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domingo, 7 de abril de 2013

Tuve algunas mascotas...

En realidad se trató de mascotas de la familia, al menos, hasta que viví solo.
En mi casa las mascotas eran animales, y nunca se habló de ellos como un integrante más. Todos siempre fuimos muy afectuosos, los quisimos mucho, pero nunca existió el hábito de llevarlos al veterinario, por ejemplo. Ni siquiera por las vacunas. A todas las mascotas, siempre, las acostumbramos a acariciarlas mientras comían, incluso, hasta sacarles la comida de la boca.
Después, con mis mascotas, el veterinario fue parte de la rutina.
UN CONEJO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Del que no tengo memoria. Dicen que un día me vieron yendo detrás, comiéndome su caca.
SULTÁN - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Fue mi primer mascota y sólo tengo recuerdos pero como envueltos en una nebulosa. Las mayor parte de las cosas, las recuerdo porque formaron parte de la historia familiar. Sultán era un hermoso perro de policía. La historia dice que llegó a nosotros ya viejo, pero que había sido de mi tío Carlos, que nos lo había dado porque se mudaban a una casa sin lugar para él. Y que antes de ser de mi tío, había sido entrenado en por la cana. Cómo llegó de la cana a mi tío, es una incógnita.
Mi mamá contaba:
1) Un día, sido un bebé, estaba llorando en la cuna y ella calentándome la mamadera en la cocina (no eran tiempo de microondas, así que se calentaba a “Baño María”, es decir, se hacía hervir el agua y se ponía la mamadera hasta que tuviera la temperatura adecuada) cuando de repente dejé de llorar. Como le llamó la atención que me callara, fue a ver y resultó que Sultán, con el hocico, empujaba el cochecito que chocaba contra la pared y volvía, así que otro empujón de hocico…
2) Yo caminaba y mi vieja estaba jugaba a esconderme de Sultán. Su juego era que el perro iba a olfatearme pero ella se doblaba por su cintura, me cubría con los brazos extendidos y giraba, dejando sus nalgas a la altura del hocico. No sé cuántos fueron los giros, la cosa es que el perro se cansó y le pellizcó una nalga con los dientes de adelante…
3) Tengo una cicatriz en la mejilla izquierda. Parece que un día, jugando con Sultán, le hice “piquete de ojos” (sí, le metí los dedos en los ojos al pobre perro), lo que hizo que Sultán gritase y corriese su cara de lugar, con tanta suerte, que me pegó con un colmillo en la cara. Cuando grité, mi vieja me vio la cara ensangrentada y mientras me limpiaba, Sultán (al que le sangraban los ojos) le agarraba el brazo para que me bajara y lamerme o vaya uno a saber qué.
Sultán era un perrazo con mi hermano mayor y conmigo. Tengo como recuerdo propio, verlo echado al sol y que nosotros fuéramos y nos sentáramos sobre su panza, como si fuera un almohadón. Él se quejaba, levantaba la cabeza, nos miraba y seguía echado.
Cuentan que Sultán jamás salía a la calle, que estando el portón abierto, él se echaba ahí, estiraba las patas delanteras, apoyaba la cabeza entre las patas y miraba… Resulta que al lado de mi casa vivía una familia con dos hijos, una hija y un hijo. Parece que “Luisín” tenía la costumbre de joder a Sultán golpeando el portón, y que el perro se desesperaba. Cuentan que mi viejo le dijo al padre de los chicos que hiciera algo con el pibe, porque no quería que pasara algo. Cuentan que un día el portón estaba abierto… que los pibes estaban en la puerta de mi casa, que Sultán estaba echado como siempre mirando a los pibes y que, de repente, apareció Luisín; entonces Sultán salió, le pellizcó el culo con los dientes de adelante y volvió a echarse en su lugar de siempre… Cuentan que el padre de los chicos no quiso que Sultan estuviera en la perrera y que, por cuidado, hicieron todo el tratamiento antirrábico….
Tenía mucha puntería para cazar, aunque algunas cosas se le regalaban. Con la gente del fondo de mi casa no había medianera, sino alambre tejido que, obviamente, estaba roto en algún lugar. Aquella gente tenía gallinas, que pasaban con el agujero en el tejido. Sultán se echaba mirando el agujero y esperaba. Cuando la gallina terminaba de salir por ahí, la agarraba del cogote, hacía un latigazo y… ¡lista la gallinita! Después iba, rascaba la puerta de la cocina y cuando la abrías, te tiraba el regalito. Hacía lo mismo con los gatos en la terraza. Pero ahí sentías como el tipo saltaba. Al ratito lo tenías tirándote al gato muerto en la puerta de la cocina. El “temita” con las gallinas, desembocaría en dos cuestiones: 1) el alambrado se reemplazó con una medianera; 2) aquellos vecinos cargaron con la responsabilidad del envenenamiento del Sultán.
Se dice que un día, haciendo algún tipo de experimento en mi casa, a Sultán lo ataron con un collar, sujeto a una cadena y esta a un gancho en la pared. Que mi tío Carlos (que había sido su dueño anterior) agarró un revólver de plástico y apuntó a mi tía Antonia (su esposa) y que le perro de la desesperación, arrancó el gancho, se tiró encima de mi tío y que no lo mordió, pero que le sacó el brazo de lugar.
Sí tengo como recuerdo a Sultán en la caja del camión de mi viejo (un Chevrolet, creo que de 1947) y ya muerto o casi, y por llevarlo al veterinario.
Sultán muere por comer algo con vidrio molido. Nunca más mi viejo querría volver a tener mascotas. Las tuvimos, pero él no las quiso.
COCOLICHA - en la casa de mis abuelos paternos
Después de Sultán, nos vamos a vivir a la casa de mis abuelos paternos. De eso cuento en http://www.delnoamor.blogspot.com.ar/2013/03/en-camino-al-medio-siglo-mejor-empiezo.html
Tuvimos un perro tipo fox terrier, pero por alguna causa, sólo me acuerdo de él corriendo una rata, escarbando para sacarla de una madriguera y nada más. Sí me acuerdo que fue como un acontecimiento familiar o, al menos, grupal porque éramos varios mirando. No me acuerdo el nombre, ni si lo tuvimos mucho tiempo, ni nada más. Tampoco si aquello era una rata o algo más.
La cosa fue que sí me acuerdo de Cocolicha, la gallina que ponía huevos de doble yema y que no quería ser pisada por el gallo. Cuando vamos a la casa de mis abuelos, el gallinero ya estaba. Por alguna causa, ellos deciden reactivarlo y así llega Cocolicha a casa. Fue de la primera partida de pollitos que compran. A Cocolicha como los demás, los crió mi vieja en una caja de zapatos, al calor de la hornalla de la cocina.
Ella nunca estaba dentro de la casa, siempre andaba por afuera. Y por una cuestión de seguridad (supongo que temerían que algún bicho la atacara) de noche iba al gallinero. Ella no quería que el gallo la pisara, y si el gallo se ponía insistente, salía corriendo y gritando como loca. Entonces íbamos y cascoteábamos al gallo (que más adelante se convertiría en cena). Me acuerdo de su cresta caída hacia uno de los lados, y mi vieja diciendo que “eso es por culpa de ese gallo”… La cosa es que ella todas las mañanas nos esperaba mirando la puerta de la cocina (supongo que mi viejo la dejaba salir, porque todas las mañanas iba al gallinero y se “tomaba” un huevo… ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!) y nos hacía una fiesta bárbara cuando nos veía. Muchas veces agarrábamos la palita y desenterrábamos lombrices que le dábamos directamente en el pico.
Una vez (mi viejo tenía un Jeep carrozado corto hecho mierda, como todos sus autos) nos fuimos a Villa Gesell. No sé por cuánto tiempo, pero fue poco, supongo que un fin de semana. La cosa es que el día que volvimos, Cocolicha estaba sobre el marco superior de una puerta del costado del garaje, mirando para afuera. Cuando nos vio se desplumó del festejo.
Se bancaba los mimos sólo un rato. Pero siempre estaba entre los pies. En el único momento que dormía en la cocina era cuando mi vieja compraba pichones y le decía “¡Me los cuidás bien, ¡eh!!”, ella decía algo como “coooocorococococcoco”, se metía en la caja de zapatos y empollaba a los bichos.
Una mañana Cocolicha estaba muerta en el gallinero. El diagnóstico en mi casa fue “se le reventó la huevera”, como consecuencia de los huevos de doble yema…
COCOLIERA - en la casa de mis abuelos paternos
Cuando nos volvimos a nuestra casa, fue la única que se quedó con nosotros. No me acuerdo cómo terminó, pero no duró mucho tiempo...
BICHO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Bicho era un perrazo tipo fox terrier, hijo de dos fox terrier de Doña Alicia, la señora que vivía frente a mi casa, y que era la chusma oficial del barrio. Ella tenía varios, y sus crías eran siempre el producto de alguna relación incestuosa… (hablo de los perros)
Bicho vivió en la casa donde pasaría la mayor parte de mi vida. Era un petiso precioso de pelo corto, blanco y negro, muy vivaz y muy fibroso. Bicho tenía algún hermano en la casa de Doña Alicia y otro en la casa de “la tía Telvi”, que vivía a dos casas de la mía, pero que no me acuerdo cómo se llamaba.
Bicho aprendió fácil que no tenía que cruzar la calle y que no salía de mi casa, a menos que le dijéramos “dale, salí un rato”. Bicho jugaba mucho con el hermano que vivía con mi tía Telvi, eran muy compinches. Saltaban, corrían… el otro cruzaba la calle, Bicho, no.
A Bicho le gustaba “jugar a la soda”. En mi casa se compraban sifones, que te los dejaban en unos cajones metálicos (después serían plásticos) de a seis. Cuando Bicho veía al sodero, enloquecía porque le gustaba agarrar los chorros de soda en el aire. Después, los sifones empezaron a llegar con unos tapones de plástico en el pico. Y Bicho no sabía qué agarrar primero, el chorro de soda o el tapón de plástico que salía volando…
Bicho conmigo era muy pegote. Cuando él no estaba encima de mí, yo lo buscaba y me lo cargaba. Cuando comíamos él se quedaba a un costado de la mesa, pero siempre algo le acercaba, aunque eso no se hiciera. Tenía una capacidad impresionante para detectar si algo no anda bien. Si alguno estaba triste, se te quedaba al lado.
Bicho murió una noche, golpeado por algo de una camioneta de Oca.
Por la cuadra de mi casa pasaba siempre una camioneta de Oca y lo hacía a las chapas. Cuentan que una noche, mi hermano estaba en la puerta de calle con Bicho, que el hermano de Bicho que vivía con la tía Telvi estaba en el medio de la calle, que Bicho advirtió que su hermano sería atropellado y que salió corriendo y le dio un cabezazo. Algo de la camioneta golpeó a Bicho y lo mató ahí mismo.
DOS TORTUGAS (O HABRÁ SIDO SÓLO UNA) - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Contemporáneamente con Bicho, tuve una tortuga. No tenía nada en particular, más que quedarse en el garaje de mi casa, esperando su comida. Un día no la vi más
CANARIO, CABECITA NEGRA, JILGUERO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
A mi viejo le encantaban los pájaros. De hecho, con el tiempo, se asociaría al "Club del Jilguero", participó en competencias, los entrenaba para que cantaran... Pero esto sería muchos años después. En el momento en el que estoy contando, él se aparecía con los pájaros y nos encajaba uno a cada uno. A mí me tocó el canario. Particularmente nunca me gustaron los pájaros, más que para verlos volar por ahí. Tener que limpiarles las jaulas siempre me disgustó mucho. Yo limpiaba mi canario, pero lo hacía odiando al pobre animal. Una mañana, como todas, salgo para descolgarlo y limpiarlo, pero... ¡¡¡ESTABA PATITAS PARA ARRIBA!!! Nunca más tuve pájaros.
POPY - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Fue el peor perro que jamás haya tenido. Sigo creyendo que el pobre bicho tenía algún tipo de idiotez innata. La verdad nos enloqueció.
Cuando llovía, no había modo de tenerlo a resguardo: salía a morder a la lluvia. No jugaba, gruñía, ladraba, lloraba, daba tarascones a la lluvia… Y si había truenos y relámpagos, peor. Insoportable.
Siempre se escapaba. Y si lo ibas a buscar, huía. Yo lo corrí millones de veces y no entiendo cómo hacía para esquivar a los camiones, colectivos, autos…
Se había hecho el hábito de hacer pozos por todo el fondo de mi casa. En esos pozos, desenterró le cráneo de Bicho. El HDP nos llevaba el cráneo a la puerta de la cocina. Lo enterrábamos de nuevo y otra vez lo mismo…
Hasta que terminó encerrado en la terraza. Un día se enfermó y lo encontramos muerto ahí.
LOBO - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Mi viejo que jamás agarraba animales de la calle, se conmovió con un perro chiquito, como de color rojo, de pelo largo, que llegó a mi casa con unos nudos imposibles de deshacerlos. Parecía un animal viejo y muy maltratado. La cosa es que era muy desconfiado y le costó ir tomándonos confianza. Igual no tengo idea de cuánto tiempo estuvo con nosotros.
Mi hermano menor era chico y estaba jugando en el patio. Lobo estaba comiendo, también en el patio. No me acuerdo por qué, mi hermano fue a tocar al perro y este le gruño: después de la lluvia de objetos que le llovieron al perro (escoba, ojota, trapo de piso) mi viejo se lo llevó sin rumbo conocido…
BATUQUE - en la casa de Gobernador Emilio Castro
La perra de un compañero de mi hermano menor había tenido cachorritos. Este nene había llevado los cachorros al colegio y los pibes se habían encariñado. La cosa es que un día fuimos a buscar a Batuque.
Batu era un perro tipo fox terrier, pero de pelo largo, blanco y negro, con miedo a las alturas (parece que el día que lo llevaron al colegio, se cayó del pupitre) y que cuando estaba feliz, se le levantaba el labio superior. Creo que era el único de la camada con ese pelo. La mirada de Batuque era sensacional. Perro mimoso, compañero, franelero…
Con Batuque compartí mi último tiempo en esa casa. Después yo me mudé, me casé y sólo volví a verlo las pocas veces que volví a esa casa. Y Batu siempre saltando de alegría, deshaciéndose con la cola de un lado a otro, con el labio que se le daba vuelta…
Batuque se murió de viejo… espero.
OTRA TORTUGA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Esta era contemporánea de Batuque. No me acuerdo cómo llegaron las tortugas a mi casa, pero sí me acuerdo que “la tía Telvi” tenía una muy grande. Quizá ella nos pasó alguna, pero no lo sé. La cosa es que esta, todos los días esperaba su comida en el garaje. Si no salíamos a darle de comer, iba a la puerta de la cocina y la chocaba con el caparazón, hasta que alguno se asomaba.
Era automático: comiera lo que comiera, terminaba y se echaba un meo impresionante. Daba media vuelta y se iba andáasaberdónde…
LAGARTIJA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
En mi casa, cada tanto, había alguna. Un día agarré a una, la puse en una caja de zapatos, le puse tierra, piedras y una tapa de alambre. Dos días después me pareció que no estaba bueno tenerla ahí y la solté.
LANGOSTA - en la casa de Gobernador Emilio Castro
Un día agarré una langosta enorme. La puse en un frasco, agujereé la tapa y le pasaba unos yuyos que parecen una vara muy húmeda.
Iba de acá para allá con mi langosta, y mi abuela me decía que no fuera asqueroso y que largara a ese bicho horrible. La cosa es que a mí me encantaba.
Un día me olvidé a la langosta al sol y dentro del frasco. Nunca tuve intención de asesinarla.
UNA COBAYA
Diego, mi hijo, quería una mascota. Vivíamos en un departamento, trabajábamos mucho y no parecía muy posible una mascota “convencional”
Averiguamos por unos hipocampos, pero era muy cara la inversión.
La cosa es que una vecina nos dice que una amiga suya tenía cobayos, que habían tenido cría… Manchas llegó a casa. Manchas fue una cobaya que vivió algo así como ocho años. No pareció (al menos a mí no me lo pareció) que reconociera su nombre, pero cuando escuchaba una bolsa, gritaba pidiendo acelga.
De todo lo que comió, me parece, lo que más le gustó siempre fue la acelga.
No le gustaba estar fuera de su jaula. Varias veces la sacamos para que anduviera y siempre se las arregló para volver volando a guardarse. Los mimos… le gustaban porque no tenía remedio.
Con Manchas compartí un tiempo, porque después nos separamos y perdí contacto.
Un día hubo que operarla de un cáncer. La llevamos hasta Flores, la revisaron y nos volvimos con el diagnóstico. Cuando nos dijeron lo que costaba la operación, mi reflexión fue “pero con eso compramos cincuenta cobayas” y Diego me dijo “sí, pero ella es mi mascota”. Después de la operación, Manchas, vivió como dos años más…
PIRULA
Fue mi primera gata. Resulta que al lado de la escuela hay una “bichería”. Un día, yo estaba en la puerta de la escuela y miraba a una gata muy chiquita (tres meses) que estaba muy sentada en el umbral de la puerta del negocio. De golpe aparece alguien con un rottwiler, con collar y cadena. La gata se arqueó y soplaba como si se lo fuera comer al perrazo, que le pasó por al lado sin mirarla siquiera.
La cosa es que me la llevé a casa. Fue una pésima idea. Nunca se bancó quedarse sola, así que cada día, al llegar a mi casa, encontraba un quilombo distinto.
Un día, seis meses después, me cansé y… ¡Chau Pirula!, la regalé.
SEÑORA ÁGATA / DONOLEGARIO
Tiempo después me regalaron un hermoso gato siamés. PRECIOSO.
Cuando me la regalaron, parecía, que era ella. Así que se llamó Señora Ágata. Pero, un día estando en casa, le digo a Diego “che, no sé qué le pasa a la gata. Voy a llamar a la veterinaria que la revisen porque le aparecieron esas cosas ahí”… Diego mi mira y me dice “Es gato. Son los huevos del gato. Es gato” Así fue como por un tiempo, tuve mi gato travesti.
El primer día anduvo por la casa, reconociéndola. Cuando llego al siguiente día, no lo encontraba por ningún lugar, hasta que lo escucho maullar… había roto el forro del box del somier, y estaba ahí adentro durmiendo…
DonOlegario era un gato temperamentalmente dulce. El tipo no te estaba encima, pero siempre enredado entre los pies, o bien cerca. Ni siquiera los pisotones lo convencieron de buscar otros lugares. Así como le encantaba romper los cordones del calzado, odiaba a la veterinaria. Un día me compré unas botas de gamuza. Cuando me levanté al día siguiente, me había destrozado los codones. Entonces, para que no volviera a hacerlo, cuando me fui a dormir, metí las botas dentro de la cama. Al día siguiente, también estaba el gato y los cordones destrozados.
Cada vez que tenía que vacunarlo la veterinaria, lo metíamos en una jaula con un lado móvil, lo inmovilizábamos y cuando lo soltábamos desaparecía debajo de la cama.
Un día estaba insoportable. La llamo a la veterinaria y le digo “si no le cortás vos huevos hoy, se los arranco yo” Pasó por casa a buscarlo para castrarlo y a las dos horas me llamó porque no se le podía acercar. Era cierto: la veía cerca y soplaba como un maldito. Diego estaba en casa, así que fuimos, lo agarré a upa, lo acaricié un rato, lo pusimos en la camilla y… lo anestesió. DonOlegario volvió a casa castrado y nunca se quedó quieto…
Se bancó la mudanza a La Boca. ¡Pobre!, cuando lo dejé salir de la jaula transportadora, no entendía nada. Y acá se portó mucho peor que en Florida. Acá siempre se le dio por algo distinto. Un día se la agarró con los zócalos. Un día, cuando llegué de trabajar, me encontré que los había arrancado a todos.
Después, se le ocurrió abrir la heladera. A partir de ahí le puse unas banquetas para que no pudiera abrir la puerta. Un día me olvidé y cuando llegué, estaba la puerta abierta de par en par. Por dos días la heladera no funcionó…
La última que le soporté fue que me tirara el horno eléctrico. Resulta que siempre le gustó dormir dentro de la bolsa del secarropas. Por llegar a esa bolsa, tiró el horno. La cuestión era que mientras yo estaba, era súper tranquilo. Cuanto mucho le daba por salir corriendo como desaforado por cinco minutos. Se echaba y listo. Pero cuando me iba se ponía en peligro él y mi casa. Así decidí que debía regalarlo.
Un día una familia pasó a buscarlo. Todavía me entristece haberlo regalado, pero algo iba a terminar mal…
SIMONA Y BERTA
Y un día empecé a mirar alguna mascota.
Los perros necesitan una atención que no sé si voy a tener ganas de dársela, eso de tener que llevarlo a pasear a las 23:00 cuando llego de trabajar, con lluvia, frío… Además debería ser un perro muy chico…
Los gatos… paso, ya probé.
Pensé en una ardilla, pero está prohibida su venta.
Pez… No hay interacción.
Así llegué a Simona. Simona llegó a mi casa y era mi primera experiencia con chinchillas. Lo más cercano que había tenido, era Manchas.
El 11/04/2012 llegó Simona, una chinchilla gris y el 11/12/12 llegó Berta, una chinchilla beige. Entre ellas se llevan más que bien. Van, vienen… Hacen cosas de chinchillas.
Conmigo… no les gusta que las agarren, que las toque les gusta poco…
En fin. Al menos pienso que las salvé de convertirse en bolsillo…
Yo las quiero, pero la interacción está complicada…

