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miércoles, 6 de agosto de 2014

Mi gaytud








En mi vida también hubo un “De “eso”, NO se habla”. Y no se habló. Pero, como todo, un día todo se habló.
Como es mi historia personal, por supuesto, la cuento porque es mía. Porque se me da la gana y porque, de haber sido diferente, hoy no sería este que soy.
Nací un 24/09/1963 en la Clínica Olivos, según la historia familiar; en la casa de una partera, según mi partida de nacimiento.
La primera foto que tengo, que está en mi poder, es de mi bautismo, que fue al cumplir un año. Según mi Fe de Bautismo, eso ocurrió un 26/09/1964.


Nací siendo el segundo hijo, el último. Por diez años sería así, luego, en 1973, nacería mi hermano menor y yo pasaría ser el “del medio”
La siguiente foto que tengo, que está en mi poder, es de mi jardín de infantes, en octubre de 1967, es decir, de mis cuatro años.
 

¿Ya me viste? Soy el que está JUSTO EN EL MEDIO. Mi vieja es la tercera, de pie, de izquierda a derecha; tiene un vestido de lunares y se está agarrando el mentón. Al lado, mi abuela Celsa, o Elsa, como le pusieron al llegar a Argentina, desde Orense, en Galicia, España.
Mi memoria más clara es a partir de estos tiempos. Hacia atrás, también tengo, pero borrosos. Por aquel tiempo vivíamos en la casa de mis abuelos paternos. Pero todo eso ya lo conté en: http://delnoamor.blogspot.com/2013/03/en-camino-al-medio-siglo-mejor-empiezo.html
Por aquel momento estábamos cuando empecé a caer en la cuenta que “algo” no era lo que se suponía fuera. Mi hermano mayor se la pasaba jugando a la pelota y a mí no me generaba ni medio, de hecho, ni trataba de jugar. Cuando me pareció que “eso” no estaba del todo bien, cuando empecé a notar que todos los chicos jugaban a la pelota, cuando caí en la cuenta que mi viejo llevaba a mi hermano a la cancha, me pareció que yo también debía jugar. Por supuesto que, al intentarlo, hacerlo pésimo y quedar siempre último en el “pan y queso”, decidí que se iban todos a cagar y que no iba a insistir con eso que no me interesaba. No sólo no me interesaba, sino que lo hacía tan mal, que todo era rechazo.
De todos modos, sentía que “algo” no era lo que se suponía fuera.
Como la que iba a ser la casa familiar estaba siendo arreglada, algunas veces íbamos a visitar a mi viejo, que estaba haciendo las refacciones. Para 1970, año en que empiezo mi escuela primaria, ya estábamos establecidos. Pero, mientras tanto, íbamos a acompañar los arreglos.
Fue en alguna de esas “idas a visitar” en la que confirmé que aquel “algo” que no era lo que se suponía fuera, incluía el rótulo “de “eso” NO se habla” 
Estaba con mi vieja en la casa de una vecina. Sobre una mesada había una foto de aquella familia: padre, madre, hija e hijo (que sería amigo de mi hermano). Cuando vi aquella foto dije en voz alta “¿Quién es este chico TAN lindo?”, en referencia al chico de la foto. La cuestión es que ahí se desató una situación en la que aquellas mujeres (mi vieja y la dueña de casa) me hicieron sentir una vergüenza inimaginable. Aquella situación me hizo dar cuenta que “de “eso” NO se habla” y que, definitivamente,  “algo” no era lo que se suponía fuera. Aquella situación me hizo entender que, aunque no entendiera porqué, pero “de “eso” NO se habla”.
De ahí en más, nunca hablé.
Por mucho que no lo dijera, SIEMPRE me gustaron otros varones. Y mucho. Pero entre lo que me atraía y lo que se suponía debía atraerme, había una gran diferencia. Esa diferencia de la que no se podía hablar. Así es que desde muy chico conviví con un deseo interno que no podía revelar y tratando de generarme el deseo que debía tener, pero no tenía.
Los mensajes en mi casa eran, definitivamente, homofóbicos. Claro, por aquella época nadie pensaba que tal cosa pudiera existir y ser varón implicaba que debían gustarte las mujeres. Eso sí, putos, existían a montones.
El lenguaje estaba cargado de directivas contra la homosexualidad: “es preferible un hijo chorro que un hijo puto” (frase que se adaptó cambiando puto por cura), “con el culo se caga y con la boca se come”, “a los putos hay que matarlos a todos”… había todo un rosario de frases antiputos.
Existían algunos “famosos” señalados como putos, maricas, o como se le quiera decir. Lo mismo que hoy.
Algunos de aquellos, fueron: Pedrito Rico (http://es.wikipedia.org/wiki/Pedrito_Rico), Eduardo Bergara Leumann (http://es.wikipedia.org/wiki/Bergara_Leumann), Jorge Luz (http://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Luz), Osvaldo Pacheco (http://es.wikipedia.org/wiki/Osvaldo_pacheco)... Sólo por nombrar algunos. Y que se entienda: se sospechaba, se decía, se comentaba… igual que hoy con mucha gente. Lo cierto es que cada vez que alguno de estos aparecía por TV, en mi casa empezaba el rosario de frases y yo me quedaba mirando la situación, tratando de entender qué hacer. Pero estaba claro que “de “eso” NO se habla”.
