y si la bala rebota en algo? No sólo corrimos, sino que nos separamos más del hijo de puta este (del que no me acuerdo el apellido, pero que un tiempo después terminaría arrestado y procesado por robo, lo que certificaría que era y seguiría siendo un hijo de puta), hasta que alguno de los otros lo aplacó. O algo así. La cosa es que llegamos muy tarde (porque tuvieron que mandar otro camión a buscarnos), creo que no nos pudimos bañar, la verdad que no me acuerdo, nos dieron la misma ropa con la que nos habíamos incorporado tiempo antes y nos dejaron salir con la recomendación que estuviéramos atentos a un posible llamado. Y nos cagaron la Semana Santa. Si mal no recuerdo, mi viejo esperaba afuera.
Aquella ropa recuperada, no olía bien. Aunque la había lavado casi todas las noches, había tenido que secarla entre el colchón y el elástico de la cama, lo que le agregaba al tufo del colchón, manchas de óxido. A todo eso se le sumaba el tiempo que había estado guardada. Definitivamente no olía bien, o al menos era mi certeza.
A partir de ahí todo fue… ¡EXTRAÑO! Primero las luces de las calles, me había desacostumbrado ya que en el vivac todo era luz de luna, el resplandor de las luces de los autos en la ruta y de las carpas de oficiales y suboficiales, pero todo lejos. Ahora estaba envuelto en esas luces. Después las sillas. Ya me había olvidado, y mis nalgas mucho más, de lo que se sentía al sentarse en una superficie mullida. El inodoro. Volver a sentir el asiento en una superficie donde acomodarse, sin tener que estar haciendo equilibrio ni cálculos de distancias o probables salpicaduras, ni nada por el estilo para solamente dedicarse a lo que había que dedicarse, era casi un éxtasis. Y por último, la ducha… ¡QUÉ DECIR! Volver a sentir el agua de la ducha, en lugar del chorro que salía del caño y te partía en dos; el agua tibia en lugar de pequeños hielos; y EL TIEMPO QUE QUISIESE, ya que los baños habían sido: “al baño carrera marrrrrrrrrrrrrrrrrr”, “abrir el agua, mojarse bien. Cerrar el agua”, “enjabonarse la cabeza…, enjabonarse el cuerpo ¡no se olvide los sobacos, milico!, a lavarse la zanja…”, “abrir el agua”, “enjuagarse”, “¡TERMINADO!, afuera sin correr…” y ya estaba.
Bueno, volver fue un reencontrarme con mis cotidianeidades previas a la colimba. Y la distancia que ese tiempo había puesto, había hecho que algunas cuestiones se acomodaran diferente en mi precepción.