domingo, 31 de marzo de 2013

Mi colimba: 04/03/1982 al 27/05/1983


Era un día de 1981.
Por aquel año, yo cursaba mi quinto y último año de escuela secundaria, en la “Escuela Nacional de Comercio Don Manuel Belgrano de Villa Ballester”, estaba (o estaría por) hacer un curso de “Contabilidad por registro directo” que se dictaba en la escuela y mis compañeros se irían (si es que ya no se habían ido) de viaje de egresados.
En fin, aquel NO SERÍA otro día. Lo especial, lo lamentablemente especial de aquel día, consistía en que me iban a sortear para la colimba –COrren, LIMpian y BArren- (término cotidiano para el Servicio Militar Obligatorio), como a muchos de mis compañeros. Por cuestiones familiares, yo tenía la indeseada certeza que recibiría el dudoso privilegio de hacerla. Mi viejo la había hecho, pero mi tío (su hermano) zafó porque mi viejo “estaba bajo bandera”. Mi hermano mayor zafó por número bajo y mi hermano menor, era diez años menor. O sea… ¡¡¡COLIMBA VEN A MÍ!!!
Y así fue. 
Aquel día nos permitieron tener una radio en el aula. El sorteo (del que no me acuerdo ni encontré la fecha) se hacía con los tres últimos números del DNI. A medida que salía algún número, uno de los chicos lo anotaba en el pizarrón. Así fueron apareciendo todos hasta que llegó mi turno: mi número de sorteo fue el 369. Después sabríamos que se salvaron hasta el 350. También sabíamos que los números estaban fragmentados y que nos podía tocar tierra (Ejército Argentino), aire (Aviación) o agua (Marina). Tanto en tierra como en aire, el tiempo era de algo más de un año y se decía que en agua eran dos.
Desde aquel día de 1981, yo sabía que iba a ser un conscripto.
Después llegaría un telegrama en el que me indicaban la fecha y lugar de la revisación médica. Así que terminé yendo un día de mucho frío (parece que el tres de septiembre de 1981), a un Batallón en Ciudadela, donde hoy hay un Coto inmenso. Muy a mi pesar, pasé como “APTO A”. El resultado de esta revisación también generaba entre todos los compañeros un revuelo.
Y… llegaría el último telegrama. Ahí me citaban para el día 4/3/1982, a las 6:00, en el mismo lugar de la revisación.
Cuando llegó la fecha, mi hermano mayor me acompañó. Así fue como él supo, antes que yo cual sería mi destino: el Batallón de Ingenieros de Construcciones 601 (http://www.bing601.ejercito.mil.ar/ ), de Villa Martelli, en Vte. López, Buenos Aires…

