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jueves, 19 de noviembre de 2015

"Ya nadie devuelve nada", por segunda vez en este 2015.

Resulta que el lunes 16/11/2015, dejé el auto en el taller porque el acondicionador de aire, me formaba escarcha en el torpedo, que se parece a la imagen que sigue:

Me lo devolvieron el martes a la tarde, que di la vuelta manzana (el taller está en la esquina de mi casa) para estacionarlo en la puerta de mi casa, hasta el miércoles que me fui a trabajar.
El miércoles 18/11, cuando llego al trabajo (a eso de las 8:30 y después de haber estado dentro del auto por algo así como una hora) me doy cuenta que se habían olvidado en una de las salidas del aire, un aparato como el de la primera foto. Ese aparato, por lo que imagino, no es otra cosa que un termómetro que, seguramente, tiene un nombre estrafalario que no conozco. En fin, estaba en Liniers con un "coso" desconocido, que no me pertenecía, pero que definitivamente le pertenecía al taller mecánico. Ya como termino tarde de trabajar, decidí que el jueves 19, pasaba a devolverlo.
Y así fue.
Cuando llegué, eran casi 12:30, horario en el que cierran por una hora. Se lo dejé a uno de los muchachos que trabaja ahí, y otro que justo salía, me agradeció la devolución, pero agregó que "ya nadie devuelve nada". 
Ellos estaban cerrando para irse, y yo estaba llegando para quedarme en mi casa. Como dije, se los dejé y... llegué a casa.
Sin embargo, me quedó picando la frase "ya nadie devuelve nada" y me quedé tratando de entender por qué una persona como yo, que desconoce el uso de ese "coso", podría querer quedárselo.
Claro, no soy tan ingenuo, pero... ¿Para qué quedármelo?
En septiembre, teniendo al Yejuzilo en el taller arreglándole el acondicionador de aire, volviendo en bondi una noche (sería alrededor de las 22, poco más o menos), veo que a una persona se le cae el teléfono del bolsillo. El fono, creo, era un S6, de Samsung. Algo así: 


La cosa es que habiendo visto toda la escena, me rehusé durante cinco minutos a levantarlo de la Avenida Rivdavia, que era donde estaba caído. En ese lapso de tiempo, me imaginé embarcado en diez millones de quilombos hasta poder dar con el dueño y devolvérselo. Pero, dado que nadie más pasaba y que mi imaginación no era más que eso, lo levanté. Y mirándolo fijamente pensé "que llame tu dueño así te devuelvo". Y... sonó. Era el dueño que estaba a muy pocos metros. 
El señor llegó sin aliento y desencajado, en busca de su fono. Se lo devolví, me contó una serie de situaciones complicadas por las que estaba atravesando y se disculpó por no tener efectivo para darme, en reconocimiento por mi devolución. Le dije que no era necesario, que no eran así las cosas; me insistió para que le diera mi fono así me "acercaba un agradecimiento" y le dije que así como estaba, estaba bien; que no se preocupara más, que disfrutara de haberse reencontrado con su aparato; que era su teléfono, que yo sólo lo había encontrado y que no se me ocurría cobrarle rescate por algo que era suyo. Y este señor, me dijo lo mismo que me dijo hoy, el muchacho del taller: "ya nadie devuelve nada".
Para poner las cosas en su lugar: si me encontrase un millón de dólares en cualquier lugar, a menos que supiese MUY BIEN a quien le pertenecen, NI EN PEDO LOS DEVOLVERÍA. De hecho, seguramente, tendría un severísimo caso de pérdida total de la memoria a cortísimo plazo; tan corto como para olvidar cómo y dónde encontré la guita. Seguramente por estar tan seguro de NO DEVOLVERLO, es que no los encuentro.
La cuestión es que, en poco tiempo, me dicen "ya nadie devuelve nada" y... 
¿Y qué nos pasa que ya nadie devuelve nada?
No sé, la verdad, no sé. Y no sé si quiero saber.

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