Estas tres fotos fueron tomadas en esos días. No sé si miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, pero fue en esos días. Ellos son Vicente y José, y las fotos las sacaron con un Polaroid Instamatic que tenían.
Volviendo a la colimba. En aquellos días estaba en mi barrio, con mis amigos, con mis conocidos y todo el mundo quería saber cómo estaba, qué pasaba… En el ambiente había como una algarabía por la recuperación de las Islas, y yo me preguntaba qué motivaba tanta alegría, recordaba las armas, las comidas, la ropa y seguía sin entender. Creo que había una gran movida para que todo el mundo mirara Canal 7, se hacían colectas, la gente escribía cartas que ponía dentro de chocolates, ropa, calzados... Toda una gran manifestación de apoyo sincero.
Y un sábado a la mañana llegó el llamado menos deseado, y que justo atendí: teníamos que presentarnos en el batallón. Cuando pregunté para qué, me dijeron que era para cargar un barco, y se me ocurrió un “sí, lo vamos a cargar con nosotros”. Oooooooooooooooootra vez a despedirse. Me lleva mi viejo y en el puesto de guardia de la entrada pregunta para qué nos habían convocado, y le responden “van a cargar un avión”, y pensé “sí, con nosotros vamos a cargarlo”. O sea, un llamado y dos respuestas. No hubiera sido importante, de no ser por la situación bélica.
Pasé por la guardia, me anotaron, y me mandaron a esperar con el resto que ya estaba. Esta vez nos subieron a un camión volcador (sí, un camión volcador) amarillo y nos llevaron a la base aérea de El Palomar a embolsar raciones para enviar a Malvinas. Nos tuvieron algo así como doce horas o más, embolsando. Eran largas mesas en las que teníamos que agarrar una bolsa de nailon y colocar: una lata de pastel de carne o arroz con calamares, una lata con tres perforaciones que abrazaba a la lata con la ración, una caja de fósforos, tres pastillas de alcohol de quemar; cuatro galletitas express (que al principio eran sueltas, entonces poníamos un puñado, que eran más de cuatro; cuando se acabaron nos dieron paquetes cerrados de cinco galletitas), un chocolate relleno con dulce de leche, que por esa época había aparecido y se llamaba Submarino y no me acuerdo si había alguna galleta dulce y alguna otra golosina. Me acuerdo de preguntarme ¿cómo harían para comer eso, cómo se suponía que lo calentarían, les llegarían las raciones? Pensar que podían encender fuego estando en una trinchera era imposible, sobre todo por lo que nos venían diciendo en la instrucción. Además del viento, el agua, el frío… Miraba y no entendía. Igual se suponía que había gente que no estaba en la línea de fuego, pero creía que lo más importante era cuidar a los que sí estaban ahí. Al final, nunca fue importante cuidar a alguien más que a los milicos de carrera. El resto…
Y en un momento, cuando ya había amanecido, nos dejaron volver desde ahí en donde estábamos. No me acuerdo el modo, pero volví a mi casa. Y terminé mi domingo de Pascua. Creo que el lunes muy temprano nos llevaron al vivac otra vez, pero no me acuerdo.
El tiempo de instrucción se terminó, desarmamos el vivac, y nos volvimos a la ciudad. Otro momento empezaba, ya que se suponía que éramos soldados instruidos. Ya podíamos enfrentarnos a todos los fantasmas que se agitaban: los de la movilización a Malvinas y los del copamiento subversivo. Porque al momento de fantasmear, los milicos resultaron tener mucha imaginación.
Nunca estuve más cerca de Malvinas, que embolsando aquellas escasas raciones.
Nuna nos movilizaron.
Un día de junio, un catorce de junio de mil novecientos ochenta y dos, se firmaba la capitulación de una insensata y etílica guerra. La estupidez fue de los milicos. Los costos, de los soldaditos.
Algún día se reparán todas las injusticias, y espero poder verlo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Dejando que salga

Cuando algo falta, falta. Una perogrullada (http://lema.rae.es/drae/?val=perogrullada) como pocas, pero eso no invalida la certeza de lo dicho.
Cuando algo no está, seguro generará algún tipo de sentimiento. Y supongo que esto va a depender de cada uno. Y también va a depender de cada uno, la importancia que le asigne a eso que no está. Lo que se sienta cubrirá un amplio arco de posibilidades, desde indiferencia hasta angustia.
La cosa es que cada uno va a darle una importancia diferente a eso que le falta. Y dependerá también de la situación. Puede ocurrir que algo que no tiene importancia en algún momento, pase a tener un valor descomunal en otro.
Tantas vueltas fueron para decir que todas las faltas no faltan del mismo modo porque va a depender de qué es lo que falta, de a quién le falta, cuándo falta, cómo falta, cuánto hace que falta...
En mi caso, hay faltas con las que me llevo mejor que con otras. Las que más me duelen son las que tienen que ver con afectos. Y ocurre que no hay reemplazo o sustitución posible. La falta del amor de un compañero es una falta imposible de sustituir. Y lejos de diluirse en el tiempo, se me hace más palpable. La cotidianeidad está llena de recordatorios.
Y como cada uno es como es, es que a mí me pega muy mal. Y por mis particularidades es que voy perdiendo la perspectiva y que se me va haciendo más complicado volver al eje. Por supuesto que no vuelvo y empiezo a entrar en un tirabuzón descendente que me opaca por completo. Obviamente todo empieza a perder sentido y a la pregunta "¿para qué?" le desaparecen las respuestas convincentes. Todo empieza a perder color, los intereses se convierten en desintereses y las incógnitas le ganan y por mucho a las certezas. Claro, la autoestima ya se convirtió en un descolorido recuerdo y sólo me queda la impresión de haberla tenido alguna vez. Todo se me descontrola tanto que hasta gano en kilos el peso de mi amargura. La crueldad que no descargo en nadie o nada, me la cargo encima y me dedico los comentarios más de mierda que alguien pueda recibir. Y una sensación muy fuerte que reaparece es la de haberme convertido en transparente.
Es que así es como soy.
Desde la buena intención aparece por todos lados la frase salvadora: "todo llega". Bueno, lo cierto es que no es cierto que TODO llegue. Quizá llegue algo, pero todo es imposible. Y escucho: "todo pasa", lo cual es cierto, pero la cosa quizá no sea saber QUE VA A PASAR (que ya sabemos que pasará), sino poder determinar CUÁNDO VA A PASAR. El escarnio del dolor se siente mientras se atraviesa. Podría ser que la frase sirviera como la zanahoria delante del burro, pero como estoy ganado por el descreimiento, no me sirve.
Cuando llego a este punto, la pregunta de cada mañana es: ¿qué sentido tiene todo? La respuesta es obvia: ninguno. Lo cierto es que, a pesar del desánimo, todavía algunas hilachas siguen sosteniendo las acciones (o las no acciones), como ser la inercia, no romperle los huevos a nadie, porque otra no queda... Y no puedo asegurar que mucho más.
Además son momentos de profundos caracoleos (meterme hacia adentro): no salgo de mi casa. Y es literal. Excepto por cuestiones que sean imprescindibles, no asomo la nariz: mejor solo que sentirme una mala compañía. Y difícilmente cuente, ya que para este momento estoy harto de escucharme. Y mucho más de no encontrar soluciones. Y lo que siempre está dando vuelta es la impresión de que no me sé hacer entender. A veces alcanzaría con que alguien sólo escuche y me abrace de modo tal que pueda hacerme bolita y llorar hasta que la cara se me desgarre.
Volcarlo en estas palabras en este blog, funciona como válvula de escape. Y no me siento expuesto porque es muy raro que alguien lo lea.
Hace poco, durante mi sesión de terapia, refloté un viejo sentimiento: el de haber crecido en el seno de una familia que no me quiso (sentimiento que me acompañó toda mi infancia y que en la adolescencia exorcicé de algún modo que no recuerdo). Seguramente debería haberme servido para trabajarlo y mejorarme. En cambio, estando en esta situación en la que estoy, lo que me provocó fue "para qué mierda me sirvió esto". Y la respuesta termina siendo la misma de antes: para nada. Pero también apareció mi tío Carlos y me identifiqué con él y después del dolor de la identificación, de nuevo: "¿para qué mierda me sirvió esto?" y la respuesta se repitió. Claro que estas situaciones debieron haberme servido para repararme. Pero no es momento. Las ganas y el interés están sofocados por un denso desinterés, muy integrado a un profundo desánimo.
Como dije más arriba: así es como soy.
Volver a mi eje es un laburo que retomaré. Por ahora no puedo más que esto.
La pregunta podría ser ¿y todo esto porque no tenés novio? y la respuesta sería un ofendidísimo NO. Si es lo que te quedó, queda claro que ni siquiera puedo explicarme.

