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sábado, 29 de mayo de 2021

Y el COVID - 19 me se coló en el cuerpo...

Una mañana, o tarde, o tardecita el COVD 19 me se coló en el cuerpo.
¿Y cómo fue que me se coló?
No tengo idea.
Nunca, hasta ahora, me había pasado que me resultara TAN DIFÍCIL escribir algo sin que suene como no quiero que suene. No quiero que parezca que banalizo la situación, ni que parezca “una gripecita”, ni que parezca que me siento Highlander o Terminator… No. Sólo me siento un afortunado por haber tenido la protección de Dios y de todos mis Seres de Luz, además de la cobertura de la buena onda y los buenos deseos de toda la buena gente que, de un modo u otro, me rodea. Aclarado esto, la cosa fue así…
Desde que comenzó la pandemia, gracias a Dios, puedo elegir quedarme en casa y trabajar desde acá, dando clases virtuales. Y, aunque termina siendo más laburo, me llevo bárbaro con esa metodología de trabajo. Mis medidas de cuidados siempre fueron: no salir a menos que fuera necesario, empaparme en alcohol 70/30 antes de salir (porque mi loca idea es: si estoy bañado en alcohol el virus no se me va a acercar; claramente sé que es una inutilidad, pero me tranquiliza), salir siempre con barbijo y el alcohol (en cualquiera de sus formas) en algún bolsillo. Si bien iba al supermercado, cuando en 2021 se complicó el panorama, decidí que ya no lo haría, sino que iba a comprar por Internet. Excepto por el trámite de un pago habitual de todos los meses que me obliga a salir, no asomo la nariz a la calle; implementé el uso de doble barbijo (incluso para sacar la basura, a cinco metros de la puerta de mi casa que está en un noveno piso) y de la máscara de acetato. Con Raúl decidimos dejar de encontrarnos (igual que en 2020) hasta que pudiéramos ver un panorama menos complejo. Así las cosas, mi vida es de cuasi reclusión (cuestión con la que me llevo más que bien). Y gracias a Dios que puedo elegir recluirme.
El 7/05/2021 empecé con fiebre que atribuí a “una gripe” porque, unos días antes, había dejado abiertas las ventanas y me había congelado. Intenté seguir dando clases pero no conseguía concentrarme ni seguir una idea. De hecho, tuve episodios como de “desconexión”, en los que todo se quedó en blanco. Durante siete días tuve mucha fiebre y ese fue todo el síntoma (salvo la mala oxigenación posterior) que tuve.
El 14/05/2021 decidí ir a mi Obra Social, OSECAC, (que en treinta años de afiliado necesité usar tres veces y, en cada vez, recibí todo lo que necesité para superar las situaciones que se me presentaron, por lo tanto, sólo siento un GRANDÍSIMO AGRADECIMIENTO a cada una de las personas que trabajan y trabajaron sea directa o indirectamente para asistirme y para mantener operativos los sistemas de la Obra Social). Por una cuestión de comodidad para estacionar el auto, fui a los “Policonsultorios Bacacay”, en Bacacay 2357, Flores.
Historias de la vida: cuando empecé a trabajar en el Sindicato, en 1992, mi lugar de trabajo diario (de lunes a sábados) hasta el año 1997, fue en este edificio que, claramente, era algo diferente: en los dos pisos superiores había guardería (que incluía lactario) y la planta baja la ocupábamos nosotros como escuela. Una vez tuvimos una amenaza de bomba y terminamos los docentes de la escuela del SEC (que estábamos en la planta baja) junto con el personal de la guardería y los niños que estaban en ese momento, en un albergue transitorio que se encuentra en Bacacay al 2400. La gente del hotel fue la única que nos ofreció varias habitaciones para que las maestras se quedaran con los niños hasta que los padres pasaran a retirarlos. ¡En fin!, anécdotas que la vida nos provee.
Al llegar me hisoparon y… ¡POSITIVO DE COVID – 19! La sensación que apareció después del descreimiento fue: “es una lotería”. Y como dije más arriba, no quiero que suene como banal, pero me sigue sorprendiendo el haberme contagiado. Lo siguiente fue cuestionar los cuidadados y caer en la cuenta que MENOS ES MÁS, es decir, el agregado del doble barbijo sólo me complejizó la situación, que ya tenía incorporada la máscara de acetato, el alcohol en cualquier tipo de versión y la distancia social. Por lo tanto, mi cuidado seguirá siendo: barbijo, máscara, alcohol y distanciamiento.
