Estoy fallado, no hay
otra.
Resulta que hay un
“algo” que me falta, que no está, que no tengo. No puedo asegurar que nunca lo
haya tenido. No puedo decir si alguna vez lo tuve y después lo perdí o si,
simplemente, nunca lo tuve.
Hay un tipo de pasión (¡mierda!,
sorprendente la definición en el Diccionario de la lengua española,
www.rae.es), apasionamiento,
que no tengo. O que perdí. O no sé.
No me gusta el fútbol
(lo que no es una novedad), pero tampoco
siento mucha inclinación a ningún deporte. Pero así como con el deporte,
me pasa con muchas otras cuestiones: la política (que no sólo no me apasiona
sino que me genera un grandísimo rechazo como consecuencia de los políticos),
los artistas (músicos, actrices, actores, Etc.)… Y por esto es que no siento lo
que sienten los fanáticos.
¿Sangre de horchata?
MMMMMMMMMMMMMMMMno sé. A mí me parece más un cúmulo de decepciones, desestimación
absoluta de probables ídolos, altas dosis de acidez y un sarcasmo afiladísimo.
Y quizá la verificación empírica de una frase típica de mi viejo “NO SEAN
PELOTUDOS ÚTILES” (o mi interpretación de ésta) que puede haber aportado lo
suyo. O soy yo, que le otorgo a todo lo anterior la entidad suficiente como
para deshacerme del fanatismo, o ese tipo de pasión parecida al fanatismo.
Veo a los fanáticos de
equipos de fútbol y me cuesta entender el funcionamiento de la cuestión. No
critico ni cuestiono, pero no entiendo el mecanismo. Pienso en que el “hincha”
paga la cuota de socio, paga la platea, palco o lo que sea (y siente orgullo de
eso); compra la camiseta, gorro, pelota…
O sea, invierte tiempo, sentimiento y guita. Como respuesta recibe que: todo
tiene que pagarlo, quizá algo más barato, pero tiene que pagar; una gran parte
de esa guita, va a la barrabrava; que los jugadores hacen lo que su bolsillo
manda (los jugadores TRABAJAN de jugadores, no son hinchas) e, incluso, son
capaces de complotar contra alquien del club, aunque eso implique unos
resultados horribles y que le generan al hincha unos sentimientos de gran pena.
Veo a los fanáticos de
distintos artistas siguiéndolos a todas partes, pagando lo que sea por ir a
verlos y recibiendo sólo eso: una vista. Cualquier trato especial que se reciba
estuvo precedido de la compra correspondiente, si no, todo es distante.
Veo las actitudes y no
consigo entenderlas. Tampoco importa si la entiendo o no, porque lo que
justifica todo esto, parece, es la pasión, el apasionamiento, el fanatismo… Y son cuestiones ajenas, no mías.
¿Qué me pasa a mí con
esto?
Para empezar no tengo
ídolos. No creo en los ídolos. Los ídolos, según mi óptica, no existen. Los
ídolos siguen siendo personas. Pueden hacer o decir grandes cosas, pero eso no
los enaltece más allá de aquello que hicieron o dijeron. Pero siguen siendo
personas que hacen cosas buenas y malas; lindas y feas; que tienen aciertos y
desaciertos. Son personas. Y por tanto, falibles y perfectibles.
Cuando algo me gusta,
me quedo con eso y no con quien lo hizo, protagonizó, interpretó o lo que sea.
Me quedo con la cosa, no con el responsable. Y la explicación es la misma que
la anterior: se trata de una persona.
El idealismo (http://lema.rae.es/drae/?val=idealizar)
lo enfoco en otras cosas y quizá en otras personas pero que conozco y son parte
de mis entornos. Fuera de mi entorno, de máxima, admiración. Esta cuestión no
me pone en ningún lugar, excepto, que me corre de la posibilidad de creer
desmedidamente en alguien, excepto que forme parte de mis círculos.
Como sobrevuelo una
extraña zona gris, veo actitudes “fanáticas” poco agradables que quedan en un
terreno de aceptación que, la mayoría de las ocasiones, me sorprende. No
siempre para mejor. Pero sí me sorprende. Leer, escuchar o ver a algunos
fanáticos deseándoles cosas horribles a
otros fanáticos sólo porque son fanáticos de cosas opuestas y justificando la
acción, me sorprende. Y mucho más cuando critican en otros la misma actitud, y
muchas veces en la misma situación.
Y nadie, en general, se
detiene a observarse. Pero si a criticar a otros que hacen eso mismo. ¡En fin!,
parte de nuestra forma de ser.
Esta situación de
maltrato de unos con otros, particularmente, me duele. No me molesta, me duele,
me genera bastante angustia ver que unos buscan destrozar a otros. Y que tanta
animalidad es tolerada y aceptada. A mí, particularmente, me duele, me
angustia, me preocupa… No me gusta nada y me gustaría que dejáramos de
justificarla. Después todo el mundo habla de la violencia de los demás, pero
¿qué pasa con la que cada uno aporta?, ¿no deberíamos tratar de ser más
responsables con nuestras actitudes?, ¿qué le transmitimos a nuestros hijos con
nuestros actos?
Y de todo SIEMPRE es
responsable el otro, y si reaccionamos de tal o cual modo, “la culpa” es del
otro por hacer, no hacer, decir, no decir…
Todo esto me hace
acordar al supuesto chiste de los zapatos embarrados: dependiendo de quien los
lleve puestos, es la interpretación que los demás hacen.
Aunque todos sabemos
que así funciona, que cada uno entiende lo que puede con lo que tiene, que la
objetividad es un gran deseo y muy poco alcanzable, todo el mundo se proclama
el adalid de la objetividad, cuando apenas si pueden asomar de la subjetividad…
Ser subjetivo es una condición humana.
Ser necio es un problema.
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