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sábado, 30 de marzo de 2013

El 02/04/1982 yo estaba haciendo la colimba...

(Todo esto forma parte de un escrito más extenso que después voy a publicar...)
...Una noche recuerdo haber visto caravanas de vehículos, bocinazos, gritos que no parecían amigables y mucho tránsito por la ruta 8 y que alguien sabía que había sido por una manifestación en Plaza de Mayo y que los milicos la habían dispersado: http://capital.fora-ait.com.ar/2011/03/30-de-marzo-de-1982-%C2%BFya-nadie-lo-recuerda/ .
De todos modos, entre los "soldaditos" lo que se respiraba era una gran ansiedad por la llegada de la Semana Santa (que según San Google, cayó jueves, 8/4; viernes, 9/4; sábado 10/4 y domingo, 11/4, allá en 1982) ya que se había echado a rodar el rumor que nos volvíamos a la civilización el miércoles a la noche, y que podríamos estar en casa hasta el domingo.
Y llegó un nuevo dos de abril. Aunque desgraciadamente único para mil novecientos ochenta y dos, para dos países y para infinidad de gente que comenzaría a padecer. Algo iba a pasar y no lo sabíamos. O, mejor dicho, algo había pasado y estábamos a punto de enterarnos. Esa mañana nos levantan como siempre, pero el aire estaba agitado, cargado. “Algo” había. Estaba presente el Jefe de vivac, que era un capitán, que no recuerdo que estuviera mucho en el lugar. Así que, como siempre, llegamos a la plaza de armas formados, cantamos saludando a la bandera mientras la izaban y nos habló el jefe de vivac: “…soldados, hoy hemos escrito una página importante en la historia; hemos recuperado Las Malvinas…” y algo siguió diciendo, pero no sé qué fue. Recuerdo que cuando terminó con la frase pensé “¡PEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO SI ME CAGO EN LA HISTORIA Y ME LIMPIO EL ORTO CON LA PÁGINA IMPORTANTE. ¿A QUIÉN MIERRRRRRRRRRRRRRDA SE LE OCURRE?!” y ahí caí en la cuenta que, de ese momento en más, a la ansiedad por salir, la íbamos a sustituir por la incertidumbre de ¿cuándo nos llevan? y que sólo nosotros íbamos a estar seguros de nuestro destino, lo que sería una terrible incógnita para los que estaban afuera.
Y así fue.
 Ese fue el comienzo de un nuevo tiempo de colimba. Ese día todo fue con gran agitación, todo el día saltando, como si tuviéramos que estar en un estado que nunca alcanzaríamos. Y todo pasó a ser DE UNA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL, en la que el soldadito debía hacerse responsable, aunque los responsables de enderezar los cañones de los fusiles no lo hicieran. Y se agitaba el fantasma de la guerra y todos debíamos estar preparados pero sin recursos. Aunque eso no era lo importante. Todo aquel día fue de una terrible locura. Por la noche, otra vez, caravanas de autos, bocinazos, cantos, aplausos, banderas argentinas y un aire como de alegría. Yo miraba eso y me preguntaba “¿de qué carajos se estarán alegrando; cómo puede ser que se hayan olvidado que dos días antes los cagaron a golpes?”. Los malvados de ayer, entronizados en salvadores de la patria. El tiempo los pondría en su lugar, aunque a un precio demasiado alto.
Según me acaba de recordar don Excel, el dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, fue un viernes. No tengo argumentos para discutirlo.
De ahí en más, todas las consignas llevaron un “hay que prepararse para ser movilizados”, más o menos explícito. No tengo modo de compararlo con otras instrucciones, pero el ambiente y los estados de ánimo cambiaron. Volverían a cambiar después del catorce de junio, cuando se firmó la capitulación. Todo se volvió como más violento, por definirlo de algún modo. Todo se justificaba por la necesidad de estar “preparados frente a esta hipótesis de conflicto”, y a que “en la guerra no hay familia”, y a que “si nos necesitan, nos van a movilizar” y… Y todo era así Había que apurar los tiempos de la socavación del ánimo. Para qué, todavía no lo sé. Entre la milicada yo tenía la sensación de ver a algunos fanáticos a los que se les caía la baba por ir a jugar a la guerra, y los que se habían olvidado que parte de ser milico, era la posibilidad de enfrentar un conflicto. Para algunos era darle sentido a su carrera militar, y para otros era alejarse de la tranquilidad y la familia. Por aquel momento algunos milicos estaban entusiasmados con combatir y otros estaban preocupados por tener que ir a hacerlo. ¿Cuál sería el más sensato? No puedo decirlo, pero en función de las armas que tuve en mis manos, los más realistas eran los menos entusiasmados. El tiempo, desgraciadamente, lo pondría muy en claro.