Pero yo no lo sabía. Estaba en un colectivo militar, con gente que desconocía, yendo a un lugar desconocido. Un lujo.
¿Cuándo se supone que entregué mi DNI? Porque en algún momento lo dejé y me lo devolvieron cuando me dieron la baja. ¿Cuándo entregué mi DNI?
Cuando llegamos al destino, nos mandaron a una “cuadra” (una especie de gallinero, pero para gente; con camas cuchetas de hierro y con unos pequeños armarios (a veces de material, otras de madera) para que dejáramos “las pertenencias”; con un gran baño hacia un lado y algunas dependencias administrativas, hacia el otro. Ahí nos estaba esperando el médico (después sabríamos que era Capitán). Nos ordenó (claro, en el lenguaje castrense de aquel momento, no había pedidos, ni por favor, ni gracias, sino que todas eran órdenes. Tanto más con los “tagarnas” de los “soldaditos”) desnudarnos, ponernos de espaldas, agacharnos y (sic) “abran el libro”, o sea, abran las cachas. Así fue pasando y mirando hasta que, al lado mío, a un muchacho le dijo “venga conmigo”. Nos enderezamos y vimos como el capitán médico se iba poniendo un guante mientras se encaminaban al baño. Cuando volvieron, al muchacho lo dejaron gritando “¡atención, atención!” (un llamado de atención, valga la redundancia, muy usado por los milicos) en la puerta del baño, y el médico a su desagradable inquisición. Aquella situación era la materialización del mito que decía que te firmaban el DNI en rojo con la sigla OAD –orifico anal dilatado-, si así te lo encontraban. Después, con el tiempo y trabajando en las oficinas, me enteraría que era mentira, que sólo te ponían un artículo de no sé qué código, en el que figuraban las causas de baja. Pero, lo sabría después.
Así empezó una semana de estar con la misma ropa, bañarnos cuando nos lo permitían y hacer todo según nos ordenaban hacerlo. Tuvimos que empezar a habituarnos al trato que era a los gritos y demostrando sumisión. Cuando tenías que dirigirte a alguien con un rango superior, a los gritos, había que decir “Parte para elrangodelmaldito seguido del apellidodelmaldito”. Cuando alguno de ellos se dirigía a vos, había que responder (gritando, por supuesto) “SÍ, MI rangodelmaldito”, como si lo hubiéramos comprado en algún mercado. En esta semana tuvimos al muchacho gritando ¡Atención, atención! en la puerta del baño, nos cortaron el pelo, nos vacunaron pero no nos hicieron arrastrar. Eso nos lo reservaron para después. El corte de pelo, más allá de la falta de glamour y estilo, me mostró algo que nunca se me hubiera ocurrido que podía ocurrir: las orejas DUELEN. Sí, duelen. Mi pelo siempre me tapó las orejas, más o menos, hasta la mitad. El corte militar las dejó descubiertas, así que cuando el sol las descubrió, me hizo ver las estrellas. La quemadura en la parte superior de la oreja DUELE MUCHÍSIMO. Y no hay modo de taparlas, por lo tanto, cada exposición al aire libre, es un comeorejas para el sol; y al tratar de dormir, si no era boca arriba, era imposible. Y yo, zafé. Muchos de mis compañeros tuvieron pus en las heridas. En fin, un asco. Las vacunaciones fueron dos: una en el brazo (creo que BCG) y otra en la espalda, que no tengo idea para qué. En cualquier caso, el algodón con el supuestamente te esterilizaban la aguja y la zona a pinchar, seguramente era “integral” porque siempre estaba negro. Y el día que nos vacunaron en la espalda, sólo nos dieron sopita porque decían que podíamos tener fiebre. No me acuerdo qué me pasó. En estos días, nos “entrevistaron” para definir qué tarea laboral íbamos a realizar. Como yo venía de un colegio comercial, sabía escribir a máquina y eso (no sé si fue un privilegio) me permitió tener como destino “la oficina de legajos” (donde trabajaría el tiempo que estuve en el batallón), y pertenecer a la compañía Comandos y servicios. Es que el batallón estaba organizado en cuatro compañías: Compañía A, Compañía B (no me quedó nunca claro lo que hacían, pero sí que era el grupo de gente que trabajaba en tareas pesadas: armado de los pontones, mantenimiento del batallón, personal de los talleres), Comandos y servicios y una más que no me acuerdo. En estos días, mientras esperábamos vayaunoasaberqué, me puse a conversar con quien hoy es mi hermano de la vida: Eduardo Escher. Y si no recuerdo mal, estábamos tomando una Mirinda o una Teem.
Es que el hijo de puta del cantinero (un petiso, regordete con peluquita) las únicas bebidas que tenía eran esas y, encima, CALIENTES. Un hijo de puta. Lo único bueno de mi colimba, es mi AMIGO. Y así llegamos al domingo. Aquel día tuvimos visitas y marcaría el fin de una etapa y el comienzo de otra. Aquel día fue la única vez que vi a mi viejo llorar. Aquel día, se acabó.
Lunes por la mañana. Como todos los días, había que “hacer diana”. Nunca supe qué carajos era hacer diana, pero para nosotro era: que nos despertaban a los gritos, vestirnos, hacer las camas, salir a desayunar e ir a formar para el saludo a la Bandera. Para mí, eso era “hacer diana”. El desayuno SIEMPRE era mate cocido con gigantescos grumos de leche en polvo, acompañado con pan. Al volver del saludo a la Bandera, nos entregaron “la ropa de fajina”, la ropa verde. Desde el primer instante en que nos dieron esa ropa, nos hicieron saltar como renacuajos. Había empezado el período de “Instrucción”. Un período en que el maltrato verbal y físico unidireccional sería el único medio de comunicación. En este momento convivíamos los de la clase anterior (desesperados por su baja) y nosotros, tiernitos y recién llegados. Para el horario del almuerzo de aquel primer día de “soldados”, estábamos todos “olivados”, bailados, cansados, desconcertados, con la promesa que en breve nos iríamos al vivac (una zona descampada donde transcurrirían nuestros siguientes cuarenta y cuatro días. Según Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Vivac y según la RAE: http://lema.rae.es/drae/?val=vivac ), y con unas mochilas de lona en la que nos habían “enseñado” a guardar: la mitad de los paños de la carpita, la mitad de las estacas, la bolsa de dormir, sábanas (creo), toallón, toalla, frazada, la tricota (versión milicada del sweater o pulover)
, la chaqueta (una especie de campera dura como una madera, verde, por supuesto)
, un segundo par de medias, un segundo calzoncillo, un plato, una taza (de amplio servicio, porque era taza o vaso), una cuchara sopera, un cuchillo, un tenedor, una cantimplora, una gorra con visera
, los borceguíes… Todo USADO y cuyo estado de higiene y mantenimiento mejor ni recordar. En ese almuerzo, sentados al rayo del sol, por supuesto, a uno de los soldados se le ocurrió pedir un pan adicional a su ración. Para su desgracia lo escuchó el sargento primero que nos tenía a su cargo, lo que hizo que todo terminara así: el soldado, después de “bailar”, parado (bajo el sol, pero eso ya lo había dicho) delante de todos nosotros que estábamos sentados (bajo el rayo del sol), con el canasto del pan al lado y con la orden de comerse TODO el pan del canasto, empezando por una tira que tenía no menos de 10 miñones. Por supuesto que nada de eso se cumplió, pero la degradación fue más que importante.
En algún momento nos subieron a los camiones y… allá nos mandaron, para Campo de Mayo. Aunque no tengo ni la más mínima seguridad, supongo que estuvimos en este lugar de Campo de Mayo:

Los motivos para suponerlo son: 1) El lugar tenía forma triangular; 2) sobre uno de los lados, teníamos la ruta 8; 3) en otro de los lados teníamos al Río Reconquista; 4) Usábamos el polígono de tiro, y para ir, cruzábamos la ruta.
El viaje desde Villa Martelli hasta Campo de Mayo fue una tortura. Íbamos en camiones militares que resultaron escasos y, por ende, terminamos todos apiñados. Al principio me había entusiasmado la cuestión de viajar en unos camiones muy vistosos: los Unimog.

Como siempre me gustaron los autos, el camioncito este siempre me había gustado, sobre todo, por sus características… En fin, me entusiasmaba viajar en el Unimog: Pero había otro en el que también me interesaba andar, aunque iba a esperar un poco más hasta poder hacerlo:
A los quince minutos de viaje, ya no tenía más entusiasmo por viajar en este camioncito del orto. La cosa es que los calambres por las malas posturas o porque tenías a alguien sentado encima eran lo más común, pero no se podía hablar porque la consigna era SILENCIO. Cada vez que alguien se movía, se generaba un rumor que significaba que la consigna de silencio no se cumplía, lo que nos hacía acreedores al premio mayor: un baile. Todavía no lo sabíamos.
Llegamos a un sitio descampado. Había un pequeño claro seguido de una arboleda y todo el resto era un pajonal, donde los yuyos nos tapaban, más o menos, la mitad del cuerpo. Nos hicieron bajar, nos hicieron buscar un compañero (porque sólo llevábamos la mitad de la carpa), tuvimos que dejar todo en un lugar y… ¡A bailar se ha dicho! Como durante el viaje el murmullo no había parado, debían castigarnos porque éramos irrespetuosos. Entonces el sargento primero nos hizo correr alrededor suyo bendiciéndonos con una hermosa varita mágica que el terreno le había provisto. Yo fui bendecido dos veces en la espalda. Alabado sea el maldito sargento primero. Aquel baile, además, sirvió para que cortáramos el pasto con las manos, para que aplastáramos los cardos y para que asustáramos a los cuises que pastaban tranquilos. Así, al son del maldito sargento primero, dejamos listo el terreno para armar las carpas. Para el final del día estábamos exhaustos, pero con el pasto corto, las carpas armadas, las letrinas preparadas (que seguramente por un error involuntario nos mandaron a hacerlas DONDE YA HABÍAN ESTADO y que, al menos en mi caso, provocó que me encontrara paleando mierda y descubriendo un bicho endemoniado: la isoca
) muy cerca del río Reconquista.
 Además de un espacio donde saludaríamos a la bandera por el resto de la instrucción y que se llamaría Plaza de armas. Supongo que habremos cenado y merendado, pero no puedo asegurarlo.
Descubriríamos la fascinación de algunos milicos de ponerle nombre al pito, al silbato, al que le adjudicaban vida propia. Había un mamarracho que nos decía “cuandojauncitosuenasiPÍelsoldaditosetiralpiso, cuandojuancitosuenaasíPIPIel soldaditosalealacarrerra”… la cosa es que siempre tenía un buen motivo para meterse a juancito en la boca. Y no era el único, quizá fuera el más patético.
Los días siguientes transcurrirían en aquel lugar. Dormíamos en unas carpas en las que, apenas, cabíamos. Cuando llovía, obviamente, no se podía salir de la carpa. Pero adentro NO SE TE PODÍA OCURRIR TOCAR LOS PAÑOS, ya que si algo lo rozaba, el agua entraba a baldazos. Mi compañero de carpa fue un dolor de huevos. El pibe trabajaba en la cocina, así que lo despertaban más temprano que al resto para preparar el desayuno. Por alguna causa absolutamente desconocida, siempre me despertaban a mí. Además, y tampoco pude saber por qué, cuando él se iba, se olvidaba de cerrar la carpa; lo que no era importante excepto que lloviese, ya que así conseguía que entrara agua por la entrada, inundándome la bolsa de dormir. Tres cuestiones que nunca pude saber: 1) si era humano; 2) si escuchaba; 3) si entendía castellano. Gracias a Dios, un día no volvió a la carpa y tuve el loft todo para mí.
Dormir sobre el terreno no era un gran problema, excepto que no hubieras reparado en algún desnivel. En ese caso… Nada, a aguantarse.
Los domingos, después de hacer diana, nos decían “Chicas, hoy: canto y costura” y teníamos que dedicarnos, hasta el horario de almorzar, a remendarnos la ropa, coser botones, agujeros en medias y calzones… También era momento de lavar y usar el paño superior de la carpa como soga para colgar lo lavado.
Entre las ignorancias que llevamos a la instrucción, estaba la de reconocer los grados militares. La cosa, más o menos, es así (al menos en ejército):
Los cuadros están divididos en dos jerGarquías: Los oficiales, que son los de la jerarquía más importante y los suboficiales, que están en un estrato inferior. Y no se ofendan, hubieran buscado una denominación distinta a SUBoficiales.
Aunque las figuras de más abajo están armadas de mayor a menor, en la vida cotidiana van al revés, es decir, de menor a mayor. Acá los cuadros con las jerarquías y sus jinetas:
Los grados correspondientes a los oficiales son: (teniendo en cuenta que empiezan como subteniente)

  
Y en el caso de los suboficiales, también teniendo en cuenta que empiezan como cabo.