Ahora, mis hormonas empezaron a manifestarse muy temprano. Muy temprano incursioné en la “autosatisfacción”.  Y muy temprano incursioné en los roces placenteros, acompañado. Y muy temprano incursioné en las relaciones sexuales. A este último escalón llegué antes de terminar mi escuela primaria. Aunque pudiera satisfacer el deseo sexual, siempre me quedaba con una sensación de vacío; siempre me quedaba la sensación que “algo estaba faltando”.  Ese algo que empezaba a faltar, era más que sólo la satisfacción del deseo; faltaba el amor. Sentía que el sexo era fabuloso, pero necesitaba sentir que había amor.
Seguía estando muy claro que “de “eso” NO se habla”, ni siquiera con aquellos con quienes lo compartía. Esta situación de no poder conversarlo con nadie, me llevó a sentirme el único puto sobre la faz de la tierra. Y tan raro fue, que pasaron muchos años y parte de mi terapia, para que pudiera darme cuenta que aquellos que estuvieron conmigo, no eran menos putos que yo. ¡En fin!
Pero, “de “eso” NO se habla”. Y el amor seguía faltando.
Entre tanto torbellino de deseo de sexo, deseo de amor, aparece el deseo de cumplir con lo que se suponía que debía cumplir. Entonces debía empezar a hacer algo para que “las chicas” me atrajeran, porque hasta ese momento no me ocurría. Pero no me funcionó.
Se termina mi primaria.
“De “eso” NO se habla”.
Empieza mi secundaria.
“De “eso” NO se habla”.
El puto, seguía siendo yo.
Seguía faltando el amor.
Los compañeros de secretos seguían siendo los mismos dos que desde un principio, y de uno de ellos estuve más que enamorado.
Así como mi época de escuela primaria fue fabulosa, mi secundaria fue todo lo contrario.
Para el inicio de mi secundario acarreo todo lo anterior, las opiniones de nuevos compañeros y empieza a aparecer un fantasma en el horizonte: el Servicio Militar Obligatorio, la colimba. Por aquel tiempo se contaba que, al incorporarte, te “hacen abrir el libro” (lo que era cierto) y si “lo tenés roto, te firman el DNI en rojo, con la sigla OAD, orificio anal dilatado” (lo que era falso, pero tuve que pasarlo para saberlo).
O sea, a lo que traía, se agregaba este fantasma, que de ser cierto, me expondría delante de todos. Y “de “eso” NO se habla”.
Empiezo a sentir la necesidad de hablar, pero no había con quien hacerlo. Entonces empiezo a escribir. Mucho.
1979 me encuentra empezando  mi tercer año del secundario. Ya no éramos el mismo grupo, sino que nos juntaron con compañeros de otra división, situación que no me gustó ni medio y me hizo sentir muy incómodo.  Los viejos compañeros de secretos empezaban relaciones de pareja “hétero” (porque el puto seguía siendo sólo yo) y decido tomar distancia porque ellos no eran putos. Fugazmente pasan dos nuevos compañeros de secretos, en dos encuentros con uno y tres con otro pero nada más. Seguía sin hablar de lo que no se debía hablar, pero lo escribía. Seguía faltando el amor. Con las chicas no me pasaba nada, el fantasma de la colimba no se extinguía…
Un día me harté de todo.
Una mañana me levanté y me propuse que, a partir de ese momento, no importaba nada más. Entonces, llegué al colegio y me fui con el pupitre al fondo del aula y decidí que iba a repetirme la frase “los tipos no me gustan”, de la mañana a la noche, hasta “curarme”.
Y me taladré la cabeza hasta que todo desapareció. Ya nunca más fue. Desde algún momento de 1979, adormecí mi gaytud…
Hice la colimba de principio a fin…
Conocí a mi ex esposa, estuvimos de noviamos durante cuatro años, nos casamos, nació mi hijo…
Un día, volviendo a mi casa desde el trabajo, me doy cuenta que estaba mirando al colectivero y que el tipo ME ENCANTABA. Y no entendí nada de nada. No entendí cómo podía estar sucediendo aquello, si ya “me había curado”; cómo podía estar pasando eso, si estaba casado, tenía un hijo; cómo podía estar pasando eso si ya todo eso no significaba nada…
Y todo aquello que ya no recordaba, volvía a ser un recuerdo. Todo aquello que había convertido en un agujero negro en la memoria, volvía a reaparecer. Y fue un instante en el que lo único que deseé fue morirme.
Mi gaytud se hacía espacio a codazos, en mí.
Intenté, de nuevo, acallar el deseo como ya lo había hecho. Pero no funcionó.
¿Y qué hacer?
Lo manejé como pude hasta el momento en que sentí que ya no tenía identidad; ya no sabía quien era, ni que quería, ni para donde iba… No tenía rumbo. Entonces decidí que debía barajar y dar de nuevo. Esta decisión me llevó a una depresión que me tuvo un mes en cama, levantándome para ir a terapia con una psicóloga dos veces por semana; otras dos veces por semana con una psiquiatra que me medicó y para bañarme.
Decidí que debía separarme para poder rearmarme y definirme nuevamente.
Así empecé a transitar el camino que me trajo hasta acá. Empecé y terminé una terapia. Hice una terapia de grupo. Empecé y terminé otra terapia…
Mi primer incursión en el ámbito gay fue después de un año de separado.
Mi primer pareja gay fue cuatro años después de separado.
Y me divorcié.
Y… Así es como fue todo.
Ojalá nunca me hubiese taladrado la cabeza, pero fue lo que pude en aquel momento en que “de “eso” NO se habla”.
¡Ojalá, tantas cosas!, lo cierto es que lo que fue, fue.
Lo que hoy es, es.

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