En algún momento empieza a sonar la “Marcha de Malvinas”, marcha que supuse que era posterior a este acto demente, pero no. Mirá, acá está la Wikipedia que cuenta la historia: http://es.wikipedia.org/wiki/Marcha_de_las_Malvinas y acá te la dejo por si la querés escuchar http://www.youtube.com/watch?v=zemmL-e8e94
Y llega el día de volver. Después de días de agitación, la Semana Santa estaba ahí y… Había que prepararse. A la excitación que ya estaba en el ambiente por Malvinas, se agregó toda la movida por la vuelta a casa. Cada uno había manejado el nerviosismo a su modo, pero algunos suboficiales que nos tenían a su cargo, también habían cargado alcohol de más. Nos subimos a los camiones y emprendemos el retorno al batallón, sabiendo que nos faltaba terminar la instrucción. Era de suponer que este viaje sería más cómodo porque no teníamos la mochila… ¡Bo-lu-de-ces! No había mochilas, entonces DEBÍAN CABER más soldaditos. Volvieron los calambres y los murmullos por la incomodidad, pero se le sumaba que el cabo primero que nos llevaba estaba mucho más que copeteado, lo que hacía que su capacidad de entendimiento fuera menor a nula. Tuve la dicha de estar en el camión equivocado. Además de tener las piernas amputadas, pero en su lugar, tenía un cabo primero incapaz de controlar sus acciones en un camión que se había descompuesto en medio de la nada. Como el murmullo era imposible de parar, nos hizo bajar (él y un par más que iban adelante) y nos llevó al medio del campo a correr. Sí, estuvimos corriendo a su alrededor hasta que en un acto de hijoputez impensada, sacó la pistola y empezó a disparar al suelo. Yo pensaba ¿y si la bala rebota en algo? No sólo corrimos, sino que nos separamos más del hijo de puta este (del que no me acuerdo el apellido, pero que un tiempo después terminaría arrestado y procesado por robo, lo que certificaría que era y seguiría siendo un hijo de puta), hasta que alguno de los otros lo aplacó. O algo así. La cosa es que llegamos muy tarde (porque tuvieron que mandar otro camión a buscarnos), creo que no nos pudimos bañar, la verdad que no me acuerdo, nos dieron la misma ropa con la que nos habíamos incorporado tiempo antes y nos dejaron salir con la recomendación que estuviéramos atentos a un posible llamado. Y nos cagaron la Semana Santa. Si mal no recuerdo, mi viejo esperaba afuera.
Aquella ropa recuperada, no olía bien. Aunque la había lavado casi todas las noches, había tenido que secarla entre el colchón y el elástico de la cama, lo que le agregaba al tufo del colchón, manchas de óxido. A todo eso se le sumaba el tiempo que había estado guardada. Definitivamente no olía bien, o al menos era mi certeza.
A partir de ahí todo fue… ¡EXTRAÑO! Primero las luces de las calles, me había desacostumbrado ya que en el vivac todo era luz de luna, el resplandor de las luces de los autos en la ruta y de las carpas de oficiales y suboficiales, pero todo lejos. Ahora estaba envuelto en esas luces. Después las sillas. Ya me había olvidado, y mis nalgas mucho más, de lo que se sentía al sentarse en una superficie mullida. El inodoro. Volver a sentir el asiento en una superficie donde acomodarse, sin tener que estar haciendo equilibrio ni cálculos de distancias o probables salpicaduras, ni nada por el estilo para solamente dedicarse a lo que había que dedicarse, era casi un éxtasis. Y por último, la ducha… ¡QUÉ DECIR! Volver a sentir el agua de la ducha, en lugar del chorro que salía del caño y te partía en dos; el agua tibia en lugar de pequeños hielos; y EL TIEMPO QUE QUISIESE, ya que los baños habían sido: “al baño carrera marrrrrrrrrrrrrrrrrr”, “abrir el agua, mojarse bien. Cerrar el agua”, “enjabonarse la cabeza…, enjabonarse el cuerpo ¡no se olvide los sobacos, milico!, a lavarse la zanja…”, “abrir el agua”, “enjuagarse”, “¡TERMINADO!, afuera sin correr…” y ya estaba.