El 18/05/2021, por insistencia de la Dra. Que me llamaba de Osecac, decido ir al Sanatorio Sagrado Corazón. Cuando llegué decidieron internarme porque tenía una oxigenación muy baja y desde ese momento me conectaron a una máscara de oxígeno, que luego se convirtió en una bigotera conectada al suministro central del Sanatorio. Cuando la oxigenación mejoró me conectaron a un concentrador y, luego, me pidieron autorización para trasladarme al Hotel de las Provincias, donde estuve tres días, dos de los cuales, estuve conectado a un concentrador de oxígeno a 0,5 litros. Cuando ya no fue necesario, estuve un día sin oxígeno y el 26/05/2021 ¡ME EXTERNARON!
Y acá estoy, en mi casa. Por indicación médica tengo que hacer reposo hasta el 2/06/2021.
Mis días están trancurriendo “como la vaca mirando el tren”, una especie de vida de Bob Esponja en la que elijo NO ENTERARME DE NADA. Las noticias me machacaron con los contagiados, los muertos, pero poco dicen de los recuperados. Por supuesto que, por desgracia, mucha gente muere; pero no es menos cierto que mucha gente se recupera.
En mi entorno somos ocho los que hemos atravesado esta mierda de situación. Sin que sea medida de algo, de los ocho, sólo dos necesitamos oxígeno. En mi caso, tuve fiebre y mala oxigenación; hay gente que todavía sigue sin olfato y gusto, pero no es esa mi situación. Dada esta cuestión, cada día agradezco que todo haya sido leve y que se haya resuelto favorablemente. Agradezco trabajar donde trabajo y tener la obra social que tengo.
Un día, mientras estaba internado y todo mi espacio era la superficie de la cama que ocupaba, escribí lo siguiente:
“Mi cotidianeidad en esta internación (tengo un compañero de habitación con quien nunca nos vimos) transcurre en la cama. Eso se debe a que uso máscara de oxígeno y dependo de ella. Por lo tanto, salvo hacer pis en un papagayo, de parado al lado de la cama, todo lo demás ocurre EN la cama, lo que incluye las cuatro comidas. Los baños, son en la cama y, gracias a Dios, mayormente me baño yo, excepto por la cabeza y la espalda. Mover el vientre debería ser en una chata, dentro de la cama, pero hasta ahora no lo conseguí. La indicación es que esté boca abajo, y de costado. Por ahora tengo unos ejercicios de respiración, pero me prometieron más.
Todo lo anterior hace que muchas veces no tenga ganas de responder y por eso demoro en hacerlo.
No respondan. Sólo les cuento un poco de intimidad y espero que no les resulte incómodo.
Besos.”
Nunca fue la idea transmitir una idea de “martirio”, pero la situación era la que era. Y resulto que, cuando oxigené mejor, me agregaron una extensión de la bigotera y me dijeron: “de ahora en más, te vas a levantar para ir al baño, bañarte, caminar por acá” y me sentí como ¡liberaron a Willy! El volver a tener, en parte, el control de mí mismo fue una bocanada de aire MUY LIBERADORA. Y desde ahí, todo mejoró.
Desde que me dijeron de los ejercicios de respiración, me aboqué a hacerlos porque sentía que era lo único que dependía pura y exclusivamente de mí y que contribuiría a mi recuperación. Entonces, los hice.
Los enfermeros pasaban varias veces diariamente para hacer los controles: presión (por la que terminé medicado), temperatura, oxigenación; además me alcanzaron los remedios (6 Grs. De Dexametazona diarios durante diez días, anticoagulante, Omeprazol, Enalapril (5 Mgrs. dos veces por día cada doce horas). Los médicos me auscultaron y me revisaron para corroborar los valores de los estudios que me iban haciendo, me dieron consejos respecto de los ejercicios y me controlaron la evolución.
Para mí, quizás por gordo, el ritmo del día estaba dado por los horarios de las comidas: desayuno, almuerzo, merienda y cena. Se suma que, por lo general, me llamaban por teléfono a las 6:00 para que tomara el Omeprazol y lo que me pasa es que, una vez despierto, no consigo volver a dormirme. Entonces, los movimientos del otro lado de puerta, cobran una intensidad y una importancia casi únicas. Las sombras por debajo de la puerta pueden resultar más que reveladoras. Y si bien tenía el teléfono, no siempre tenía ganas o ánimo de agarrarlo. Sin embargo, esos momentos resultaron muy útiles para hacer mis ejercicios de respiración.