También existían los dragoniantes, que eran los profesionales que hacían la colimba después de haberse recibido. Si querían, podían hacer la carrera militar en el escalafón de oficiales. Si un soldado se “enganchaba”, hacía la carrera de suboficial.
Cada día comenzaba “haciendo diana”, luego había actividades, entre las que nunca faltaba “bailar”. Claro que bailar no era, ni de cerca, ese movimiento espástico que intenta seguir algún ritmo, al que nos entregamos cuando estamos en alguna fiesta. No. Nada que ver. Bailar era toda una cantidad de movimientos ordenados por algún ser humano con algún tipo de jerGarquía militar, que podía incluir: correr y detenerse de golpe, saltos de rana, cuerpo a tierra, quedarse inmóvil a medio flexionar las piernas sosteniendo con los brazos al frente algún objeto pesado, hacer lagartijas (flexiones de brazos con un impulso que de tiempo a dar un aplauso)… La variedad dependía del estado de revendahijoputez que tuviera el susodicho en el momento. Otra actividad, que sólo haríamos estando de instrucción, fue ir al polígono de tiro. Nos formaban y nos llevaban cruzando el campo “a paso firme” y, de tanto en tanto, “bailando”. Si había cardos, era una fija que nos bailaban. La actividad en el polígono era interesante. Nos repartían los cascos, las armas (fusiles fal, pistolas 9 mm y ametralladora MAG) y las municiones y nos decían: “por cada tiro, tenemos que encontrar un agujero”. Sabíamos que si no se cumplía, bailábamos. Y como éramos nuevitos, siempre nos sorprendían con algún movimiento nuevo. La mayoría de las armas y las municiones ERAN UN DESASTRE. Los fusiles tenían el caño torcido y muchas municiones estaban desarmadas: la agarrabas y se separaba la vaina del proyectil; por supuesto que no tenía pólvora. Cuando estábamos tirando, era muy común que se trabaran. Pero en el polígono había dos actividades: práctica de tiro y el servicio de marcadores. Los blancos subían y bajaban por un surco en el suelo, y los responsables eran los que estaban en “el servicio de marcadores”. Los marcadores íbamos a unas cuevas, donde cabíamos parados y los blancos estaban en unos bastidores que subían y bajaban por un sistema de poleas. Se subía el blanco, se daba la orden de disparar y a los que estábamos marcando, nos hacían estrellar contra la pared opuesta al blanco. Mientras duraba la balacera, escuchábamos el zumbido de los proyectiles, veíamos moverse los blancos al hacer impacto y la polvareda cuando no daban en el blanco. Se daba la orden de dejar de disparar, después nos daban la orden de marcar. Ahí bajábamos los blancos para tapar los agujeros. Como ya sabíamos que si no había agujero bailábamos, agujereábamos con el dedo, pegábamos la oblea, subíamos el blanco y con una paleta se marcaba.
Yendo al polígono nos pasaron dos cuestiones: Un día estábamos cruzando el campo que siempre cruzábamos para llegar y empezamos a escuchar disparos y el zumbido de los proyectiles. Nos hicieron tirar cuerpo a tierra y nos dejaron ahí hasta que todo se calmó. Según supimos después, nadie avisó de un ejercicio de otros milicos. En otra oportunidad, mientras íbamos, a dos soldados se le ocurrió fugarse cuando cruzábamos la ruta 8. La cosa es que, hasta que los recapturaron, nos bailaron a morir. En uno de esos bailes, uno de mis compañeros que trabajaba en la cocina (y no era mi compañero de carpa) agarró un cuis y se lo guardó para cenárselo, porque estaba muerto de hambre. Desconozco qué paso después con el cuis. Para nuestro placer, consiguieron agarrar a los dos que habían intentado fugarse, ya que dejaron de boludearnos a los que nos quedamos y se entretuvieron con los que habían querido irse. Como los agarraron rápido, siguieron con nosotros al polígono, pero mientras caminábamos ellos saltaban. Cuando ya estábamos practicando, a ellos los mandaron a hacer nudos con unas plantas que se parecían a estas
 
 
, aunque creo que tenían las hojas más carnosas y con unas púas de dos metros en cada nervadura. La cosa es que veían que tomaban muchos cuidados al hacer los nudos, así que los mandaron a exprimirlas. Esas caras de dolor, sobre todo de uno de ellos, no me las olvido. Así estuvieron bailando todo el día. Cuando volvimos al vivac, mientras nosotros hacíamos nomeacuerdoquecosa, a ellos les pusieron una frazada, encima el mono que nos habían dado con las provisiones y al sol, los tuvieron haciendo flexiones. Cuando nosotros terminamos con lo que estábamos haciendo, nos hicieron sentar en círculo, a estos dos los hicieron desnudarse y la consigna fue: “ahora corren adentro de este círculo, el primero en alcanzar al otro, se lo monta” ¡CHAN! Uno ganó la corrida, pero ninguno tuvo sexo (al menos no ahí y en ese momento) con el otro.
Un castigo que nos dieron alguna vez fue “hacer pozos de zorro”. El motivo ya ni me lo acuerdo, pero ni siquiera debía haber un motivo. La cosa que un pozo de zorro era algo como un pozo de un metro de alto, un metro de ancho y un metro de profundidad hecho con la cuchara sopera. Nos levantaron el castigo antes de comprobar que aquello pudiera ser hecho.
Como conté antes, las letrinas las hicimos en un lugar en el que ya habían estado, por lo tanto el lugar era “complicado” Como estaban en la ribera del río Reconquista, cuando el lugar se ponía más complicado que de costumbre, usábamos las ramas de los árboles que se extendían sobre el río. Lo que mucha gente no calculaba era la posición de su humanidad y la rama, por lo que esa zona quedaba inutilizada. Existía el mito de “la sal inglesa”. Se suponía que en algunas preparaciones ponían sal inglesa, que era algo así como un laxante. Lo cierto, más allá del mito, es que hubo momentos en que la zona estuvo más desbordada que en otras. Y de noche, mejor ni acercarse.
Las comidas eran lo que eran. Lo más asqueroso que me tocó comer, fue el “Chupín de espinas”, una sopa inmunda que tenía millones de espinas clavadas en algún vegetal y todo con sabor a pescado; aunque de este no se conociera el paradero y unos fideos con carne podrida. Sí, la carne estaba PO-DRI-DA. Supongo que estaba tan podrida, que ni el baño de lavandina y vinagre lograron recuperarla. El olor y el colorcito verde debajo de la tinta roja de la supuesta salsa de tomate, delataban que la carne, ya se había convertido en otra cosa. Supongo que si me hubiera quedado mirándola después de apartarle los fideos agarrotados, podría haber visto que los gusanos se la llevaban en andas, pero no pude. Después del NO almuerzo de carne podrida envuelta en fideos agarrotados, nos bailaron hasta deshilacharnos porque “la comida no se desprecia”.. Entre los postres, el que se repetía bastante era el zapallo en (sic) ALNÍBAR. Un asco.
Una situación extraña para la nunca tuve una explicación fue que un sargento me hiciera ir a despertar en medio de la noche para “bailarme”, bajo el argumento de “usté, milico, ya sabe por qué” Y nunca, ni siquiera, me imaginé la respuesta. Creo que le hijo de puta fue el Sargento Osuna, pero no lo puedo asegurar…
Las únicas luces que se podían ver, eran las que tenían las carpas de los oficiales y suboficiales y los autos que pasaban por los caminos, sobre todo, por la ruta 8. Las nuestras tenían la iluminación de la luna. Es impresionante la claridad y el modo en que pueden disfrutarse las estrellas
Mientras estuvimos en el vivac no tuvimos visitas, aunque sí vimos a muchos familiares en uno de los lados del campo. Muchos recibieron paquetes, otros no. Quizá no les llevaron, quizá les llevaron, pero nunca los recibieron. Todo era posible. Me acuerdo de algún domingo, mientras nosotros cumplíamos con la consigna de “chicas, hoy, canto y costura”, ver a la gente en los alambrados perimetrales.
En los días de instrucción, supuestamente fueron cuarenta y cinco, nos bañamos dos veces. Y eso que enfrente teníamos a la el batallón nosécuánto, de la compañía de agua
Una noche recuerdo haber visto caravanas, bocinazos, gritos que no parecían amigables y mucho tránsito y que alguien sabía que había sido por una manifestación en Plaza de Mayo y que los milicos la habían dispersado: http://capital.fora-ait.com.ar/2011/03/30-de-marzo-de-1982-%C2%BFya-nadie-lo-recuerda/ . Entre nosotros lo que se respiraba era una gran ansiedad por la llegada de la Semana Santa (que según San Google, cayó jueves, 8/4; viernes, 9/4; sábado 10/4 y domingo, 11/4) ya que se había echado a rodar el rumor que nos volvíamos a la civilización el miércoles a la noche, y que podríamos estar en casa hasta el domingo.
Y llegó un nuevo dos de abril. Aunque desgraciadamente único para mil novecientos ochenta y dos, para dos países y para infinidad de gente que comenzaría a padecer. Algo iba a pasar y no lo sabíamos. O, mejor dicho, algo había pasado y estábamos a punto de enterarnos. Esa mañana nos levantan como siempre, pero el aire estaba agitado, cargado. “Algo” había. Estaba presente el Jefe de vivac, que era un capitán, que no recuerdo que estuviera mucho en el lugar. Así que, como siempre, llegamos a la plaza de armas formados, cantamos saludando a la bandera mientras la izaban y nos habló el jefe de vivac: “…soldados, hoy hemos escrito una página importante en la historia; hemos recuperado Las Malvinas…” y algo siguió diciendo, pero no sé qué fue. Recuerdo que cuando terminó con la frase pensé “¡PEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO SI ME CAGO EN LA HISTORIA Y ME LIMPIO EL ORTO CON LA PÁGINA IMPORTANTE. ¿A QUIÉN MIERRRRRRRRRRRRRRDA SE LE OCURRE?!” y ahí caí en la cuenta que, de ese momento en más, a la ansiedad por salir, la íbamos a sustituir por la incertidumbre de ¿cuándo nos llevan? y que sólo nosotros íbamos a estar seguros de nuestro destino, lo que sería una terrible incógnita para los que estaban afuera. Y así fue.
Ese fue el comienzo de un nuevo tiempo de colimba. Ese día todo fue con gran agitación, todo el día saltando, como si tuviéramos que estar en un estado que nunca alcanzaríamos. Y todo pasó a ser DE UNA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL, en la que el soldadito debía hacerse responsable, aunque los responsables de enderezar los cañones de los fusiles no lo hicieran. Y se agitaba el fantasma de la guerra y todos debíamos estar preparados pero sin recursos. Aunque eso no era lo importante. Todo aquel día fue de una terrible locura. Por la noche, otra vez, caravanas de autos, bocinazos, cantos, aplausos, banderas argentinas y un aire como de alegría. Yo miraba eso y me preguntaba “¿de qué carajos se estarán alegrando; cómo puede ser que se hayan olvidado que dos días antes los cagaron a golpes?”. Los malvados de ayer, entronizados en salvadores de la patria. El tiempo los pondría en su lugar, a un precio demasiado alto.
Según me acaba de recordar don Excel, el dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, fue un viernes. No tengo argumentos para discutirlo.
De ahí en más, todas las consignas llevaron un “hay que prepararse para ser movilizados”, más o menos explícito. No tengo modo de compararlo con otras instrucciones, pero el ambiente y los estados de ánimo cambiaron. Volverían a cambiar después del diez de junio. Todo se volvió como más violento, por definirlo de algún modo. Todo se justificaba por la necesidad de estar “preparados frente a esta hipótesis de conflicto”, y a que “en la guerra no hay familia”, y a que “si nos necesitan, nos van a movilizar” y… Y todo era así Había que apurar los tiempos de la socavación del ánimo. Para qué, todavía no lo sé. Entre la milicada yo tenía la sensación de ver a algunos fanáticos a los que se les caían la baba por ir a jugar a la guerra, y los que se habían olvidado que parte de ser milico, era la posibilidad de enfrentar un conflicto. Para algunos era darle sentido a su carrera militar, y para otros era alejarse de la tranquilidad y la familia. Por aquel momento algunos milicos estaban entusiasmados con combatir y otros estaban preocupados por tener que ir a hacerlo. ¿Cuál sería el más sensato? No puedo decirlo, pero en función de las armas que tuve en mis manos, los más realistas eran los menos entusiasmados. El tiempo, desgraciadamente, lo pondría muy en claro.
En algún momento empieza a sonar la “Marcha de Malvinas”, marcha que supuse que era posterior a este acto demente, pero no. Mirá, acá está la Wikipedia que cuenta la historia: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_de_las_Malvinas y acá te la dejo por si la querés escuchar http://www.youtube.com/watch?v=zemmL-e8e94
Y llega el día de volver. Después de días de agitación, la Semana Santa estaba ahí y… Había que prepararse. A la excitación que ya estaba en el ambiente por Malvinas, se agregó toda la movida por la vuelta a casa. Cada uno había manejado el nerviosismo a su modo, pero algunos suboficiales que nos tenían a su cargo, también habían cargado alcohol de más. Nos subimos a los camiones y emprendemos el retorno al batallón, sabiendo que nos faltaba terminar la instrucción. Era de suponer que este viaje sería más cómodo porque no teníamos la mochila… ¡Bo-lu-de-ces! No había mochilas, entonces DEBÍAN CABER más soldaditos. Volvieron los calambres y los murmullos por la incomodidad, pero se le sumaba que el cabo primero que nos llevaba estaba mucho más que copeteado, lo que hacía que su capacidad de entendimiento fuera menor a nula. Tuve la dicha de estar en el camión equivocado. Además de tener las piernas amputadas, pero en su lugar, tenía un cabo primero incapaz de controlar sus acciones en un camión que se había descompuesto en medio de la nada. Como el murmullo era imposible de parar, nos hizo bajar (él y un par más que iban adelante) y nos llevó al medio del campo a correr. Sí, estuvimos corriendo a su alrededor hasta que en un acto de hijoputez impensada, sacó la pistola y empezó a disparar al suelo. Yo pensaba ¿y si la bala rebota en algo? No sólo corrimos, sino que nos separamos más del hijo de puta este, hasta que alguno de los otros lo aplacó. O algo así. La cosa es que llegamos muy tarde (porque tuvieron que mandar otro camión a buscarnos), creo que no nos pudimos bañar, la verdad que no me acuerdo, nos dieron la misma ropa con la que nos habíamos incorporado tiempo antes y nos dejaron salir con la recomendación que estuviéramos atentos a un posible llamado. Y nos cagaron la Semana Santa. Si mal no recuerdo, mi viejo esperaba afuera.
Aquella ropa recuperada, no olía bien. Aunque la había lavado casi todas las noches, había tenido que secarla entre el colchón y el elástico de la cama, lo que le agregaba al tufo del colchón, manchas de óxido. A todo eso se le sumaba el tiempo que había estado guardada. Definitivamente no olía bien, o al menos era mi certeza.
A partir de ahí todo fue… ¡EXTRAÑO! Primero las luces de las calles, me había desacostumbrado ya que en el vivac todo era luz de luna, el resplandor de las luces de los autos en la ruta y de las carpas de oficiales y suboficiales, pero todo lejos. Ahora estaba envuelto en esas luces. Después las sillas. Ya me había olvidado, y mis nalgas mucho más, de lo que se sentía al sentarse en una superficie mullida. El inodoro. Volver a sentir el asiento en una superficie donde acomodarse, sin tener que estar haciendo equilibrio ni cálculos de distancias o probables salpicaduras, ni nada por el estilo para solamente dedicarse a lo que había que dedicarse, era casi un éxtasis. Y por último, la ducha… ¡QUÉ DECIR! Volver a sentir el agua de la ducha, en lugar del chorro que salía del caño y te partía en dos; el agua tibia en lugar de pequeños hielos; y EL TIEMPO QUE QUISIESE, ya que los baños habían sido: “al baño carrera marrrrrrrrrrrrrrrrrr”, “abrir el agua, mojarse bien. Cerrar el agua”, “enjabonarse la cabeza…, enjabonarse el cuerpo ¡no se olvide los sobacos, milico!, a lavarse la zanja…”, “abrir el agua”, “enjuagarse”, “¡TERMINADO!, afuera sin correr…” y ya estábamos bañados.
Bueno, volver fue un rencontrarme con mis cotidianeidades previas a la colimba. Y la distancia que ese tiempo había puesto, había hecho que algunas cuestiones se acomodaran diferente en mi precepción.
Estas tres fotos fueron tomadas en esos días. No sé si miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, pero fue en esos días. Ellos son Vicente y José, y las fotos las sacaron con un Polaroid Instamatic que tenían.
 