Bueno, volver fue un reencontrarme con mis cotidianeidades previas a la colimba. Y la distancia que ese tiempo había puesto, había hecho que algunas cuestiones se acomodaran diferente en mi precepción.


Estas tres fotos fueron tomadas en esos días. No sé si miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, pero fue en esos días. Ellos son Vicente y José, y las fotos las sacaron con un Polaroid Instamatic que tenían.
Volviendo a la colimba. En aquellos días estaba en mi barrio, con mis amigos, con mis conocidos y todo el mundo quería saber cómo estaba, qué pasaba… En el ambiente había como una algarabía por la recuperación de las Islas, y yo me preguntaba qué motivaba tanta alegría, recordaba las armas, las comidas, la ropa y seguía sin entender. Creo que había una gran movida para que todo el mundo mirara Canal 7, se hacían colectas, la gente escribía cartas que ponía dentro de chocolates, ropa, calzados... Toda una gran manifestación de apoyo sincero.
Y un sábado a la mañana llegó el llamado menos deseado, y que justo atendí: teníamos que presentarnos en el batallón. Cuando pregunté para qué, me dijeron que era para cargar un barco, y se me ocurrió un “sí, lo vamos a cargar con nosotros”. Oooooooooooooooootra vez a despedirse. Me lleva mi viejo y en el puesto de guardia de la entrada pregunta para qué nos habían convocado, y le responden “van a cargar un avión”, y pensé “sí, con nosotros vamos a cargarlo”. O sea, un llamado y dos respuestas. No hubiera sido importante, de no ser por la situación bélica.
Pasé por la guardia, me anotaron, y me mandaron a esperar con el resto que ya estaba. Esta vez nos subieron a un camión volcador (sí, un camión volcador) amarillo y nos llevaron a la base aérea de El Palomar a embolsar raciones para enviar a Malvinas. Nos tuvieron algo así como doce horas o más, embolsando. Eran largas mesas en las que teníamos que agarrar una bolsa de nailon y colocar: una lata de pastel de carne o arroz con calamares, una lata con tres perforaciones que abrazaba a la lata con la ración, una caja de fósforos, tres pastillas de alcohol de quemar; cuatro galletitas express (que al principio eran sueltas, entonces poníamos un puñado, que eran más de cuatro; cuando se acabaron nos dieron paquetes cerrados de cinco galletitas), un chocolate relleno con dulce de leche, que por esa época había aparecido y se llamaba Submarino y no me acuerdo si había alguna galleta dulce y alguna otra golosina. Me acuerdo de preguntarme ¿cómo harían para comer eso, cómo se suponía que lo calentarían, les llegarían las raciones? Pensar que podían encender fuego estando en una trinchera era imposible, sobre todo por lo que nos venían diciendo en la instrucción. Además del viento, el agua, el frío… Miraba y no entendía. Igual se suponía que había gente que no estaba en la línea de fuego, pero creía que lo más importante era cuidar a los que sí estaban ahí. Al final, nunca fue importante cuidar a alguien más que a los milicos de carrera. El resto…
Y en un momento, cuando ya había amanecido, nos dejaron volver desde ahí en donde estábamos. No me acuerdo el modo, pero volví a mi casa. Y terminé mi domingo de Pascua. Creo que el lunes muy temprano nos llevaron al vivac otra vez, pero no me acuerdo.
El tiempo de instrucción se terminó, desarmamos el vivac, y nos volvimos a la ciudad. Otro momento empezaba, ya que se suponía que éramos soldados instruidos. Ya podíamos enfrentarnos a todos los fantasmas que se agitaban: los de la movilización a Malvinas y los del copamiento subversivo. Porque al momento de fantasmear, los milicos resultaron tener mucha imaginación.
Nunca estuve más cerca de Malvinas, que embolsando aquellas escasas raciones.
Nuna nos movilizaron.
Un día de junio, un catorce de junio de mil novecientos ochenta y dos, se firmaba la capitulación de una insensata y etílica guerra. La estupidez fue de los milicos. Los costos, de los soldaditos.
Algún día se reparán todas las injusticias, y espero poder verlo.

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