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martes, 2 de octubre de 2012

Un poco de recuerdos...

En 2012 tengo apenitas cuarenta y nueve añitos.
Tener apenas cuarenta y nueve añitos, significa que hay toda una banda de coetáne@s que están en la misma. O, poco más o menos, en la misma.
La cosa es que en la época en que me crié, existían en la vida real, los villanos. Pero esos eran villanos de verdad. Hasta con nombres de villanos "denserio".
El patriarca de los villanos era “El Diablo”, (a) Satanás, (a) Belcebú, (a) Demonio, (a) Lucifer, (a) Luzbel… Y era un villano muy villano. Algo así como Lord Voldermort  para Harry Potter. El tipo tenía, supuestamente, méritos propios y la Iglesia Católica, Apostólica, Romana se encargaba de remarcarlo. Pero además nos repetía a cada rato que teníamos que sentir “temor de Dios”, con lo que lo ponían un poco en el lugar del villano. Con el tiempo lo cambiaron porque parece que les resultó un poco pianta feligreses. No sé si les dio resultado, pero cambiaron “la libre interpretación de La Biblia”.
Pero en casa teníamos unos más reales: “El Cuco” y “El Viejo De La Bolsa”. Estos eran de la familia. Podían estar en todas partes, incluso debajo de la cama o dentro del ropero. Ahora que lo pienso… ¿no sería otro nombre para el “Pata de lana”? MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM…
La cosa es que tanto El Cuco como El Viejo De La Bolsa, eran parientes.  En general estaban en el lugar de la tía bigotuda, pero como nada es tan así, a veces cambiaban de rol y aparecían dulcemente en una guerra de cosquillas (como el que nos cosquilleaba) o en una soplandenga de ombligo (como el que nos soplaba el ombligo).
Pero, por lo general, tanto El Cuco (que en su versión foránea sería “El Coco”) como El Viejo De La Bolsa (que según El Chavo -y si mi memoria no cayó en un foso- sería “El ropavejero”) eran unos entes dispuestos a desanimarnos, desalentarnos, disuadirnos o convencernos de no hacer algo.  Ese “algo”, en general, era una cosa que no nos convenía, o no le convenía a quien invocaba al ente, o no nos convenía según el buen saber y entender de alguien.  Y el método era infundiendo miedo a lo que podía pasar, a que nos llevara…  No sé si cabe la comparación, pero quizá podría asemejarlo al “¡Cuándo venga tu padre ya vas a ver!”. Porque todo resultaba ser una amenaza que, por lo general y habitualmente, no se cumplía. La diferencia era que “tu padre”, seguro, llegaba y, en general, cansado y sin ganas de intervenir “en cosas de mujeres”, porque la educación de los hijos era “cosa de mujeres”. En cambio El Cuco o El Viejo De La Bolsa nunca se supo que llegaran a alguna casa. Quizá lo hicieron en la forma del “Pata de Lana”, pero así como lo conocíamos, nunca se supo. O nunca lo supe. Por la cuadra de mi casa sí pude ver al pata de lana, pero encarnado como el cartero. A ese sí lo vi.
La cosa es que, por aquel momento, un método para poner algún límite era invocar a cualquiera de los dos. No sé si alguien invocó a los dos juntos.
El tiempo se encargó de hachar aquellas figuras. El Diablo, El Cuco, El Viejo De La Bolsa cayeron en desgracia y, lentamente, se esfumaron. Se desdibujaron, desaparecieron y la sociedad los envió al destierro más frío: el olvido. Los argumentos fueron muchos, más o menos contundentes; más o menos científicamente sustentados. No importa, fueron muchos. Y la suma de todo aquello hizo que… NO MÁS CUCO NI VIEJO DE LA BOLSA. El Diablo, de tanto en tanto, zafa.
Hoy los pibes ya no los conocen. Muchos padres, tampoco. Hoy a ninguno se nos ocurre nombrarlos. A los pibes de hoy en día y a muchos padres, los asusta mucho más que se corte Internet o el cable que la llegada de Cruella De Vil.
En fin.
Hoy, por algún motivo, se me cruzó que había que rememorar a aquellos villanos tan caseros y, a la distancia, tan “naif” como estos que estuvieron en algún momento de mi (¿nuestra?) crianza.
Seguramente hay más para desgranar. Por ahora lo dejo acá, pero lo retomaré más adelante.

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