 
La cosa es que una de las consecuencias de mi período de colimba, fue el distanciamiento con mi vieja. Acá empiezo a darme cuenta que había muchas mentiras dando vueltas y que los buenos, no lo eran tanto y los malvados, tampoco.
Volviendo a la colimba. En aquellos días estaba en mi barrio, con mis amigos, con mis conocidos y todo el mundo quería saber cómo estaba, qué pasaba… En el ambiente había como una algarabía por la recuperación de las Islas, y me preguntaba qué motivaba tanta alegría, recordaba las armas, las comidas, la ropa y seguía sin entender.
Y un sábado a la mañana llegó el llamado menos deseado, y que justo atendí: teníamos que presentarnos en el batallón. Cuando pregunté para qué, me dijeron que era para cargar un barco, y se me ocurrió un “sí, lo vamos a cargar con nosotros”. Oooooooooooooooootra vez a despedirse. Me lleva mi viejo y en el puesto de guardia de la entrada pregunta para qué nos habían convocado, y le responden “van a cargar un avión”, y pensé “sí, con nosotros vamos a cargarlo”. O sea, un llamado y dos respuestas. No hubiera sido importante, de no ser por la situación del bélica de aquel momento.
Pasé por la guardia, me anotaron, y me mandaron a esperar con el resto que ya estaba. Esta vez nos subieron a un camión volcador (sí, un camión volcador) y nos llevaron a la base aérea de El Palomar a embolsar raciones para enviar a Malvinas. Nos tuvieron algo así como doce horas o más, embolsando. Eran largas mesas en las que teníamos que agarrar una bolsa de nailon y colocar: una lata de pastel de carne o arroz con calamares, una lata con tres perforaciones que abrazaba a la lata con la ración, una caja de fósforos, tres pastillas de alcohol de quemar; cuatro galletitas express (que al principio eran sueltas, entonces poníamos un puñado, que eran más de cuatro; cuando se acabaron nos dieron paquetes cerrados de cinco galletitas), un chocolate relleno con dulce de leche, que por esa época había aparecido y se llamaba Submarino y no me acuerdo si había alguna galleta dulce y alguna otra golosina. Me acuerdo de preguntarme ¿cómo harían para comer eso, cómo se suponía que lo calentarían, les llegarían las raciones? Pensar que podían encender fuego estando en una trinchera era imposible, sobre todo por lo que nos venían diciendo en la instrucción. Además del viento, el agua, el frío… Miraba y no entendía. Igual se suponía que había gente que no estaba en la línea de fuego, pero creía que lo más importante era cuidar a los que sí estaban ahí. Al final, nunca fue importante cuidar a alguien más que a los de carrera. El resto…
Y en un momento, cuando ya había amanecido, nos dejaron ahí en donde estábamos. No me acuerdo el modo, pero volví a mi casa. Y terminé mi domingo de Pascua. Creo que el lunes muy temprano nos llevaron al vivac otra vez, pero no me acuerdo.
El tiempo de instrucción se terminó, desarmamos el vivac, y nos volvimos a la ciudad. Otro momento empezaba, ya que se suponía que éramos soldados instruidos. Ya podíamos enfrentarnos a todos los fantasmas que se agitaban: los de la movilización a Malvinas y los del copamiento subversivo. Porque al momento de fantasmear, los milicos resultaron tener mucha imaginación.
Cuando nosotros ya nos quedamos en el batallón, la clase anterior (1962) sale de baja. Nos entregan la ropa de salida y ya empezamos a cumplir con todos los servicios: laburar en el batallón según nos habían destinado en aquella entrevista de los primeros días, hacer guardia (cuidar el perímetro del batallón, durante veinticuatro horas, apostado durante dos horas y descansando otras dos), formar parte del “retén” (el grupo VIP de guardia, que tenía radiocomunicación, transporte y cargaba con la ametralladora MAG), hacer “imaginaria” (que era cuidar la cuadra durante la noche, impidiendo que nos afanáramos entre los compañeros de la misma compañía, que nos afanaran o atacaran desde el exterior –que era el interior del cuartel-).
Mientras todo esto ocurre, al frente, allá en Malvinas, iban los soldados “del interior”. Mientras la guerra sigue, nosotros seguíamos siendo histeriqueados con los fantasmas de la movilización… Movilización que jamás sería.
Nuestro batallón, entre otras cosas, debía construir pontones. El pontón es una estructura que flota y que permite transportar elementos. Un pontón, más o menos, es algo así:
 