domingo, 17 de marzo de 2013

En camino al medio siglo, mejor empiezo a escribir mientras me acuerdo...

Nací un 24 de septiembre de 1963 a las 7:25. Dicen que en la Clínica Olivos, en Olivos, pero mi partida de nacimiento dice que en Belgrano, en Moldes 1855, en Capital. Coincide con que mi viejo sostenía que los trámites eran más fáciles en Capital Federal, por lo tanto, eso justificaría el dato.
Crecí en Munro, un barrio del partido de Vicente López, en la zona norte de la Provincia de Buenos Aires. Mi lugar dentro de Munro, fue una casa ubicada en una cuadra inusualmente larga, y a tres cuadras del fin (o del comienzo) de aquel partido bonaerense.


Aquella casa albergó a una familia de cinco integrantes: papá, mamá, el primogénito, el del medio, y el gurrumín. La familia se extendía (por orden de interacción) a mi abuela materna, mi tía materna, mi tío paterno y su esposa, mi tía paterna y su esposo.
En esa casa también tuve perros, algunos pájaros enjaulados, dos tortugas ¿fugadas?, algún conejo del que nunca supe su destino final y del que cuentan haberme visto comiendo su caca... Casi, casi, una familia normal.
En aquella vida vivida en los confines del barrio de Munro hubo, también, amigos, compañeros de colegios, vecinos, conocidos... Mi calle, Gobernador Emilio Castro, estaba asfaltada, pero su continuación al 3200 y San Juan, la de la esquina, no. Esto me permitió, por segunda vez en pocos años, ver el asfaltado de una calle: armado del obrador, organización de las tareas... También fui testigo de que los vecinos compraran las luces de mercurio, pude ver su instalación (la empresa se llamaba Yavirú) y participar de los festejos por la nueva iluminación. Para algunos vecinos se acababa la posibilidad de ver claramente las estrellas y los satélites, situación que con algo más de esfuerzo, seguimos haciendo. También vi llegar el agua corriente (teníamos bombeador), las cloacas (teníamos pozo ciego), y el gas "natural", ya que teníamos tubos (algo como una mega garrafa de 50 Kg. de gas envasado).
Los juegos eran simples: en la calle, bicicleta, algunos piedrazos, cartings a rulemanes, algunos juguetes inventados con tarros y corchos, partidos de paleta, barro, muchos cochecitos de colección, escondidas, veinte, verdad consecuencia, guitarreadas, baldazos en carnaval. Nunca tuve una honda, u hondera, como algunos le decían, pero sí me hacía unos cañones con un rulero y la parte ancha de un globo, usando como munición unas bolitas de un árbol. Jugábamos a las bolitas, tinenti, rayuela´ mancha... Y de más grandes, hacíamos asaltos.
Entre veintitres y veinticuatro años, de los veinticinco que viví "en familia", los viví ahí.
Un período de entre uno o dos años, a mis cuatro o cinco, lo viví en la casa de mis abuelos paternos, en la calle Antonio Malaver (cuyos zanjones con sapos y renacuajos incluídos, sucumbieron en nombre del progreso bajo un espeso asfaltado), entre Gervasio Posadas y Cornelio Saavedra.

