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martes, 25 de febrero de 2014

De los descansos perdidos...

La historia de las relaciones laborales (como casi toda relación posible) está plagada de abusos. Y como todo abuso, siempre están en manos del más poderoso, que habrá que ver, en cada momento, de quien se trata. Porque los buenos, a veces, son malos. Y viceversa. Y viceversa de nuevo... Y así indefinidamente...
El sábado inglés (http://www.es.wikipedia.org/wiki/S%C3%A1bado_ingl%C3%A9s) fue una conquista, legalizada en la Ley de Contrato de Trabajo. Claro, después cada gremio y para los trabajadores en relación de dependencia, tiene su propio marco al que se conoce como Convenio Colectivo de Trabajo, que regula la actividad. Para los docentes, está el Estatuto Docente (http://www.cedems.com.ar/proyecto/normativas/ley14473_estatuto_docente_nac_y_reglamentarios.pdf) que tiene un marco nacional y otro para cada jurisdicción. Más allá de los gremios que los agrupan.
Pero el tema tiene que ver con el descanso. O el NO descanso.
El sábado inglés, por los motivos que fueran, establecía el descanso obligatorio desde el sábado a las 13:00 hasta el domingo a las 24:00. Cualquier tarea realizada dentro de esos plazos, se consideraba "hora extra", lo que significaba que se pagaba un 50 o 100% adicional a su valor. Excepto que el Convenio Colectivo de la actividad que fuera, lo considerara distinto.
Apenas pasada la mitad de la década del ochenta, se inauguró un centro comercial (después los llamaríamos con su término en inglés: shopping) en la localidad de Avellanda, en el partido del mismo nombre conocido como Shopping Sur (http://es.wikipedia.org/wiki/Shopping_Sur) y un año después se inauguró en la localidad de Boulogne, en el partido de San Isidro, Shopping Soleil, hoy Soleil Factory (http://es.wikipedia.org/wiki/Soleil_Factory). Serán los años noventa los que vean la proliferación de estos negocios. Al Centro Comercial se lo concibió como un sitio integral en el que se incluyeron sitios de recreación para todos los niveles etarios, aunque se hayan cagado en los distintos niveles sociales. O más o menos. Y no voy a explicar mi teoría del gueto autoimpuesto (http://lema.rae.es/drae/?val=gueto) respecto de los centros comerciales, countries, barrios cerrados y cualquier otro agrupamiento que implica (o entiendo que implica) distinción (¿segregación?) de clases. Pero esto último es mi interpretación. Cierto es que, en alguna situación, me sirvieron y mucho.
La cosa es que este nuevo tipo de actividad forzó a cambiar la idea del sábado inglés. Y no sólo del sábado inglés, sino de la idea del descanso de fin de semana. Del concepto "fin de semana", en sí mismo. Para el Diccionario de la Real Academia Española (http://lema.rae.es/drae/?val=fin+de+semana) el término "fin de semana" comprende "normalmente" al sábado y domingo. Y como los centros comerciales no conocen de interrupciones en su actividad, los Convenios Colectivos de las distintas ramas de actividades empezaron a adecuarse a la nueva realidad: ¡A la mierda con el fin de semana! Y como en todo, perdió el menos protegido. Si hasta el momento el fin de semana PARA LA MAYORÍA DE LAS ACTIVIDADES era sábado y domingo, o cuanto menos, medio sábado y todo el domingo, actualmente el tiempo de descanso se redujo a un día cualquiera, en cualquier momento de la semana. Pero sólo a uno, perdiendo el medio día que le correspondía al "sábado inglés". Claro que hay actividades en las que los sábados y domingos se mantuvieron sin cambios. Y hay actividades que nunca supieron de estos: hospitales, clínicas, sanatorios o similares (públicas, privadas, mixtas); transportes y alguna otra actividad pública o privada que por su interés no puede detenerse.
Tengo amigos que tienen su "fin de semana" en mitad de esta. Entonces, siempre y cuando la cantidad de laburo lo permita, tiene miércoles y jueves. Si no, sólo uno de los dos. Yo, por ejemplo, laburo los sábados hasta las 14:30, de modo que me queda lo que reste del sábado y el domingo. Tengo otros que laburan hasta el viernes, por lo tanto, disponen de sábado y domingo...
Así las cosas, "fin de semana" ya no refiere a su coincidencia con el almanaque, sino que refiere al FIN DE LA SEMANA LABORAL, ese momento en el que termina el ciclo de obligaciones y empieza el de recreo. O algo que se le parezca.
La cosa es que el fin de semana, como tantas otras cosas, representa algo diferente según con quien se hable del tema. Y la cosa, también es, poder tener idea de cuántos días tiene el fin de semana. Para mí, un día y algo menos que medio. Para otros, dos; y para otros, otros, uno. Me encantaría conocer una estadística sobre el tema, pero creo que no existe. O, por lo menos, no la encontré.
Ese día es el de LA LIBERTAD, esa que nos habilita para hacer lo que queramos, como queramos, del modo que queramos... Siempre y cuando uno crea que tal cosa es posible. Pero llegó un día en el que entendí que mi domingo estaba lleno de ritos. Según la Real Academia Española, significa: http://lema.rae.es/drae/?val=rito O sea, si se hace costumbre, es un rito. Y de repente caí en la cuenta que todos contamos con la libertad necesaria para crearnos nuevos ritos y para mantener los que ya tenemos.
¡¡¡SOMOS LIBRES!!!
Los ritos, costumbres, o como los queramos llamar, son parte de nuestra cotidianeidad. Quizá, y paradógicamente, decidir NO HACER COTIDIANAMENTE, es un rito. Algunos son propios de cada uno, esos que vamos creando porque nos gusta (hasta que no nos guste); otros reemplazan a ritos conocidos porque queremos diferenciarnos o tomar distancia de los que no nos gustaron; otros para protegernos; otros... ¡Qué sé yo!
Mis domingos están llenos de ritos: limpiar a Simona y Berta; cortarme el pelo (actividad que desaparecerá en breve, ya que cada vez hay menos para cortar); limpiar, ordenar y lavar ropa; y rascarme después de esto. Y estos son mis ritos del domingo. De lunes a sábado, tengo otros. Pero la idea era enfocarme en el día "libre".
¿Seremos conscientes de los ritos que tenemos los días libres?
Más allá de los propios, hay toda una lista que heredamos: concurrir a cumplir con la religión, juntarse a comer con familiares o amigos, salir siempre al mismo sitio o simplemente salir, recibir gente, y tantísimas otras situaciones que no se me ocurren. Y muchos son tan habituales, están tan incorporados en nosotros mismos, que quizá ni lo reconocemos como rito. Y que ni siquiera se nos ocurre pensarlas ni objetarlas.
Quizá sea la repetición la que anestesie los efectos de cumplir los ritos. Quizá sea el placer, la seguridad, la tranquilidad que nos brinda repetir siempre lo mismo la que nos incita a seguir haciendo una y otra vez lo mismo.
Quizá.
¡En fin!

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