 
Y, de hecho, en el batallón había un lago para probarlos. Bueno, de los pocos que pude ver, ninguno flotó. Lo loco de aquello, era que el “baile” era para los soldados que lo armaban, en lugar de ser para quien los dirigía, que también era el que los bailaba…
Ya los “bailes” habían perdido su toque “pampeano” y se habían convertido en citadinos, ya que el batallón tenía mucho concreto por todos lados. Yuyos telúricos como el cardo, quedaban poco, y al pasto muchos milicos de carrera no se le acercaban, así que… El concreto era lo más cercano.
El batallón tenía un edificio central donde estaba el jefe de batallón, el Tte. Cnel. nomeacurdocuanto”. Visto desde la puerta de entrada a ese edificio, la oficina del Tte. Cnel. estaba en línea recta y la entrada era una amplia recepción, que a la derecha  tenía una ventana con vista a la oficina de mesa de entradas. A la oficina de mesa de entradas, le seguía la oficina de nomeacuerdoelnombre (ahí estaban todos los DNI de los soldaditos) y a continuación, la oficina de un subteniente que no me acuerdo el cargo que tenía. Sí me acuerdo que estaba chiflado. Justo frente a la oficina del subteniente, con un pasillo de por medio, estaba un espacio que tenía dos oficinas: legajos (donde yo trabajaba y que tenía la información de todos los milicos del batallón) y justicia (donde se sustanciaban las posibles causas judiciales), le seguía la oficina del Tte. Cnel., después la oficina del subjefe del batallón, un mayor nomeacuerdotampocodelnombre, enfrente y con un pasillo de por medio, la oficina técnica (ahí trabajaba Eduardo) y pegada, la cocina (que era muy chiquita y que sólo tenía una cafetera para el Tte. Cnel. y una heladera bajo mesada, para conservarle la leche condensada que todos le tomábamos. Es que él, sólo tomaba el café con leche condensada.
Después, cuando ya estábamos permanentemente en el batallón, todo se vuelve rutinario. Mi tarea la voy a desarrollar en la oficina de legajos, dependiendo de un sargento ayudante y de un cabo (que terminará preso por afanarse unas donaciones) junto con un compañero que, después me enteraría, era sobrino del sargento ayudante, y al que beneficiarían con la baja temprana. En los escritorios de enfrente estarían un sargento primero, encargado de la oficina de justicia, con dos soldaditos que se irían de baja muy rápido: uno por único sostén de familia y el otro por único sostén de madre viuda. O sea, en el lapso de cuatro meses, me quedé con tres jefes y dos oficinas. Con el tiempo me enteraría que de las dos listas de bajas en las que estuve, me tacharon.
No hay muchos hechos relevantes, más que la jura de la bandera. Aquello ocurrió muy cerca de la capitulación de Malvinas. Igual hicieron todo un acto para el que nos entrenaron como si nada hubiera pasado.
Al tiempo de terminar la guerra de Malvinas, se desató como un huracán de fantasmas. El que más agitaron fue el de la subversión. Varias noches nos tuvieron haciendo simulacros de copamiento. Daba la impresión que había que agotar la testosterona…
Resultó ser que el encargado de la oficina de legajos, el sargento ayudante, era un coimero de cuarta. El tipo recibía todas las sanciones de los milicos del cuartel y los sobornaba para no asentarlas en los legajos. Es que los ascensos se daban cada cuatro años, pero se tenían en cuenta las sanciones, las canas, las entradas en la enfermería… Y nadie quería que le postergaran el ascenso. En toda es trama de mierda, yo era el mensajero. El tipo me decía “andá y decile a tal, que tengo una sanción para pasarle al legajo. Que me mande dos kilos de dulce de membrillo y no se la paso”. Yo iba y le decía al fulano, pero como se retobaba y me tomaban de boludo, para que no me rompieran más los huevos le decía “mire MIseguidodelgradoquetuviera, si no se lo manda, dice que vaya y se lo diga usted mismo”. A veces daba resultado, a veces no y el sargento ayudante se encontraba “arreglando” él mismo su coima. Así era todo el tiempo. Coimeaba comida, cigarrillos… cualquier cosa. Más de una vez tuve que salir del batallón y llevar las coimas que él rejuntaba a su casa o a la de su amante, que vivía en Villa Ballester.
Este tipo, la verdad, carecía de escrúpulos. Un día me preguntó si sabía manejar y le contesté que sí, pero que no tenía registro. Entonces, como no tenía ganas de irse a la casa en bondi, me mandó a buscar a un soldado al que había visto llegar con un Escarabajo 58 y le dijo que si no se lo daba para irse a su casa lo encanaba. Conclusión: me hizo llevarlo y volverme con el Escarabajo.
A medida que el tiempo fue pasando, algunas situaciones fueron perdiendo el acartonamiento. Los tratos distantes se hicieron, en algunos casos, un poco más cercanos.
Todos los meses cobrábamos algo de dinero. No me acuerdo cuánto, pero cobrábamos.
En algún momento llegaron las vacaciones. Si mal no recuerdo, fueron quince días. Con Edu decidimos que nos íbamos a ir de vacaciones, así que fuimos a las oficinas del Municipio Urbano de la Costa en Capital Federal, averiguamos las playas, después los micros, horarios… Así fue que nos fuimos. Tengo la impresión de deberle guita de aquel momento. Decidimos empezar por San Clemente del Tuyú. Ahí nos hospedamos en el “Residencial El Topo”. Estaba frente al mar, teníamos un patiecito y un día, caminando por alguna calle de San Clemente, nos cruzamos con Claudia, una de la chicas de Munro, mi barrio. Estuvimos un par de días y nos fuimos a Mar de Ajó. Ahí nos hospedamos en el “Residencial Buenos Aires”. Nunca se me ocurrió tomar en cuenta que soy blancoenfermo, entonces terminé quemadísimo. El encargado del residencial, me sugirió que me pusiera rodas de tomate. No puedo decir el olor a podrido que tenía. Después me dijeron que tenía que ponerme noséquémierda, que me puse y fue peor. Estando en Mar de Ajó, ya no nos quedaba un mango. Un día vemos una promoción de “una docena de empanaditas”… y ahí conocimos los arrolladitos primavera. Tomábamos Gini CALIENTE porque no teníamos heladera, comíamos galletitas Ortiz, la puerta del ropero era un cortina agujereada y una noche nos preguntamos: comemos o vamos a ver ET. Y fuimos a ver ET. Para volver a Buenos Aires, tuvimos que volver a San Clemente.
Con mis quemaduras estaba en un grito. La espalda la tenía, al salir de San Clemente, llena de pequeñas ampollas. Cuando me bajé en Maipú y Ugarte, en Vicente López, mi espalda y la remera que tenía puesta eran una masa, ya que se habían reventado las ampollas. Cuando llegué a mi casa, NO ENCONTRABA EL MODO DE DESPEGÁRMELA. Entré a bañarme y ente dolores de quemazón, conseguí hacerlo. Al día siguiente, cuando volvimos al batallón, me internaron durante quince días, con quemaduras de segundo grado. En el tiempo que estuve en la enfermería, me lavaban la espalda, me rascaban las costras y me embadurnaban con rifocina. Un día, durante esa internación, estaba el pibe de la cocina que, en la instrucción, se había guardado un cuis. Por una ventana entró una rata que era un gato, más que una rata. La cosa es que el tipo, con un pie le pisó la cola. Cuando la bicha se dio vuelta para morderlo, con el otro pie le aplastó la cabeza. Una situación fea de contar… Pero peor fue verlo, en otro oportunidad, corriendo por el comedor a una rata ¡¡¡CON EL CUCHILLO QUE USABA EN LA COCINA!!! Un asco.
Al trabajar en la oficina de Justicia, pude ver algunos expedientes que eran más que desagradables. Ahí encontré fotos de gente que se había suicidado en la habitación del casino de suboficiales, de gente que había sido abatida por no responder al "alto quién vive"...
Una situación que me tocó presenciar, fue la de los Testigos de Jehová. Por su religión, ellos se niegan a jurar fidelidad a la bandera y no portan armas. Para los milicos, eso era algo como “insubordinación”, creo. La cosa es que se les hacía una causa judicial e iban en cana, por algo así como dos años. Cuando volvimos de la instrucción, había algo así como tres que se negaban a jurar y portar armas. Me acuerdo que estaban en la oficina de justicia, obviamente se escribía todo lo que pasaba, se les leía el código de justicia militar (supongo) y al escuchar las consecuencias que iban a afrontar, dos dejaron de lado la religión.
A medida que el tiempo pasaba, quedábamos menos. Las bajas iban otorgándose y algunos quedamos para el final. Como no podía ser de otro modo, un nuevo sorteo hizo que la clase sesenta y cuatro se incorporara y que nosotros, que éramos muy pocos, pasáramos a formar un única compañía que se llamó UNIFICADA. En este momento éramos tan pocos que casi no alcanzábamos para cubrir los servicios, entonces los francos eran un mal recuerdo y estábamos todo el tiempo de guarda, retén, imaginaria, guardia, retén, imaginaria… Y ya con los huevos al plato. La cosa fue que el encargado de la compañía unificada, terminó siendo el sargento primero con el que trabajaba en la oficina de Justicia. Entonces un día lo agarré y le dije: “mi sargento primero, tengo los huevos reventados de ser el pelotudo que nunca zafa. Ahora que usted es el encargado, yo voy a ser furriel (es el administrativo acomodado que decide los servicios de la compañía). Como atinó a decir, “no, Gabirelli, ya está”… le dije “mire, como quiera. Entonces encanemé desde ahora hasta la baja. Total, da igual, pero al menos dejo de cubrir servicios. Soy furriel o me mete en cana” Y fui el furriel por el breve lapso que duró la compañía unificada.
Al final, llega el día de la baja. Hay un acto en la plaza de armas y, se suponía, el DNI nos lo devolvía el suboficial u oficial que nos había tenido a cargo. A mí me lo tenía que devolver el sargento ayudante, encargado de la oficina de Legajos. Un tiempo antes, este sargento ayudante, había empezado a tratar de convencerme que me “enganchara” como milico, a lo que siempre le había respondido que ni en pedo. Ese día, como él no había aparecido para devolverme el documento, lo fui a buscar. Antes de dármelo me insistió un par de veces más, pero como seguí diciéndole que ni en pedo, lloriqueando, me lo dio.

TERMINOLOGÍA:
Tagarna, que según quien la dijese, podía ser taGANNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNA. 
Lacra.
El soldado es una pelotita de nervios y no un pelotudo nervioso.
Negro comedor de isoca
Negro pata rajada.
 
GENTE
Había milicos que eran geniales. Teníamos un sargento que era muy ocurrente. Él se refería a un cabo determinado como “estuche e’ víbora”, porque este cabo era muy flaco, muy alto y encima vestido de verde. El tipo nos trataba bien y era medio compinche. Había otra gente que nos trató como el culo, pero después se acercó y otra que era una mierda antes, durante y siempre. 
Había un cabo petiso, muy parco, talabartero que no era mal tipo. Su particularidad era que a todas las palabras las terminaba con p (sí, con la letra pe) y se le hacía babita blanca en las comisuras de los labios, que los tenía arqueados para abajo. Entonces pasabas y te decía “soldadop, a dondep vap” y no podía aguantarme la risa, porque de solo escucharlo ya me imaginaba la babitap…
Resulta que cuando un “no superior” quería dirigirse a un “superior”, había que gritar (si no gritabas, te decían que eras un puto), estando firme, claro (si no estabas firme, es que eras puto) “¡parte para el cargodelfulano apellidodelfulano!”. Teníamos un teniente muy amanerado al que le decíamos la tenienta. La cosa es que eran muy amigos con un teniente (siempre fantaseé que eran pareja, lo que tranquilamente podría haber sido, aunque los dos estaban casados) con el que andaban todo el día juntos. Los dos tenientes, pero de distintas ramas: uno de intendencia y el otro de logística, creo. Lo pintoresco era ver a la tenienta cada vez que iba a la oficina de su amigo, parase en la puerta y a modo de chiste decirle (firme y al los gritos con su vos apitada) “parte para el COMANDANTE…” Así, escrito, no se entiende, pero era muy gracioso.
Teníamos un capitán que era igual a Homero Adams. Una réplica exacta. Tenía un Fiat 125 hecho mierda, que después cambió por otro peor...
Había un subteniente que había hecho el curso de comandos. Parece que los tiraban en una isla, con un cuchillo… No sé. La cosa es que el tipo, estando en el batallón, tenía el hábito de descolgarse de cuanta terraza encontraba.
Había un cabo que era un réplica de una hormiga. Le faltaban patas, pero le sobraba mala leche.
Tuve un compañero de apellido Hermoso, que no le hacía honor al apellido ni de cerca.
 
Tuve otro compañero que tenía la misma cara que los ositos cariñosos, y que suponíamos que era un pelotudo. Un día, no sé por qué, se puso a explicarnos "el período" de su novia. Ahí confirmamos que era un pelotudo.
 
Había un sargento ayudante que era igual a Droopy.
 


ANÉCDOTAS
Estábamos en el vivac. Hacía un calor impresionante. Nos habíamos quedado sin agua y el cantinero no estaba. De repente aparece un tanque de agua y salimos desesperados a cargar las cantimploras. Bueh, se les había pasado la mano con la sal inglesa. Tuvimos una noche desbordada, y las letrinas, ni contarlo.
 
Una mañana, durante el conflicto de Malvinas, nos hacen levantar, hacer las camas, pero no nos dan desayuno y nos hacen desarmar las cuchetas: nos iban a robar sangre. La cosa fue que nos fueron extrayendo una bolsa a cada uno. Cuando terminé, salí y desayuné. Pero Edu no salía, aunque habíamos empezado los dos al mismo tiempo. Entro para ver qué pasaba y él estaba acostado, con los ojos a medio abrir y en su bolsa HABÍA ESPUMA. Nunca había visto espuma en una bolsa de sangre. Él estaba a medio desmayarse y me decía "no sé qué tengo, no tengo sangre, mirá, no tengo sangre"...
 