Justo enfrente estaba (y sigue estando) el club Colegiales.

Mientras vivía ahí, tuve mi primera experiencia educativa: hice el jardín de infantes en un colegio religioso, del que un día llegué diciendo "quiero ser cura".


Viviendo ahí vi llegar al hombre a la luna (o una parodia, no lo sé) el 21/07/1969 y lo vi al Topo Gigio despedirse porque se volvía a Italia. Esta etapa fue muy pintoresca, por decirlo de algún modo. La casa de mis abuelos tenía gallinero, así que participábamos de su crianza: comprábamos afrechillo (lo que hoy es salvado y comemos, antes se le daba a las gallinas) en la carbonería "de la vuelta", tuvimos a Cocolicha, una gallina que reconocía su nombre y que nos esperaba todas las mañanas en la puerta de la cocina. Más de una vez cavamos para darle las lombrices en el pico. A Cocolicha no le gustaba que el gallo "la pisara" entonces cada vez que ocurría, ella corría por todo el gallinero cacareando a lo loco y nosotros íbamos a apedrear al violador y a rescatarla. Cocolicha nos seguía por todos lados y era una fabulosa madre sustituta: mi vieja compraba pollitos, los ponía en una caja y le decía "Cocolicha, cuidalos bien, ¡eh!"; y ella se metía en la caja y los cuidaba. Cocolicha era la única que nos daba huevos de doble yema. También tuvimos a Cocoliera, pero nos picaba y actuaba como toda gallina. Un día, al violador le llegó el momento de convertirse en alimento familiar (o se convirtió en alimento para proteger a Cocolicha, no sé). Mi viejo lo agarró, le acomodó el cogote sobre un taco de madera y... vivimos la experiencia más desagradable sobre una decapitación: mientras su cabecita estaba en el suelo, al lado del taco de madera, a mi viejo se le escapó el bicho que así, decapitado, dio un par de pasos y cayó. No fue una cena agradable. Mi viejo tenía la costumbre de ir al gallinero, agarrar un huevo, agujerearlo en cada extremo y chupar la yema y la clara. Una vez, entre todas las que fui con él, me convidó. Todavía me acuerdo del asco que me produjo la clara. Con los huevos frescos se hacía un batido que, parece, era "puro alimento": huevo, azúcar y algo de vino. Teníamos parra, un árbol de granadas al que nos trepábamos para comer las frutas, pero de a uno; también un árbol de quinotos, al que nos subíamos pero en banda, y varios otros silvestres como una mandarina, que tenía unas espinas inmensas y que se encargaron de alguna pelota de fútbol de mi hermano. También había algunas flores, entre ellas, calas, en la que metí un dedo y salió caminando una araña horrible. El barrio tenía un almacén que se parecía a una pulpería y todo se vendía suelto, te lo ponían en papel blanco y te lo cerraban con algo parecido a un repulgo, el fiambre se cortaba a mano, aunque después llegó la cortadora a manija, siempre había "yapa", tenía las carameleras siempre llenas y siempre que compraba un jabón en barra, me lo iba comiendo hasta llegar a mi casa. Me acuerdo de haber tenido dos amigos: Ricky y Alfredo, con el que íbamos al mismo jardín y no nos llevábamos nada bien. Todo esto, también fue en Munro.
Y cerca de mis veinticinco, me mudé al departamento que había alquilado cinco meses antes de casarme, también en Vicente López, pero en Florida.