Yo estuve en la cama 511 del Sanatorio Sagrado Corazón y tuve un compañero de cuarto, Claudio, en la cama 512. Luego, cuando me trasladaron al Hotel de las Provincias, ocupé la habitación 311. Quizás deba jugarle a esos números, pero todavía no lo decido; mucho menos lo voy a decidir si es que tengo que salir de mi casa.
Mi compañero de cuarto, Claudio, por lo poco que pudimos conversar, es un muchacho de 48 años, es decir, diez años menor que yo. Un tipo casado, que dejó en su casa a su esposa y sus dos hijas, también positivas de Covid-19. Su cuadro era de mucha tos, vértigo, dolores de cabeza, fiebre… Un día le pedimos a un enfermero si podía conseguirnos cepillos de dientes, cuestión que no pudo ser. Sin embargo, Claudio, mi compañero de habitación, le pidió a la familia que le llevaran dos cepillos de dientes: uno para él y otro para mí. Y así pude cepillarme los dientes. Sólo espero que haya zafado y que esté en su casa con su familia. Los audios que la madre y la esposa le dejaban eran de gran incentivo y le pedían que no aflojara, que hiciera todo lo que debía hacer, que lo amaban y lo esperaban…
Una tarde, mientras hacía mis ejercicios respiratorios, lo escuché sollozar; como pudimos conversamos un poco y en ese momento lo escuché llorar como a un niño, desconsolado, gimoteando y tosiendo, tratando de contarme entre la tos y el llanto que sentía miedo… Y la sensación de soledad e impotencia fue absoluta porque desde mi cama, limitado a mi propio espacio, no había mucho más que pudiera hacer que prestarle la oreja para que se descargase y dejase salir aquello que lo angustiaba. Espero que haya podido descargar, en aquel momento, todo lo que sentía. Pero entró un enfermero y lo convenció que no tenía que llorar, que tenía que ponerse fuerte, que tenía que pensar en la esposa, madre, hijas… Y del otro lado del tabique, yo no podía dejar de preguntarme, ¿qué mierda le pasa a la gente con el llanto ajeno?, ¿por qué la gente no puede llorar desconsoladamente para dejar salir todo lo que lo entristece, esa angustia que te exprime y oprime?, ¿por qué carajos un tipo que teme morir y dejar de disfrutar de su familia tiene que ser fuerte cuando la sensación es que uno es un flan batido por cada persona que se acerca?, ¿qué carajos nos pasa con el dolor ajeno que no nos bancamos el llanto? Claro, todo esto está dicho desde mi más absoluta subjetividad que está teñida por haber estado en esa circunstancia. Sin embargo, en mi vida personal, llorar a mandíbula batiente siempre fue un acto que terminó dejándome agotado, desarmado, extenuado, pero con una sensación de profunda paz. Y todos los días, tabique mediante, el saludo fue ¡buen día, compañero, ¿cómo estás hoy?! Y eso generaba una conversación, más o menos breve, que por un rato permitía que interactuáramos y así, la soledad del ni contacto visual, por un rato desaparecía y el día transcurría para cada uno, como cada uno lo podía hacer transcurrir.
Y gracias a Dios, todo lo que pasé fue muy leve. Por supuesto que no quiero volver a pasarlo, pero fue muy leve. Y, como dije, en mi entorno somos ocho los contagiados por Covid – 19 y sólo dos necesitamos oxígeno. Para todos fue leve y es algo que voy a agradecer permanentemente.
Después me trasladaron y fui a parar al Hotel de las Provincias y de Claudio, ya no tuve novedades. Sólo deseo que esté en su casa con su familia.
Cualquier persona que realizase cualquier tarea, lo hizo con absoluto respeto: el personal de la limpieza, los enfermer@s, médic@s, administrativ@s, camiller@s... No importa qué hicieran, siempre fue de absoluto respeto. Y eso fue un toque de humanidad impagable, casi como una caricia.
La estadía en el hotel fue, desde el principio, desestructurada. Ahí tenía que hacer mi vida como la vida que se hace en un hotel: levantarme cuando quisiera, bañarme cuando quisiera, caminar todo lo que quisiera… y esa desestruturación desaparecía cuando era momento de controles o revisiones médicas.
Y llegó el momento de bajar y retirarme el oxígeno y junto con eso, llegó mi externación.
Y ahora estoy en mi casa, haciendo reposo (porque esa es la indicación) y agradeciendo y bendiciendo por lo leve de la situación que me tocó atravesar, tanto a mí como los demás en mi entorno.