Una noche estaba de guardia en un puesto que raramente me había tocado: el de la puerta de entrada. De repente se escuchan bombos, redoblantes y cada vez más nítidos. Resultó ser que la gente de la villa de enfrente del batallón, había hecho una colecta y querían dejarnos lo que tenían. Llegaron con pancartas y cantando la Marcha de Malvinas. Hablaron con el Tte. Cnel. y entraron. Llenaron un galpón inmenso con ropa de vestir, ropa de cama, alimentos no precederos… Fue impresionante. Aquella mercadería quedó en el galpón y nunca salió de ahí. Nunca, ni al final de aquella estúpida guerra. Un día, después que la guerra había terminado y que nadie había hecho su aceptación de culpa, llego una mañana porque tenía que estar “de guardia” y veo un gran revuelo. Paso por la guardia, me asientan, firmo y veo al cabo que trabajaba conmigo y al cabo primero hijo de puta que nos bailó disparando su pistola, sin cordones, ni cinturón e incomunicados, lo que sin dudas indicaban que estaban sopres. Por el cabo primero hijo de puta, me alegré y lo disfruté (aunque no sabía que lo disfrutaría mucho más) y por el cabo que trabajaba conmigo sentí pena. Cuando ya estaba de guardia, me mandan a buscar para tomar unas declaraciones, porque yo era “el miliquito de justicia y legajos” y ahí me entero: estos dos, junto con unos soldaditos, habían vaciado el galpón de cosas y habían cargado una camioneta. Cuando ya casi salían por una puerta de la calle Zufriategui, los vio el oficial de guardia (un capitán igual a Homero Adams), ordenó que cerraran la puerta y… Listo, al calabozo. Esto desató un escándalo. Resultó ser que el Tte. Cnel. NUNCA INFORMÓ QUE ESTABA ESA MERCADERÍA EN EL BATALLÓN, por ende, al iniciar la causa por esto rateros se armó un quilombazo en el que el Tte. Cnel. termina sancionado por nosequien por no haber declarado la mercadería y los otros volaron, volaron, volaron… Nunca más supe de ellos.

Una mañana entro a empezar la guardia, y veo que todos los soldaditos de la guardia anterior saltaban, corrían, y ni miras de dejarlos ir. Cuando estoy yendo a vestirme, me cruzo con Edu, que estaba: con el casco desacomodado de costado, con la ropa toda desgreñada, sudado como en el horno, ojeroso y me dice “decile a Nacho que devuelva lo que se afanó”. Edu, Nacho y yo estábamos siempre juntos, pero entre Nacho y Edu había más afinidad que entre Nacho y yo. Cuando Edu me pide que le diga, supuse que ellos dos sabían de qué se trataba. Lo busco a Nacho y le cuento la situación, pero me pone cara de nosedequémestashablandochabón y como sigo escarbando, me cuenta. Resultó ser que a Nacho le afanaron el fusil y para que no lo “castigaran”, él se afanó el fusil a uno del grupo de Edu. Como el grupo de Edu era el último y no encontraban el fusil, no les iban a permitir salir hasta que no encontraran el armamento… Cuestión que, al final, Nacho devolvió el fusil porque encontró el suyo y… Edu lo quería matar. Alguna vez terminamos juntados en mi casa los tres, para solucionar el conflicto…

Un día llegan a la oficina de justicia (donde yo era el escribiente) cuatro soldaditos con el jefe del casino de oficiales. Los casinos (oficiales o suboficiales) eran unos edificios que tenían el comedor, cocina y habitaciones para que vivieran los que no eran de la zona y para que descansaran los que estaban de guardia. Eventualmente se prestaban los casinos para festejar algún evento: quince, casamiento… Los soldaditos trabajaban en el casino y el jefe los había encontrado en la pieza de no sé quien, teniendo sexo. Por supuesto que estaban todos sin los cordones, compungidos, preocupados… menos uno. La cosa se había dado así: Había uno que, claramente, no debía estar haciendo la colimba. Era un chico que no entendía mucho y que tenía una historia de abusos, que había naturalizado y fue el primero en ser entrevistado por el encargado de la oficina, porque era el abusado. La cosa es que le pide que cuente qué había pasado, y se despacha diciendo que (sic) “soy la novia del gordico. Cuando vuelve de franco, saca la pi.. y me la mete en la boca. Hace rato que me cog.. el gordito. Él no quiere que le cuente a nadie, que si lo cuento me caga a trompadas. Igual yo no iba a contar nada porque me gusta”. Que ese día, él estaba haciendo no sé qué en una habitación y que se metieron los otros tres. Que primero (SIC) “me agarró el gordito y me cog.., y mientras me dijo que se la chupara al de la cara torcida y yo se la chupaba pero no se le paraba y yo le decía “pero no se te para” y al otro le hacía una paj.”… ahí entró el jefe del lugar y se armó el quilombo. La cosa es que cuando este chico cuenta sus cosas, él revela que siempre en su casa había sido así y que el último novio de la hermana (novios de muchos años) (SIC) “me coge siempre que se queda a dormir con mi hermana. Y como el sargento nomeacuerdoelnombre se queda todos los días, siempre me coge”… O sea, mandó en cana a un sargento. Al chico abusado lo dieron de baja y los otros tres terminaron en el calabozo no sé cuánto tiempo.

El batallón tenía una compañía en Bernardo de Irigoyen, Misiones. Una mañana llego y tenía a un sargento (sin cordones ni cinturón en un banco) y a un soldadito, en iguales condiciones, en otro banco. Cuando entro a la oficina había un noséquerango hablando con el sargento primero encargado de la oficina. Me echan y cuando el noséquerango se fue, me llama el sargento primero y me dice que la situación es complicada, que no tengo que contar nada, que debo ser discreto… Resumiendo: noséquerango había encontrado al sargento y al soldadito garchando en una caballeriza. Al final los dos terminaron en cana.

Una mañana llego y estaba una ambulancia del Hospital militar central en la puerta del edificio central. Adentro, “el de la cara torcida” y en un banco en la entrada “el gordito” de más arriba. Resultó ser que después del encuentro amoroso y terminado el castigo, a estos dos los mandaron al sur, a una compañía que había allá. Resultó ser que “el gordito” convenció “al de la cara torcida” para que tuvieran sexo con una oveja, cuestión que volvieron los dos con una sífilis terrible. Cuando declaró “el de la cara torcida” dijo (sic) “y yo le tenía la cabeza y el otro le daba y yo le preguntaba y, qué sentís, es calentita… “ ¡¡¡QUÉ ASSSSSSSSSSSSSSSSSCOOOOOOOOOOOOOO!!!

Un mediodía, volviendo de almorzar, encontramos que unos soldaditos estaban revoleando trapos y que los teros (en los descampados del batallón estaba lleno de teros) se le tiraban encima al que estaba metido en una acequia. Resultó ser que, mientras cortaban el pasto, unos pichones salieron corriendo y cayeron en el canal. Cuando los quisieron sacar, los teros adultos se les tiraron en picada, con unos espolones que tienen en las alas. Al final, éramos como diez marmotas revoleando trapos, hasta que pudieron sacar a los pichones y dejarlos al alcance de los teros adultos.

Un día me toca limpiar la oficina. De repente, de algún sitio salió una terrible arañota. La pisé, explotó e instantáneamente salieron millones de arañitas para todos lados. Nunca zapateé como esa vez. La maldición de la araña explotada...

Cuando algún milico quería casarse tenía que pedir autorización. Cuando la pedía, yo tenía que solicitar un “estudio ambiental” del futuro cónyuge y su familia. Creo que sólo una vez vi que denegaron un permiso, porque el informe ambiental decía que la novia era puta.

El batallón, por adentro, se comunicaba con el barrio de oficiales, el barrio de suboficiales, CITEFA (al lado estaba el autocine) y el batallón de inteligencia 601. En ese camino había un puesto de guardia y la consigna era: si ven un auto, tiene que venir con las luces de posición apagadas y las interiores encendidas. De lo contrario, rodilla en tierra, gritan tres veces “alto quién vive” y si no les contestan, cargan y disparan”. Una noche, hacía un frío de requetecontrarremilrrecagarse, el viento debajo del caso chiflaba y las sombras movían todo. Veo que se acercan dos luces, pero no se encendían las de adentro. Entonces hice lo que se suponía que había que hacer: rodilla en tierra, cargué y grité “alto quién vive”. Resultó ser el Tte. Cnel. que se iba a su casa. Se bajó de la camioneta (el muy rata usaba la camioneta del batallón), me felicitó y siguió. Algo parecido me pasó dos veces con el subjefe del batallón, pero el tipo tenía fama de romper las pelotas a los milicos en ese puesto de guardia. Un día se hizo el boludo con el auto y otra, caminando.

Una mañana llego al batallón y tenía que tomar guardia. Cuando paso, encuentro al sargento encargado de arsenales (todas las armas y munciones), en la guardia, sin cordones y llorando. Pocas veces un milico me conmovió tanto. El sargento Sosa, era un tipo genial. No te maltrataba, te hablaba bien, era un tipo accesible. Un petiso bigotudo muy buena onda. Tengo la sensación que era un buen tipo. Resultó ser que en esa guardia que estaba saliendo y que yo tenía que reemplazar, se habían fugado un par de soldaditos. Pero, uno de los puestos de guardia, justo estaba en el galpón del arsenal, entonces desde afuera del galpón había desatornillado las chapas, las habían levantado y se habían metido adentro para afanar. Se habían llevado un par de pistolas, municiones… Cuando el sargento Sosa sale a hacer el relevo, se encuentra el puesto de guardia vacío y las chapas levantadas. Él denuncia la situación, hace un inventario, informa los faltantes, pero queda en cana. La cosa fue que pasó un día en el calabozo, no había forma de consolarlo y se le inició una causa. En el medio, en un asalto, recuperan una de las pistolas, el chorro delata al que se la había alquilado, que era el soldadito que se había fugado con las armas afanadas, lo van a buscar y recuperan todo. El sargento Sosa queda sobreseído y no sé más.

Una tarde, creo, estábamos lo más tranquilos en la puerta de la compañía, después de haber almorzado. De repente llega el encargado de la compañía, un sargento ayudante, y nos lleva a “bailar” al medio del campito y al rayo del sol. Yo pensé que le había explotado el marote, pero cuando empezó a hablar, entendí. Algún tiempo antes, se había escapado un soldadito. Como consecuencia nos habían sacado a “bailar” sobre la escracha, en medio de la madrugada. Aquella tarde, el pelotudo este, estaba caliente porque la madre del “desertor” se había ido a quejar del trato que recibía su hijo. Mientras saltábamos, nos mirábamos entre todos para ver si alguien conseguía entender algo. Mientras nos “bailaba” este resentido, lacra social decía “porque el soldadito a su vieja no le dice vieja, le dice che, puta, conchuda. Ya no le tiene respeto a la vieja”, y seguía; “y le dice la Lola, la Pepa, la PUTA ESA QUE LE GUSTA QUE SE LA COJAN” y seguíamos sin entender y el tipo más nos hacía saltar; “y la madre de ustedes no es una señora, NO, es una puta que viene a los cuarteles a buscar un buen macho que se la garche”… y ya no sé qué más dijo. Ahí entendí que se trataba de un pobre cornudo, resentido, malparido que estaba desbordado de odio porque se le había escapado en soldadito...
Alguna vez fui a dar sangre para alguien, y por hacerlo, me habían dado el día libre. Cuando vuelvo al batallón, me encuentro que me habían robado la ropa de fajina (que además estaba recién lavada, planchada...), y que me habían dejado otra toda rotosa y sucia.Caliente como una pipa, voy al encargado de compañía, le cuento del afano, y le pido que quiero descubrir al que me la había afanado. Cuando todos los que estaban de guardia volvieron, los hicieron formar, y encontré mi ropa. Estaba hecha un asco, pero al menos la había recuperado.
 
Una de las fiestas, no me acuerdo si Navidad o Fin de año, me tocó estar en el batallón. La cena fue distinta, hubo sidra para brindar y no mucho más. Muchos de los que volvían, estaban en estado de coma etílico...
 

sábado, 30 de marzo de 2013

El 02/04/1982 yo estaba haciendo la colimba...

