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domingo, 15 de diciembre de 2013

Ya me había olvidado...

Como de costumbre, hoy me fui a bañar.
Claro, era el baño de bañarme, el del aseo. Ese baño que despeja, ayuda a despegar los párpados y comienza a despertar a las neuronas, cuando golpea el agua contra el cráneo...
La cosa es que hoy me metí a la bañera, me acomodé debajo de los chorros que me disparaba la ducha, y mientras disfrutaba el agua que me caía encima, empecé con la mecánica cotidiana del baño: champú en el pelo (bueno... en lo que queda), enjabonado con mi jabón blanco de siempre, enjuagado...
Pero me dije "No, ¡pará un poco!". Entonces decidí que me iba a tomar mi tiempo.
Sí me "enchampusé" el pelo. Pero el enjabonado se lo encargué a mi cepillo de espalda, muy parecido a este:

Así que mientras el agua hacía lo suyo, me dediqué a enjabonar las cerdas del cepillo y empecé a masajearme...
El estímulo del masaje regeneró sensaciones, y estas evocaron recuerdos... Y de repente, como consecuencia de tanto estímulo, la memoria emotiva hace lo suyo y recordé lo que "Ya me había olvidado".
Este recuerdo hizo que me preguntara sobre el sentido, utilidad, oportunidad, necesidad... Y todavía no logré concluir sobre ninguno de esos puntos.
Cierto es que me voy a dedicar más tiempo al placer del cepillo. Al final, el masaje fue, físicamente, un gran reencuentro. Los recuerdos de lo ya me había olvidado, son el "efecto colateral"... Y como se dice por ahí, "si te gusta el durazno, aguantate la pelusa"...
Hasta parece que estoy hablando de masturbación. Pero, no. Ni se acerca.
Caí en la cuenta que me había olvidado de las sensaciones de los contactos que ya no hay. Mi espalda, mis hombros, están acostumbrados a la ropa, al cinturón, al frote del jabón, a los "rasquidos"... Sin embargo, el cepillo con sus cerdas enjabonadas me trajo el recuerdo de las caricias que ya no están, de las sensaciones de aquellas caricias que hoy, el cepillo de espalda, me devolvió.
¡En fin!
Por ahora voy a mantener la alegría de poder recordar.

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