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domingo, 30 de junio de 2019

¿Prefiero creer que todavía hay esperanza?

Hoy es (o empieza a dejar de ser) sábado, 29 de junio de 2019.
El pronóstico de hoy...

 

se cumplió. A medida que la tarde avanzó, la llovizna se fue haciendo cada vez más persistente y la temperatura fue descendiendo. No puedo decir que haya hecho frío, pero puedo decir que fue un día desapacible...
Ahora, a la noche, desde mi casa y cuando la llovizna se convirtió en una garúa...




después de haber cenado, voy a dedicarme a escribir algo que me tocó ver.
Vi lo que vi, pero también imaginé y supuse en función de lo que vi.
Durante el día de hoy, Manuela, la mascota de catorce años de Raúl, mi novio, murió. Después de preguntarle si quería que fuera a acompañarlo un rato y haber recibido un "sí" por respuesta, me fui para su casa. Sobre el duelo por la partida de las mascotas, sólo voy a decir que, como todo en la vida, cada quien lo lleva a su modo. Aprendí que, desde mi lugar, sólo puedo acompañarlo y respetar el proceso. Y así como en este caso, en muchos otros.
La cosa es que, después de pasar la tarde juntos, para volver a mi casa, tomé el tren Belgrano Norte hasta Retiro y, desde ahí, el 33 para concluir el viaje de llegada.
Al llegar, y como consecuencia de las obras (que imagino que son) de construcción de la nueva estación terminal del tren San Martín, la zona es un desastre: parte de la avenida Ramos Mejía obstruida, paradas de colectivo inhabilitadas, colectivos circulando por donde se puede y, lo peor, las paradas de colectivo sin iluminación. La cosa es que bajé del tren, salí de la terminal y me acomodé, en la oscuridad, detrás de una chica (mujer joven, en realidad) que estaba esperando. Después sabría que esperaba y viajaría en el mismo colectivo que yo.
Después de un rato, molesto por la demora, la oscuridad, la llovizna y la temperatura que bajaba, empecé a dedicarme algo que me caracteriza: mirar. Porque, como ya conté, si hay algo que hago, eso es mirar.
Un poco más adelante de mí, ocupando un lugar en un asiento, había dos sombras: una persona adulta con un@ niñ@ "a upa". Ambos abrigados (como dije hacía frío, mucho más si uno está a la intemperie y expuesto constantemente al viento y, para hacerlo peor, con la temperatura bajando) hasta con una frazada cada un@. Por la iluminación que aportaron las luces de algunos colectivos al pasar, pude distinguir que la sombra que sostenía al niñ@, pertenecía a un hombre. Imaginé que ese hombre era joven, con barba... Pero no tengo sustento para sostener lo que imaginé.
Mientras soliloqueaba y mironeaba alrededor, por la Av. Ramos Mejía y empujando un carro 

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muy parecido al de la foto, incluso con esa misma bolsa pero vacía, se acercó un hombre, delgado (quizás en demasía), de andar cansino, aunque constante.
Pocos metros después de pasar por delante de mí (y antes, por delante del señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima), se detuvo. Tomó de dentro de la bolsa una "vianda" muy parecida a la de la foto

Resultado de imagen para vianda en bandeja plástica para gente en situación de calle

envuelta en film (ya dije que soy mirón y el reflejo de las luces de los vehículos me dejaron distinguir ese film) y apoyando encima de este, algún tipo de utensilio para consumir el contenido. Dejó su elemento de trabajo -el carro- (según yo, claro), se acercó al señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima, y le extendió la vianda. El señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima, intercambió palabras con el señor que empujaba el carro y terminó aceptando la vianda.
Manipuló la vianda (imagino que "pelándola", es decir, quitando el film), tomó el utensilio y empezó a dedicarse a alimentar al / a la niñ@ que tenía encima.
Y el señor que empujaba el carro, volvió a esa tarea: volvió a empujar el carro...
Entonces, yo que no creo en la gente; yo, que creo que la gente (siempre incluyéndome entre "la gente") es mala por naturaleza, pero adiestrada para aparentar no serlo por la socialización y la cultura; yo, el que no espera nada de nadie... decidí que PREFIERO CREER QUE TODAVÍA HAY ESPERANZA.
¿PREFIERO CREER QUE TODAVÍA HAY ESPERANZA?
Por supuesto que esa esperanza no es muy esperanzadora y tiene matices, dados por los cuestionamientos que, natural y obviamente, me aparecen.
El señor que empujaba el carro aparentaba ser lo que, de algún modo, llamamos "cartonero". Ese cartonero que pasó a ser llamado reciclador.
El señor que empujaba el carro, no parecía estar distribuyendo viandas. En mi suposición (o imaginación romántica) el señor empujador de carro cedió al señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima, la vianda en cuestión que, originalmente (y en mi mirada romántica) le pertenecía. Entre lo que miré y lo que pude imaginar con lo visto, no me pareció divisar dentro de la bolsa del carro, más viandas.
Las preguntas, entre otras, son: 
¿Por qué no se me ocurrió a mí, alcanzarle al señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima, una vianda de algo?
¿Por qué no está el estado brindando amparo al señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima?
¿Por qué no hay más fundaciones ocupándose de los muchos "señor en sombras, abrigado, con un@ niñ@ encima"?
Al final, y sin que sea concluyente, parecería ser que sólo entre "pares", la caridad es posible. Parecería ser que sólo los que atraviesan situaciones similares, son capaces de acobijar a sus pares; o a aquellos que podrían serlo.
Quisiera poder preferir creer que todavía hay esperanza, que todavía es posible esperar que la sociedad (de la que soy parte) será más amorosa, respetuosa e inclusiva con tod@s.
Quisiera. Y voy a hacer el esfuerzo por creerlo. Pero la realidad me lo hace difícil, lo que escucho y veo que la sociedad hace, casi me lo impide.
Justo este sábado, con los alumnos de uno de los cursos, estuvimos hablando del tema. Parece que Dios me está dando un mensaje.
Voy a tratar de intentar entenderlo.
Voy a hacer el esfuerzo por creer que, aunque bastante escasamente, todavía hay esperanzas...

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