(Todo esto forma parte de un escrito más extenso que después voy a publicar...)
...Una noche recuerdo haber visto caravanas de vehículos, bocinazos, gritos que no parecían amigables y mucho tránsito por la ruta 8 y que alguien sabía que había sido por una manifestación en Plaza de Mayo y que los milicos la habían dispersado: http://capital.fora-ait.com.ar/2011/03/30-de-marzo-de-1982-%C2%BFya-nadie-lo-recuerda/ .
De todos modos, entre los "soldaditos" lo que se respiraba era una gran ansiedad por la llegada de la Semana Santa (que según San Google, cayó jueves, 8/4; viernes, 9/4; sábado 10/4 y domingo, 11/4, allá en 1982) ya que se había echado a rodar el rumor que nos volvíamos a la civilización el miércoles a la noche, y que podríamos estar en casa hasta el domingo.
Y llegó un nuevo dos de abril. Aunque desgraciadamente único para mil novecientos ochenta y dos, para dos países y para infinidad de gente que comenzaría a padecer. Algo iba a pasar y no lo sabíamos. O, mejor dicho, algo había pasado y estábamos a punto de enterarnos. Esa mañana nos levantan como siempre, pero el aire estaba agitado, cargado. “Algo” había. Estaba presente el Jefe de vivac, que era un capitán, que no recuerdo que estuviera mucho en el lugar. Así que, como siempre, llegamos a la plaza de armas formados, cantamos saludando a la bandera mientras la izaban y nos habló el jefe de vivac: “…soldados, hoy hemos escrito una página importante en la historia; hemos recuperado Las Malvinas…” y algo siguió diciendo, pero no sé qué fue. Recuerdo que cuando terminó con la frase pensé “¡PEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO SI ME CAGO EN LA HISTORIA Y ME LIMPIO EL ORTO CON LA PÁGINA IMPORTANTE. ¿A QUIÉN MIERRRRRRRRRRRRRRDA SE LE OCURRE?!” y ahí caí en la cuenta que, de ese momento en más, a la ansiedad por salir, la íbamos a sustituir por la incertidumbre de ¿cuándo nos llevan? y que sólo nosotros íbamos a estar seguros de nuestro destino, lo que sería una terrible incógnita para los que estaban afuera.
Y así fue.
 Ese fue el comienzo de un nuevo tiempo de colimba. Ese día todo fue con gran agitación, todo el día saltando, como si tuviéramos que estar en un estado que nunca alcanzaríamos. Y todo pasó a ser DE UNA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL, en la que el soldadito debía hacerse responsable, aunque los responsables de enderezar los cañones de los fusiles no lo hicieran. Y se agitaba el fantasma de la guerra y todos debíamos estar preparados pero sin recursos. Aunque eso no era lo importante. Todo aquel día fue de una terrible locura. Por la noche, otra vez, caravanas de autos, bocinazos, cantos, aplausos, banderas argentinas y un aire como de alegría. Yo miraba eso y me preguntaba “¿de qué carajos se estarán alegrando; cómo puede ser que se hayan olvidado que dos días antes los cagaron a golpes?”. Los malvados de ayer, entronizados en salvadores de la patria. El tiempo los pondría en su lugar, aunque a un precio demasiado alto.
Según me acaba de recordar don Excel, el dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, fue un viernes. No tengo argumentos para discutirlo.
De ahí en más, todas las consignas llevaron un “hay que prepararse para ser movilizados”, más o menos explícito. No tengo modo de compararlo con otras instrucciones, pero el ambiente y los estados de ánimo cambiaron. Volverían a cambiar después del catorce de junio, cuando se firmó la capitulación. Todo se volvió como más violento, por definirlo de algún modo. Todo se justificaba por la necesidad de estar “preparados frente a esta hipótesis de conflicto”, y a que “en la guerra no hay familia”, y a que “si nos necesitan, nos van a movilizar” y… Y todo era así Había que apurar los tiempos de la socavación del ánimo. Para qué, todavía no lo sé. Entre la milicada yo tenía la sensación de ver a algunos fanáticos a los que se les caía la baba por ir a jugar a la guerra, y los que se habían olvidado que parte de ser milico, era la posibilidad de enfrentar un conflicto. Para algunos era darle sentido a su carrera militar, y para otros era alejarse de la tranquilidad y la familia. Por aquel momento algunos milicos estaban entusiasmados con combatir y otros estaban preocupados por tener que ir a hacerlo. ¿Cuál sería el más sensato? No puedo decirlo, pero en función de las armas que tuve en mis manos, los más realistas eran los menos entusiasmados. El tiempo, desgraciadamente, lo pondría muy en claro.
En algún momento empieza a sonar la “Marcha de Malvinas”, marcha que supuse que era posterior a este acto demente, pero no. Mirá, acá está la Wikipedia que cuenta la historia: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_de_las_Malvinas y acá te la dejo por si la querés escuchar http://www.youtube.com/watch?v=zemmL-e8e94
Y llega el día de volver. Después de días de agitación, la Semana Santa estaba ahí y… Había que prepararse. A la excitación que ya estaba en el ambiente por Malvinas, se agregó toda la movida por la vuelta a casa. Cada uno había manejado el nerviosismo a su modo, pero algunos suboficiales que nos tenían a su cargo, también habían cargado alcohol de más. Nos subimos a los camiones y emprendemos el retorno al batallón, sabiendo que nos faltaba terminar la instrucción. Era de suponer que este viaje sería más cómodo porque no teníamos la mochila… ¡Bo-lu-de-ces! No había mochilas, entonces DEBÍAN CABER más soldaditos. Volvieron los calambres y los murmullos por la incomodidad, pero se le sumaba que el cabo primero que nos llevaba estaba mucho más que copeteado, lo que hacía que su capacidad de entendimiento fuera menor a nula. Tuve la dicha de estar en el camión equivocado. Además de tener las piernas amputadas, pero en su lugar, tenía un cabo primero incapaz de controlar sus acciones en un camión que se había descompuesto en medio de la nada. Como el murmullo era imposible de parar, nos hizo bajar (él y un par más que iban adelante) y nos llevó al medio del campo a correr. Sí, estuvimos corriendo a su alrededor hasta que en un acto de hijoputez impensada, sacó la pistola y empezó a disparar al suelo. Yo pensaba ¿y si la bala rebota en algo? No sólo corrimos, sino que nos separamos más del hijo de puta este (del que no me acuerdo el apellido, pero que un tiempo después terminaría arrestado y procesado por robo, lo que certificaría que era y seguiría siendo un hijo de puta), hasta que alguno de los otros lo aplacó. O algo así. La cosa es que llegamos muy tarde (porque tuvieron que mandar otro camión a buscarnos), creo que no nos pudimos bañar, la verdad que no me acuerdo, nos dieron la misma ropa con la que nos habíamos incorporado tiempo antes y nos dejaron salir con la recomendación que estuviéramos atentos a un posible llamado. Y nos cagaron la Semana Santa. Si mal no recuerdo, mi viejo esperaba afuera.
Aquella ropa recuperada, no olía bien. Aunque la había lavado casi todas las noches, había tenido que secarla entre el colchón y el elástico de la cama, lo que le agregaba al tufo del colchón, manchas de óxido. A todo eso se le sumaba el tiempo que había estado guardada. Definitivamente no olía bien, o al menos era mi certeza.
A partir de ahí todo fue… ¡EXTRAÑO! Primero las luces de las calles, me había desacostumbrado ya que en el vivac todo era luz de luna, el resplandor de las luces de los autos en la ruta y de las carpas de oficiales y suboficiales, pero todo lejos. Ahora estaba envuelto en esas luces. Después las sillas. Ya me había olvidado, y mis nalgas mucho más, de lo que se sentía al sentarse en una superficie mullida. El inodoro. Volver a sentir el asiento en una superficie donde acomodarse, sin tener que estar haciendo equilibrio ni cálculos de distancias o probables salpicaduras, ni nada por el estilo para solamente dedicarse a lo que había que dedicarse, era casi un éxtasis. Y por último, la ducha… ¡QUÉ DECIR! Volver a sentir el agua de la ducha, en lugar del chorro que salía del caño y te partía en dos; el agua tibia en lugar de pequeños hielos; y EL TIEMPO QUE QUISIESE, ya que los baños habían sido: “al baño carrera marrrrrrrrrrrrrrrrrr”, “abrir el agua, mojarse bien. Cerrar el agua”, “enjabonarse la cabeza…, enjabonarse el cuerpo ¡no se olvide los sobacos, milico!, a lavarse la zanja…”, “abrir el agua”, “enjuagarse”, “¡TERMINADO!, afuera sin correr…” y ya estaba.
Bueno, volver fue un reencontrarme con mis cotidianeidades previas a la colimba. Y la distancia que ese tiempo había puesto, había hecho que algunas cuestiones se acomodaran diferente en mi precepción.


Estas tres fotos fueron tomadas en esos días. No sé si miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, pero fue en esos días. Ellos son Vicente y José, y las fotos las sacaron con un Polaroid Instamatic que tenían.
Volviendo a la colimba. En aquellos días estaba en mi barrio, con mis amigos, con mis conocidos y todo el mundo quería saber cómo estaba, qué pasaba… En el ambiente había como una algarabía por la recuperación de las Islas, y yo me preguntaba qué motivaba tanta alegría, recordaba las armas, las comidas, la ropa y seguía sin entender. Creo que había una gran movida para que todo el mundo mirara Canal 7, se hacían colectas, la gente escribía cartas que ponía dentro de chocolates, ropa, calzados... Toda una gran manifestación de apoyo sincero.
Y un sábado a la mañana llegó el llamado menos deseado, y que justo atendí: teníamos que presentarnos en el batallón. Cuando pregunté para qué, me dijeron que era para cargar un barco, y se me ocurrió un “sí, lo vamos a cargar con nosotros”. Oooooooooooooooootra vez a despedirse. Me lleva mi viejo y en el puesto de guardia de la entrada pregunta para qué nos habían convocado, y le responden “van a cargar un avión”, y pensé “sí, con nosotros vamos a cargarlo”. O sea, un llamado y dos respuestas. No hubiera sido importante, de no ser por la situación bélica.
Pasé por la guardia, me anotaron, y me mandaron a esperar con el resto que ya estaba. Esta vez nos subieron a un camión volcador (sí, un camión volcador) amarillo y nos llevaron a la base aérea de El Palomar a embolsar raciones para enviar a Malvinas. Nos tuvieron algo así como doce horas o más, embolsando. Eran largas mesas en las que teníamos que agarrar una bolsa de nailon y colocar: una lata de pastel de carne o arroz con calamares, una lata con tres perforaciones que abrazaba a la lata con la ración, una caja de fósforos, tres pastillas de alcohol de quemar; cuatro galletitas express (que al principio eran sueltas, entonces poníamos un puñado, que eran más de cuatro; cuando se acabaron nos dieron paquetes cerrados de cinco galletitas), un chocolate relleno con dulce de leche, que por esa época había aparecido y se llamaba Submarino y no me acuerdo si había alguna galleta dulce y alguna otra golosina. Me acuerdo de preguntarme ¿cómo harían para comer eso, cómo se suponía que lo calentarían, les llegarían las raciones? Pensar que podían encender fuego estando en una trinchera era imposible, sobre todo por lo que nos venían diciendo en la instrucción. Además del viento, el agua, el frío… Miraba y no entendía. Igual se suponía que había gente que no estaba en la línea de fuego, pero creía que lo más importante era cuidar a los que sí estaban ahí. Al final, nunca fue importante cuidar a alguien más que a los milicos de carrera. El resto…
Y en un momento, cuando ya había amanecido, nos dejaron volver desde ahí en donde estábamos. No me acuerdo el modo, pero volví a mi casa. Y terminé mi domingo de Pascua. Creo que el lunes muy temprano nos llevaron al vivac otra vez, pero no me acuerdo.
El tiempo de instrucción se terminó, desarmamos el vivac, y nos volvimos a la ciudad. Otro momento empezaba, ya que se suponía que éramos soldados instruidos. Ya podíamos enfrentarnos a todos los fantasmas que se agitaban: los de la movilización a Malvinas y los del copamiento subversivo. Porque al momento de fantasmear, los milicos resultaron tener mucha imaginación.
Nunca estuve más cerca de Malvinas, que embolsando aquellas escasas raciones.
Nuna nos movilizaron.
Un día de junio, un catorce de junio de mil novecientos ochenta y dos, se firmaba la capitulación de una insensata y etílica guerra. La estupidez fue de los milicos. Los costos, de los soldaditos.
Algún día se reparán todas las injusticias, y espero poder verlo.